Por Diana Michelle García* / Foto: Publimetro
En uno de los países con mayor número de agresiones sexuales a niñas y adolescentes, las denuncias por violencias contra congresistas y el electo gobernador de Arequipa, quedan en la impunidad. A pesar del coraje de las violentadas, en el país andino los abusadores de poder son premiados.
El día que nació mi hermano estuvieron a punto de raptarme. Recuerdo a mamá ingresando a un parto de emergencia y que a nadie le importó dejar a una niña sola. Y a veces pasa que una se queda sola en un lugar seguro, pero en el momento equivocado. Así me pasó a mi en el hospital. Un hombre mayor, de unos 40 años (yo tenía 4) empezó a convencerme de que lo acompañara a desayunar. Y cuando no quise ir, me cogió de los brazos y me cargó. Yo, por el miedo, me quedé en un estado de quietud y sin voz. Y cuando reaccioné atiné a agarrarme tercamente del pasamanos de las escaleras, con una fuerza que nunca supe de dónde saqué. Me sujeté tan fuerte que luego me salió -por fin- la voz, y grité. Grité con tanta fuerza que otro hombre salió, intervino y se quedó conmigo. El sujeto se fue corriendo. Y el episodio se quedó ahí. No dije nada porque yo tenía 4 años y a mi corta edad ya entendía que ese día debía ser un día feliz.
A veces las niñas, en nuestra condición de niñas, creemos firmemente que podemos proteger a los adultos. Mientras recuerdo esta escena es que leo en la plana de un periódico local en el que una niña de 10 años apareció muerta dentro un costal abandonado en Barranca, una provincia alejada de Lima en Perú. Ella desapareció cuando vendía gelatinas para apoyar en casa (nótese, una niña con responsabilidades de grande, ¡apoyar en casa!). Según los exámenes forenses, fue violada y estrangulada. Según confesó el violador, César Arquinio, él y su cómplice (17) la mataron cuando ella intentaba defenderse. Kelly murió defendiendose.
En Ventanilla, una adolescente de 14 años tiene miedo. La ex pareja de su madre, César Almeida Farro (41), la acosa mañana, tarde y noche. Cerca a casa, a la salida del colegio. Se ha convertido en su sombra. Y pese a que ha hecho la denuncia ante la policía por acoso, nadie ha hecho nada por ella. Un día, harta, coge el arma de su abuelo y la pone en su mochila. Ella está decidida a usarla si ese tipo le quiere hacer daño. Y el tipo lo hace. Un día la secuestra, la lleva a un cuarto y se dispone a violarla. Ella con valor – porque hace falta mucho para coger un arma, sacarla y apuntar – le dispara 3 veces. Lo mata. Ahora ella está luchando para que no la metan presa por homicidio en una prisión juvenil. Su crimen: defenderse de su violador.
Ante el panorama estremecedor, decidí que mejor no veía noticias por algunos días. A veces hay que respirar del mundo por salud mental, para evitar siquiera un poco la desesperanza. Porque autocuidarse no es malo. Pero la violencia hacia las mujeres son un lamentable cotidiano.
Cerca a mi casa, Marisol Estela Alva apareció muerta dentro de un cilindro, de esos que se usan para gasolina. El cilindro estaba dentro de un hoyo enterrado con maquinaria en un descampado de Villa el Salvador, un distrito de la capital. Su cuerpo estaba dentro del cilindro relleno de cemento, ácido muriático y cal. Había desaparecido días antes y la buscaban. Marisol había venido de Cajarmaca a la capital para estudiar enfermería. Tenía mi edad, 25. Enterrada peor que basura. La vida y la dignidad de una mujer parece valer menos que basura. Es que ser mujer está jodido. Está tremendo. Ser mujer es sinónimo de valentía estos días.
Moises Mamani, congresista de Fuerza Popular, le “metió la mano” literalmente a Lana Campos, aeromoza de la línea Latam. Ella hizo la denuncia. La empresa para que labora la respaldó. Pero ella no sabía que su agresor era un congresista. Esto ha hecho el caso mediático. La llamaron a la comisión de ética del parlamento y en lugar de respaldarla, ella sintió que la atacaron. Sobre todo, una congresista mujer de la misma bancada que el denunciado. Lana llora y una parte de ella se arrepiente de haber hecho la denuncia. Pero ahí está, firme. Porque “que te metan la mano” es violencia. Y que lo haga un congresista es tan grave como el que lo haga una persona común.
En ese espacio, Paloma Nóceda, también congresista, denunció que un congresista la acosó durante los primeros meses de la legislatura. Y que las asesoras y asistentes mujeres de los diversos despachos también han pasado situaciones similares. Viven con ese temor en un lugar que debería ser seguro. En el Congreso, ¡el segundo poder del Estado! Los que deberían velar por los derechos de la ciudadanía, de las mujeres, pero que ahora es famoso por blindar y encubrir a violadores, agresores y pederestas.
El domingo 9 de diciembre se realizó el Referéndum y la elección en segunda vuelta de los gobiernos regionales y municipales a nivel nacional en Perú. En ese proceso electoral ha ocurrido algo gravísimo. Y es que el gobernador regional electo de Arequipa, Elmer Cáceres, está acusado de violación sexual por tres víctimas distintas. Denuncias que quedaron sin resolución, sin investigación y en la impunidad. Un acusado de violación electo en un cargo de representación ciudadana y regional. Qué impunidad. Y qué asqueroso.
Entonces la pregunta del millón es: ¿A cuántas más tienen que matar para que dejen de decir que somos exageradas? ¿A cuántas más tienen que violar para que se pueda hacer algo? ¿Cuántas víctimas más tienen que aparecer para que volteen a mirar las reales dimensiones de la violencia? Disculpe la molestia, pero nos están matando.
*Publicado originalmente en Nómada