¿Por qué consultarla? Angeline vivió en el país hasta 2011, y si bien hoy se especializa en coberturas de la región, es feminista sin fronteras e integrante en los inicios de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, por allá cuando la marea verde recién comenzaba a gestarse. Angeline es también bailarina de tango, escribió una biografía intensa del bailarín Julio Bocca, y aunque hace años se fue de su Buenos Aires querido, siempre está llegando para reencontrarse con sus compañeras de pañuelos verdes y milongas trasnochadas.
Por mencionar solo las últimas visitas, Angeline estuvo marchando junto a la columna verde para el 8 de marzo de 2018, durante el Paro Internacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis y Trans. Ya entonces se sorprendió conmovida al ver la masividad que había logrado la militancia por el derecho a decidir. Lamentó no venir para el 13 y 14 de junio y la aprobación del Proyecto de Interrupción Voluntaria del Embarazo en Diputados, pero movió marea y tierra para viajar el 8 de agosto y vivirlo junto a referentas y pioneras de la Campaña.
En unos minutos de diálogo con Angeline, es posible entender que en París todo puede ser Buenos Aires (y viceversa), y que el movimiento feminista y la revolución de las pibas en Argentina despierten la atención de las nietas de Simone en Francia o de las hijas de Angela en Estados Unidos. Como si nunca se hubiera ido o como si siempre estuviera volviendo, Angeline siguió de cerca las primeras movilizaciones bajo la consigna “Ni una menos”, los pañuelazos del verano de ‘18, las exposiciones por el aborto en el Congreso, el “Mirá cómo nos ponemos” de las Actrices Argentinas, y la repercusión de los escraches públicos y en redes sociales. Consultamos a la especialista en América Latina sobre el escrache como práctica política, el feminismo latinoamericano y las coberturas de los medios de comunicación.
– ¿Cómo evalúas la práctica de los escraches por abusos, violencias y violaciones que han trascendido en los últimos meses en la Argentina?
Sobre el debate actual, me sitúo en un nivel intermedio que, en realidad, integra las dos visiones, que se sitúan en dos planos totalmente distintos: uno es puramente teórico. El otro es pragmático y se ubica en el terreno de la vida real. En un mundo ideal, en la teoría pura, estoy en contra de los escraches. Nunca me gustaron, siempre me pareció horrible la idea de que cualquier persona pudiera denunciar a otra en las redes sociales solamente con una foto y un texto, sin aportar pruebas. Cuando aparecieron los primeros escraches en Facebook (sea por violencia de género o denunciando que un tipo hubiera torturado a un gato, por ejemplo), siempre me pareció horrible que se viralizaran esos escraches, y que la gente terminara linchando a la persona así denunciada, sin pedir más pruebas. ¿Qué pasa si la persona que escracha miente? ¿Qué pasa con la vida de la persona escrachada? ¿Podemos correr el riesgo de destruir la vida de una persona “por las dudas”? ¿Es válido pensar que se puede sacrificar a personas inocentes porque la inmensa mayoría de las denuncias son auténticas? ¿No estamos permitiendo derivas autoritarias que habilitan el escarnio público, el linchamiento, la justicia por mano propia?
Sigo considerando esas preguntas como válidas, por eso entiendo la postura de aquellas personas que se horrorizan ante los escraches. Pero soy consciente de que son puramente teóricas. No toman en cuenta la situación de la justicia, de la policía, de la vigencia del patriarcado, no solamente en Argentina, sino en la mayoría de los países. En la vida real, las mujeres no denuncian porque saben que no les van a creer. En la vida real, no hay pruebas de las violaciones (a las mujeres nos enseñan a no resistirnos para evitar males mayores, aunque si no nos resistimos, al final no nos creen precisamente porque no nos hemos resistido lo suficiente…), la vergüenza y la culpa la sentimos nosotras, y sabemos perfectamente que lo más probable es que no se haga justicia. Denunciar una agresión o una violación es volver a vivirla una segunda, una tercera, una cuarta vez. Y si, encima, termina en la absolución del acusado por falta de pruebas, ese no reconocimiento de nuestra condición de víctima nos puede terminar hundiendo aún más (en el peor de los casos, encima podemos ser acusadas de difamación). Ni que hablar si los acusados tienen algún tipo de protección y terminan coimeando a la justicia. Antes esa situación, que todas las mujeres conocemos, no denunciamos. Nos callamos.
Esto era hasta ahora. Con el escrache público se está revirtiendo algo que parecía imposible revertir: la vergüenza está cambiando de lado. ¿Cuántos varones ahora dicen: “tenemos miedo, ya no se puede decir/hacer nada”? Que tengan miedo al escrache público no es una mala cosa. Y el hecho de que los escraches se hagan tan masivos puede tener otra consecuencia positiva: que las autoridades públicas se den cuenta de que algo está fallando si las mujeres prefieren escrachar a denunciar a la justicia. Que la policía aprenda a escuchar a las mujeres que vienen a denunciar. Que los tribunales sepan reconocer la violencia de género. Que no tengan más sesgos sexistas. En ese sentido, creo que si la “Ley Micaela” fue votada por unanimidad es, en gran parte, gracias a que la votación tuvo lugar precisamente en un momento de explosión de los escraches, de denuncia de la falta de atención con perspectiva de género de las víctimas.
El escrache no es, para mí, un fin en sí. Ese tiempo en que pareciera que los escraches no tienen límites es solamente una etapa. Es necesario que, en algún momento, podamos ir por los cauces normales de la justicia. Si este momento de crisis logra que las instituciones del Estado modifiquen su manera de tratar las denuncias de violencias sexuales y de género (aunque sea para que terminen los escraches públicos), entonces los escraches habrán tenido mucha utilidad, más allá del beneficio puntual para cada víctima. Los escraches no son el problema: son una respuesta (no la ideal, pero la única que encontraron las mujeres) ante una situación problemática en que las mujeres no pueden confiar en las instituciones del Estado para denunciar y tener justicia.
– ¿Cómo observás al movimiento feminista en América Latina?
El feminismo es, claramente, el movimiento social con mayor dinamismo en América Latina. Probablemente se deba a que derechos básicos como el derecho al aborto no estén garantizados, como sí lo son en otros países como Francia o Estados Unidos, lo cual obliga a las mujeres a movilizarse mucho más. No es de extrañarse que el feminismo haya tomado un nuevo impulso a raíz del trabajo de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto y de los debates por su legalización este año. Las embestidas de la derecha radical y religiosa contra ese derecho deberían ser un motor suficiente para que los feminismos de los países en que sí es legal se inspiren en el dinamismo del feminismo latinoamericano para organizarse o movilizarse más.
– Con el protagonismo del movimiento feminista y sus diferentes expresiones en Argentina, se hizo evidente la falta de formación en perspectiva de género y feminismo en los medios de comunicación. Actualmente muchas periodistas y comunicadoras feministas sin espacio en los medios, estamos visibilizando la falta de periodistas feministas en la prensa. ¿Cómo observás el compromiso de medios en este aspecto?
Claramente hacen falta más periodistas feministas o con perspectiva de género. Debería ser parte del currículo básico la formación en perspectiva de género en las escuelas de periodismo. Es algo que me gustaría implementar en las escuelas de periodismo francesas. Porque no es suficiente tener más periodistas mujeres. Hace falta un conocimiento aunque sea básico de la teoría feminista, que no todas las mujeres tienen. Hoy en día, por suerte, se puso de moda el “ser feminista” (después de ser una mala palabra), pero tenemos que cuidar que esto no abarque cualquier cosa tampoco. El feminismo también se aprende (y se sigue aprendiendo a lo largo de toda la vida), son muchas etapas, muchas corrientes también, y todo eso se puede (y se debería) enseñar.
Creo que la prensa en general ha tenido una gran responsabilidad en la difusión de estereotipos de género. Pensemos en el retrato que había hecho un periódico argentino luego de la muerte de Melina Romero: “Una fanática de los boliches, que abandonó la secundaria”. En lugar de marcar el camino, los medios han estado muy atrás en la difusión de las ideas feministas de igualdad, de equidad. Creo también que se ha hecho un esfuerzo importante para cambiar eso, aunque todavía falte mucho.
En Francia, no existe la categoría “violencia de género” en los sitios de los grandes diarios, como sí existe en La Nación o Clarín. Y tampoco la prensa nacional informa de los feminicidios (el término sigue sin existir en francés), ya que se siguen considerando como un “fait divers”, o sea, un simple suceso de índole casi privado. En todo caso, no se ve como el síntoma de un problema social más global. Se informa de los crímenes antisemitas (y está muy bien hacerlo), pero no acerca de los crímenes sexistas, que no se ven como crímenes de odio. Los diarios nacionales franceses, al contrario del diario El País en España, por ejemplo, jamás publican una nota sobre un feminicidio, salvo que ése tome una importancia nacional o que haya marchas de protesta importantes o que sea particularmente sórdido. Aunque un diario como Le Monde creó, después de la explosión del caso Weinstein en Estados Unidos, un equipo especial encargado de investigar acerca de las denuncias por acoso sexual en Francia, me parece que hace falta mucho trabajo todavía y mucha toma de consciencia de parte de lxs comunicadores de prensa.
– ¿Qué particularidades creés que tienen los escraches como práctica feminista?
La práctica de los escraches nos está corriendo de nuestro lugar cómodo desde el que decimos: las mujeres deben seguir el recorrido normal de la justicia y no hacer justicia por mano propia. Es cómodo porque nos evita ver que en el caso de las violencias sexuales, la justicia claramente tiene fallas y no está adaptada a la realidad. Pero es más simple pedir a las mujeres que se adapten a eso, que iniciar una reforma de las instituciones del Estado para que se adapten a la realidad de las mujeres.
Entonces la práctica de los escraches, con su violencia y su manera de arrasar con todo, viene a obligarnos a corrernos de esa comodidad y a pensar desde el punto de vista de las mujeres. O al menos eso espero que suceda.
– En este último tiempo, se planteó que una alternativa al escrache es enseñar a las jóvenes a que se defiendan. ¿Qué opinás sobre esa alternativa?
Acerca de enseñar a las mujeres a defenderse físicamente, sí, por qué no, pero eso no cambia el sistema. Es una mera reacción a la violencia patriarcal. Lo que hay que cambiar es esa violencia patriarcal, no tanto la reacción a esa violencia. Decir que eso sería la solución (no sé si alguien dice eso) es hacer recaer nuevamente la responsabilidad sobre las mujeres. No está mal en sí enseñar autodefensa a las mujeres pero esa no puede ser la respuesta única. Además la mayoría de las violaciones no se cometen con violencia física, sino psicológica, con otro tipo de sometimiento (violaciones intrafamiliares por ejemplo). Y en un punto a mí me parece peligroso enseñar a las mujeres a defenderse. Si fallamos, el violador se puede poner aún más violento y corremos el riesgo de lesiones más graves.