Por Laura Salomé Canteros / Foto: Midia Ninja
En un antipopular y blindado acto, asumió Jair Bolsonaro como presidente de Brasil, y como riéndose de quienes pensaban que la ultraderecha podía articular un discurso de unidad, sus primeras palabras fueron una declaración de guerra contra el movimiento feminista.
El, vestido de azul caminaba altivo entre militares hacia el Palácio do Planalto. Ella, un paso atrás, vestida de un rosa sumiso, lo acompañaba. Jair Bolsonaro asumió como presidente de Brasil, el país que con 209 millones de habitantes es la primera potencia económica de la región. Asumió en un acto blindado, con un operativo represivo de aproximadamente 3 mil efectivos que contaron con refuerzos de las fuerzas armadas y hasta de misiles aéreos. Lo secundó Michele de Paula Firmo Reinaldo, su esposa. Bolsonaro fue electo con el 55% de los votos en las elecciones de octubre de 2018, sin embargo, difícilmente podrá hablar en nombre de uno de los pueblos más diversos del mundo. Mucho menos de quienes representan la mayor resistencia a su gobierno: el movimiento feminista de mujeres, lesbianas, travestis, gays y trans.
El show comenzó alrededor de las 14.45 (hora local) y tuvo una duración de 6 horas. Quien le pasó la banda presidencial a Bolsonaro fue el golpista Michel Temer, presidente tras el jury y la destitución de Dilma Rousseff el 31 de agosto de 2016. En la asunción estuvieron presentes el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, y el primer ministro de Hungría, el ultranacionalista Viktor Orbán. También varios presidentes de países latinoamericanos: Sebastian Piñera (Chile), Ivan Duque (Colombia), Mario Abdo Martinez (Paraguay), Martín Vizcarra (Perú) y Juan Orlando Hernández (Honduras). También estuvieron Evo Morales Ayma (Bolivia) y Tabaré Vazquez (Uruguay). Sin embargo, al acto no fueron invitados Nicolás Maduro (Venezuela) y Miguel Díaz- Canel (Cuba), ya que para la nueva administración son “dictadores de izquierda”.
Cuando llegó el momento de hablarle al país, a quienes lo votaron y a quienes no pero habitan el Brasil, Bolsonaro eligió divertirse de quienes opinaron en la previa que la derecha fascista podía articular un discurso de unidad para dejar atrás las “divisiones” que llevaron a que un mediocre diputado sea presidente del gigante de la región. Las consecuencias de no combatir las teorías fascistas del “enemigo interno” son demasiado graves. El discurso del macho facho Bolsonaro no fue tal, fue una declaración de guerra que solo dejó expuesto su odio hacia los movimientos feminista, socialista, sin tierra, sin techo y hacia las personas migrantes y afrodescendientes. Quedó claro porqué fue el candidato de la ultraderecha nacionalista y el fundamentalismo religioso: Bolsonaro afirmó, al final de su discurso en la Casa de Gobierno, que la bandera de Brasil solo volverá a ser “roja” si se mancha con su sangre, en defensa de la verde- amarilla.
Una declaración de guerra
Los partidos de izquierda PT (Partido de los Trabajadores) y Psol (Partido Socialismo y Libertad) no participaron de la toma de posesión, en una ausencia que llamaron un “acto de resistencia y protesta política”. La presidenta del Partido Comunista de Brasil, Jandira Feghali, también había informado que las y los representantes de su partido tampoco participarían. En sus palabras en el Congreso, Bolsonaro agradeció en primer lugar a “Dios”, relató su estancia de 28 años como diputado y aseguró que estamos en tiempos de “enormes amenazas” y “crisis moral”. Fue cuando habló de que fomentará la “legítima defensa para los ciudadanos de bien” y que la policía y las fuerzas armadas deben ser respetadas.
“Vamos a libertar a nuestra patria de la sumisión ideológica”, afirmó Bolsonaro en el primero de sus dos discursos, “vamos a devolver la esperanza”; “vamos a unir al pueblo, a valorar a las familias, respetar las religiones y combatir la ideología de género para recuperar nuestros valores”. Vale recordar que Jair Bolsonaro es ex capitán del Ejército y admirador de la dictadura de 1964-1985 en Brasil, además de fundamentalista católico y aliado al lobby de las iglesias evangélicas.
“Hoy es el día en que el pueblo empezó a liberarse del socialismo, de la inversión de los valores, del gigantismo estatal”. Bolsonaro chorrea su machismo apelando a la potencia y alimentando un discurso de caos para una supuesta refundación que no será más que la destrucción de los derechos conquistados a través de las políticas públicas durante los dos gobiernos del PT: “Brasil será visto como un país fuerte”. El Estado es “ineficiente y corrupto”, dijo, y afirmó que la economía se regirá por el “libre mercado” y por la “confianza para que se abran nuevos mercados”.
“Hay ideologías nefastas que dividen a los brasileños y destruyen los fundamentos de nuestra sociedad”, por eso dijo que había que “restablecer valores éticos y morales”. El componente fundamentalista religioso dominó ambos discursos del presidente brasileño: el primero en el Congreso y el segundo en la Casa de Gobierno. Y habló de “desideologizar la educación” pero sin hablar de las y los niños. Los ejes de su gestión serán la devolución de favores a los poderosos que lo apoyan y lo llevaron hasta la presidencia y con quienes concuerda: los grandes terratenientes y productores agrícolas; las ultraconservadoras iglesias pentecostales y la industria y los defensores de la flexibilización de la posesión de armas. Para los primeros, prometió reducir la presencia del Estado para aumentar sus ganancias; para los segundos realizó, por primera vez en una ceremonia de asunción presidencial una misa -un primer gesto-; y para los terceros, la promesa de liberar la posesión de armas, aun por decreto.
La ministra que odia a las mujeres
La ministra de Derechos Humanos, Familia y Mujeres es Damares Alves, y es el típico ejemplo de la subordinada que se alía con el poder de los machos para sostener un statu quo que le garantiza algunos pocos privilegios, generalmente de clase. Pastora evangélica, fue asesora del ex congresista homofóbico Magno Malta, y es una declarada antiderechos. “La mujer nació para ser madre”, suele afirmar, desconociendo la diversidad de roles que las mujeres y las disidencias ejercemos. Alves considera que el ideal de sociedad sería aquel en que las mujeres permanecen en las casas siendo solo las cuidadoras y reproductoras de la vida, mientras los varones trabajan y activan el espacio público para darles sustento.
Alves es además contraria a la legalización del aborto y partidaria de aumentar la persecución y las penas y ofrecer subsidios a las mujeres para que sigan adelante con los embarazos no deseados. En Brasil, al igual que en Argentina la interrupción legal del embarazo es permitida solo por causales, criminalización que seguramente subsitirá en este contexto de represión hacia las mujeres y las personas del colectivo LGBTTIQ desde la alta política. La Educación, al igual que en nuestro país y en toda la región, está siendo el campo de batalla y de ataque de parte de los fundamentalismos religiosos contra el movimiento de liberación feminista.
Para la ministra de Derechos Humanos, Familia y Mujeres que erigió Bolsonaro, es solo una de 22 ministrxs, pero ejemplifica el tinte de todo un gobierno y por lo tanto, de su decisión política de enfrenta al movimiento de cambio social con mayor poder de movilización del mundo en este momento. Para Alves la religión tiene que impartirse desde las escuelas para que las iglesias evengélicas gobiernen el país. Sin embargo para las feministas, educar desde una perspectiva laica y de género nos permite recuperar siglos de postergaciones y derechos negados que nos permitirían dejar de ser esclavas entre los esclavos y seguir vivas. Criticar a Bolsonaro, a su programa de gobierno, al machismo y al fascismo desenfadado que despliega, desde la agenda feminista es combatir un sistema de y para el odio que nos quiere sumisas, acompañando calladas, vestidas de rosa y sonriendo para la foto. Por eso ahí estaremos, de la mano con las otras, porque al fascismo no se le discute, se lo combate.