Por Francisco J. Cantamutto | Foto de Julieta Lopresto Palermo
El 2018 culmina con un balance negativo para la Argentina. El año está cerrando con unos índices de inflación que rondan el 48% interanual, un nivel que no veíamos desde 1991. ¿Fatalidad o impericia política?
Contrario a las inclemencias meteorológicas que invocó repetidas veces Mauricio Macri, los malos resultados económicos de este año (y de toda la gestión cambiemita) son producto de las políticas económicas de Cambiemos. La inflación, aquel problema que enunciaban tan sencillo de resolver, ha empeorado. No sólo eso, sino que todos los indicadores conocidos coinciden en la existencia de una cruda recesión. El último dato revelado por el INDEC afirma una caída del 3,5% para el tercer trimestre del año y no hay buenas expectativas con los resultados del último trimestre.
Pero no sólo el 2018 arroja números negativos. En estos 3 años de gestión macrista hubo nulo crecimiento de la economía y una inflación elevada que, según los datos de la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo (UMET), totaliza un 158% para los y las trabajadoras, distribuida de manera desigual. De cada 10 personas que viven de un salario, la persona de mejores ingresos enfrentó en total, de 2015 para acá, una inflación del 140%, mientras que para la persona con peores ingresos fue del 180%. Es decir, recesión e inflación que se distribuyen de manera desigual, afectando más a quienes menos tienen.
En este contexto, la pérdida de capacidad adquisitiva es la regla y, según cada sector, estamos hablando de un deterioro que oscila entre el 13 y el 20% del salario o de las asignaciones, según el caso.
A estos datos duros hay que agregarle un creciente desgaste de la imagen política del gobierno que, después de haber salido victorioso en las elecciones de octubre del año pasado, se sintió con capacidad de llevar adelante su programa de reformas: acelerar y entrar en esa fase de “reformismo permanente” (según palabras del propio Presidente en el discurso pos elecciones) y avanzar con sus programas.
La reforma previsional y la tributaria que se discutieron en diciembre del año pasado, si bien pasaron por el Congreso, le generaron un terrible desgaste al gobierno en la imagen pública y en las calles. Este desgaste signó el 2018. Además, en muchos sentidos la tercera reforma que no pasó, la laboral, se empezó a implementar a través de los convenios colectivos de trabajo, como hace poco denunció el recientemente creado Foro de Abogados Laboralistas, ligado a los sindicatos.
En este sentido, hay que interpretar el 2018 como un año en el cual se intensificó el programa de Macri, confluyendo las tendencias regresivas y contradictorias. Hay que recordar que a inicios de año se suponía que había cierta calma en relación a la bicicleta financiera por el tipo de cambio relativamente estable junto con las altas tasas de interés. Este esquema, que es social y económicamente inviable, entró en problemas entre abril y junio, cuando se dieron sucesivas corridas cambiarias que, además de generar la salida de Sturzenegger del Banco Central, facilitaron al gobierno el acuerdo con el FMI como una necesidad.
Este acuerdo, revisado en octubre, blindó, con el acuerdo geopolítico extranjero y sobretodo de Estados Unidos, al gobierno de Cambiemos en este programa de ajuste social y reformas estructurales. En ambos puntos el gobierno está avanzando. La crisis autoinducida no puede confundirse con un fracaso en sus objetivos de política económica.
El FMI le prestó más de 50 mil millones de dólares que se suman a los 100 mil millones ya tomados por otras vías, haciendo a la Argentina el país que tomó deuda de manera más acelerada en el mundo y mostrando indicadores de deuda-PBI insostenibles para cualquier economía. El riesgo de cesación de pagos es inminente y va a condicionar a cualquier gobierno que gane las elecciones el año que viene, sea Cambiemos o de cualquier gobierno de tinte popular.
El acuerdo con el FMI, además de incorporar esta liquidez de emergencia que ya se ha fugado del país, lo que hace es imponer una serie de reglas o condicionalidades. Al Banco Central se le quitaron varias herramientas de intervención en el mercado cambiario, limitando gravemente la soberanía para llevar adelante política monetaria o cambiaria. Además se incentivó a disminuir el déficit fiscal de manera taxativa, llamado “déficit cero”, lo que le impone trabas al gobierno para gastar y emitir para reactivar la economía. Un problema para el año que viene, en el cual habrá elecciones.
Cómo sorteará esto el gobierno es una incógnita. El FMI además, con la anuencia del gobierno argentino, va a avanzar en una serie de reformas estructurales que incluyen una segunda reforma previsional, algunas privatizaciones y la reforma de la carta orgánica del Banco Central para poder retrotraer la situación al 2012, cuando el BCRA podía intervenir con objetivos de desarrollo y no sólo de estabilidad monetaria.
De conjunto, durante este año el gobierno se mostró incapaz de contener la inflación e incapaz de generar crecimiento pero muy eficaz para recortar salarios y medios de vida, favoreciendo un esquema de alta competencia entre trabajadores y trabajadoras que permite a las empresas forzar reorganizaciones favorables a sus intereses. Según los datos de Gustavo García Zanotti, un puñado de empresas han sido beneficiarias de miles de millones de pesos por las medidas tomadas por este gobierno durante este período.
Para cerrar el blindaje que el gobierno busca a nivel internacional, durante todo el año resonó el G20, donde el gobierno se mostró ante el mundo como un eslabón clave en esta “lucha contra el populismo”, recurso metonímico que utilizan para nombrar a todo aquel gobierno que haga alguna receta por fuera del estándar neoliberal.
Esta crisis autoinducida se apoya en un esquema insostenible, que hoy por hoy revive el programa de principios de año, con un dólar a casi $40 y tasas de interés que apenas bajan del 60%. De cara al año que viene se trata de un gobierno atado de pies y manos que no puede hacer política monetaria ni cambiaria, con muy poco espacio para la política fiscal.
En términos de política exterior, se encuentra subordinado a los intereses de las potencias como se vio en la firma de los acuerdos con China que luego tuvo que desdecir por presión de Estados Unidos. Además, en las sesiones extraordinarias del Congreso aprobaron un tratado de libre comercio con Chile, es decir, el Gobierno continúa pasando reformas estructurales a medida que avanza durante la crisis.
Con este panorama va a enfrentar un año de elecciones muy complicado, donde la posibilidad de default es real o, en el mejor de los casos, de renegociación forzosa de deuda. Cambiemos va a hacer lo imposible por dejar este legado al gobierno que le siga pero no está claro que lo pueda lograr. Se viene un 2019 de mucha intensidad en las luchas para tratar de retrotraer el ajuste y evitar que pasen más reformas estructurales.