Por Mauricio Castro
Si bien el hecho de que buena parte de la audiencia siga a Javier Milei en las pantallas y el éter (el economista que más minutos sumó en medios durante 2018) se explica por su apariencia estridente, su frecuente vociferar desencajado y sus máximas absolutas, también cabe desconfiar del motivo por el que sus recetas están todos los días resonando en los horarios principales. Aquí, la segunda entrega del perfil del archienemigo de la emisión monetaria.
A pesar de todo, argumentos
Las fórmulas de Milei tienen poco de nuevo pero no puede dejar de señalarse cómo, a veces, para decir algo viejo es necesario aggiornar la apariencia. Ya en la primera entrega del perfil de este economista destacamos cómo tras sus columnas, que en tono estrambótico se autoproclaman novedosas, se reiteran argumentos nada originales para la historia (muchos, incluso, llevan casi trescientos años). Por eso, la propuesta esta vez es sopesar sus presupuestos con el mundo económico concreto.
Es fácil señalar a Milei como liberal. No sería una acusación, porque él mismo se autoproclama “liberal libertario” –interesante oxímoron, como decir “conservador revolucionario”, “estúpido sabio” o “tramposo del fair play”–. Tampoco es tan complejo demostrar que buena parte de la imaginería liberal se sostiene sobre falacias y premisas equivocadas.
Lo que sí es más complejo para entender es que los medios del mainstream se interesen por ese tipo de desarrollos explicativos; por no decir el poco lugar que se da en la pantalla a esas labores críticas. Ahí es donde Javier Milei ajusta las tuercas tal como están colocadas.
Si se traduce en palabras librecambistas, Milei diría que su propuesta es la “no intervención del Estado en el Mercado”. La siempre sobrada de ingenio, Rosa Luxemburgo, en cambio, dejó dicho que “el libremercado es la zorra libre en el gallinero libre”.
Es por lo menos dudosa la presencia mediática de alguien que repite efusivamente que el Estado no debe tomar decisiones políticas que alteren la economía. De por sí, es ingenuo creer que los Mercados globalizados existirían y los capitales concentrados habrían acumulado sus exorbitantes ganancias sin que los Gobiernos hubieran provisto el marco de leyes, tierras, tecnologías y brazos necesarios.
¿Qué cuestión se instala en agenda?
Los Estados sí intervinieron siempre en los mercados, es falsa esa oposición. Siempre han intervenido para conceder licencias a los monopolios o para regularlos en alguna medida, para favorecer a pequeños capitales o productores directos, para buscar desarrollar la industria con aranceles a productos extranjeros o abrir las importaciones, etcétera.
Tanto cuando se apropian de los recursos, como cuando se desguazan las empresas estatales en un remate, hay intervención en el Mercado. Desde luego que eso no quiere decir que Liberalismo y Proteccionismo sean lo mismo; da para sospechar si tanto Milei insistiendo en el anti-estatalismo con la falsa oposición entre lo estatal y lo privado, no es otra cosa que la apuesta para instalar su receta “hay que bajarle impuesto a las empresas” en la opinión pública.
No sería la primera vez que la estrategia es conducir el malestar por la situación de crisis generada en contra de los recursos del Estado. En varios momentos en Argentina, desde 1976 hasta acá, economistas contribuyeron a que el hartazgo lleve a las mayorías despolitizadas (o, al menos poco adeptas a discutir sobre economía política) a aceptar como legítimo que se venda lo estatal para usufructo privado.
Si a principios de 2017 Aerolíneas Argentinas recibía menciones internacionales por el cumplimiento de sus rutas, algún otro motivo existe para que el propio Gobierno prometa una compensación salarial gatillo y no la cumpla, con el posterior escarnio mediático que propina contra quienes la reclaman.
Y es claro que una aerolínea de bandera existe para garantizar rutas locales que, por no ser redituables, una privada no volaría. Por eso no son creíbles las palabas de un funcionario que diga que “la aerolínea no es rentable”; menos aun cuando ese mismísimo tiene una empresa de vuelos low-cost y acaba de auto-favorecerse con la decisión política de que el Estado ceda terrenos para que despeguen las aerolíneas low-cost.
En la historia sudamericana, si las empresas estatales son compradas por inmensos privados, no es sólo porque las consiguen a precios de oferta, es también porque sí que es posible que generen ganancia, sobre todo cuando esta es facilitada por el negocio con los mismos Estados. Eso ya bastaría para demostrar que Milei, sino es que selecciona cínicamente, alucina cuando se pinta la cara color librecambio.
Dígale liberal, que le gusta
Si cabe decir que Milei es liberal ortodoxo es porque sigue pegado a postulados monetaristas, como las recetas que atacan a la inflación no a través del crecimiento de la oferta y la garantía de la demanda, sino por la disminución de moneda circulante (que es igual a ajustar la demanda; algo que se lleva bárbaro con los salarios a la baja).
Quien haya dedicado algo de tiempo a la lectura de los conceptos de economía de Smith y Ricardo, sabe que aquello que planteaban sobre un mercado de competencia perfecta, condición indispensable para llegar a su tan ansiado librecambio, nunca fue un contexto que se dio sobre el planeta ni era un punto de partida. Si no hay mercado de competencia perfecta, sino monopolios transnacionales cada vez más concentrados, ¿cómo van a poder aplicarse las políticas liberales?
No puede desconocerse que toda la teoría neoliberal de los Chicago Boys, Milton Friedman, Von Hayek, Thatcher, tanto como Martínez de Hoz o Cavallo, siguió sosteniendo sus justificaciones librecambistas en un fantasioso mercado de competencia con igualdad de posibilidades. Esas medidas favorecían las libertades de mercado, sí, sobre todo las de los grandes monopolios. Tampoco es errado poner en esa línea a Milei.
Junto con el vetusto juego de abrirse a la libre extracción de materias primas y el libre ingreso de bienes terminados, persiste el cuento de hadas del librecambio que a menudo pasa por alto reflexionar sobre si todas las personas tienen igual posibilidad de acceso a salud, vivienda, títulos, trabajo calificado, padre multimillonario que regale una concesionaria de autos para el cumple de 18 y la reproducción de los hábitos y apariencias que el mercado demanda.
Al permanecer el cuento, más profundiza la brecha económica el hecho de que los capitales transnacionales tercerizan prácticamente todo el proceso de producción en distintas partes del mundo, con el solo criterio de poner a producir el eslabón de la cadena en el territorio donde más barato se pueda explotar fuerza de trabajo.
Además de insistir en que es el individualismo lo que hace avanzar al mercado, como si de una esencia atemporal se tratara, y que “es falso que el capitalismo es desigual” (como afirmó en su Conferencia titulada La superioridad aplastante del capitalismo), Milei persiste en argumentar a partir de una contradicción entre el mercado y el Estado (que con notar que los CEOs de las empresas dirigen los ministerios, parece suficiente para demostrar que es un curro de análisis).
Sin decirlo, emparenta al Mercado con los empresarios y a los empresarios con quienes “se esforzaron”, son exitosos, producen y “dan trabajo” (ojo, no es que trabajan para ellos y pagan salarios). Adelantando las cosas, en última instancia, lo que hace es presentar al público como algo de su conveniencia, como interés general, lo que en realidad es interés corporativo, de nada más que un sector.
Propuestas animadas de ayer y hoy
Por la inmensa cantidad de horas que argumentos como los de Milei llevan en la televisión (algo así como cuatro décadas, sino más), todavía es necesario aclarar que, sin el Estado argentino, el empresariado local no podría hacer sus negocios.
No hace falta referirse al saqueo de la Campaña del Desierto, la Dictadura Militar o la Patria Contratista. Todavía hoy, todos los días, sucede la estatización de la deuda de las empresas privadas, la inversión en las autopistas cuyos peajes luego facturan empresas privadas, etcétera, etcétera.
De forma maniquea, Milei dice sin tapujos que para él no hay más que dos sistemas: “Capitalismo y Socialismo” (en la misma Conferencia citada). En una sólida demostración empírica de que no ha leído El capital, o que nunca ha entendido qué quiere decir que “el socialismo es la gestión de la producción en manos de quienes la producen”, Milei deja del lado de Socialismo todo lo que sea igual a intervención estatal, que en su fantasía económica es igual a todo lo que obstaculizó que el Mercado condujera al paraíso.
Por otro lado, apoya sus explicaciones sobre qué es Capitalismo no en la explotación de trabajo ajeno mediante el salario, ni en la apropiación, por parte de unos pocos de los medios de producción –en connivencia con los Estados, que eran los que ponían a los ejércitos–, sino en un imaginario de igualdad de oportunidades, que evita dar nombres propios y hace pensar en PyMEs familiares, más que en corporaciones que hacen lobby político para que el Estado interfiera y garantice las ganancias y las leyes para contratar mano de obra barata.
¿Ejemplos? En noviembre de 2018 en Argentina, el Estado acordó con Autopistas del Sol que aquel le cubriría a la empresa la disminución de ganancias que estaba teniendo por la menor cantidad de autos que transitaban por la autopista desde que aumentó sus peajes para incrementar sus beneficios. Meses atrás, el Estado había compensado a empresas privadas de gas que incrementaron las facturas menos de lo que luego aumentó el dólar, en una demostración de que las privatizadas de servicios gozan de paritarias permanentes a gusto y piacere.
Resulta por lo menos dudoso que el economista de cabello frondoso y ojos de CEO desconozca que la mayor cantidad de subsidios los reciben las empresas más grandes: desde cadenas de supermercados que tienen licencia de una década para no pagar impuestos, hasta quita de retenciones o licencia para que exportadoras liquiden las divisas donde quieran, desde Panamá a Suiza, sin entrarlas a nuestro país.
Su tan repetida solución mágica de quitar impuestos a las empresas se efectúa día a día en Argentina para las grandes corporaciones (que son las que pueden comprar las privatizadas estatales), y ello no viene repercutiendo (como no lo hizo nunca en la historia en ningún país) en crecimiento de las inversiones, caída del desempleo y disminución del déficit, sino en el traspaso de las tarifas a las PyMEs, los sectores trabajadores, jubilados y de trabajo reproductivo.
Claro que esto último son sólo mostraciones, y la presencia mediática, como la fascinación del auditorio, no se trata de eso. En cualquier caso, siempre Javier Milei podría agarrar el micrófono y, con el glamour que otorga el nombre adquirido, a los gritos decir que lo que dijimos es una burrada.
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