Por Laura Salomé Canteros y Nadia Fink / Fotos: Alejandra Malcorra
Tras la absolución de los acusados por el femicidio de Lucía Pérez en Mar del Plata, reflexionamos rabiosas. Las estructuras judiciales temblarán hasta oírnos, porque de lo contrario serán los que pactan implícitamente con violentos los que se quedarán sin voz. Exigimos justicia para Lucía.
Nos escuchan de argumentos potentes, nos ven alegres y masivas y sí, pretenden poner un freno a nuestro avance de derechos. Tenemos propuestas para cambiar el mundo, hacerlo vivible, conmover de plano y remover los privilegios y asimetrías en cada ámbito que habitamos; redistribuir los banquetes dejando atrás las discriminaciones que nos violentan; y recuperar todo lo que el sistema de poder heteropatriarcal le ha negado a más de la mitad de la población del mundo.
Entendimos con dolor el porqué de la sistematicidad de los femicidios, la crueldad de la política del disciplinamiento de los machos que nos odian por mujeres, lo que causa un promedio de 137 de nosotras menos por día en el mundo; en manos, generalmente, de ex parejas o varones cercanos. En Argentina, entre enero y octubre de 2018, fueron asesinadas 255 mujeres y niñas, una menos cada 32 horas. Pero algunas fueron violentadas más de una vez, como Lucía Pérez.
¿Te imaginás que de repente estas palabras se desvanezcan porque vos o yo no estemos más? ¿Que nuestros gritos se vuelvan silenciosos? ¿Que la sociedad deje de pensar que un macho abusa y viola por poder? ¿Que la reacción conservadora bajo la tiranía de la desinformación gane el sentido común y las feministas pasemos a ser las violentas? Pretenden poner un freno a nuestro avance de derechos. Lo hacen sacando a relucir los privilegios que anhelan conservar. Lo hacen ejerciendo en los lugares de decisión que (aún) ocupan: como el inaceptable fallo de los jueces Facundo Gómez Urso, Pablo Viñas y Aldo Carnevale, del TOC 1 de Mar del Plata, que no encontró responsables de abusar y violentar hasta asesinar a Lucía Pérez hace poco más de dos años. Si no pueden asegurar(nos) reparación, renuncien. Porque si no, corren el riesgo de convertirse en cómplices de la crueldad de esa política de disciplinamiento.
Un fallo que no está a la altura de la historia
Son 71 las páginas del fallo que nos falla y que absuelve a Matías Farías (23) y a Pablo Offinadi (41), acusados de violentar sexualmente y asesinar a Lucía Pérez, de 16 años, el 8 de octubre de 2016, y a Alejandro Maciel por “encubrimiento agravado”.
El juicio había comenzado el 31 de octubre, y casi un mes después y a pesar de las pruebas y denuncias de la familia de Lucía, no hubo responsables por su muerte y por las violencias que padeció. El debate oral se basó en la hipótesis de tres sujetos que, como coautores, abusaron de Lucía, cuando el fiscal ni el particular damnificado llegaron a sostener tal alternativa en sus respectivas acusaciones. Sin embargo, los jueces del TOC 1 de Mar del Plata afirmaron que “los operadores estatales que forman parte del sistema penal no estuvieron a la altura de las circunstancias en este caso”.
“La historia de Lucía, da cuenta de su fuerte personalidad y de su vitalidad, en términos físicos y psíquicos”, se afirma en el veredicto. En él se cita que es “unánime” la conclusión de los médicos forenses de que no existió abuso. “El contexto dio margen para la especulación: gente de mal vivir, venta de drogas, marginales, pero eso no los convierte en violadores ni asesinos, salvo que, violen o asesinen. Lo que no se probó”, agregando que “la prueba ha ofrecido claridad en torno a la inexistencia de un abuso sexual con acceso carnal y de una responsabilidad (imputación) por la muerte de Lucía”.
La vida privada de la víctima, que era menor de edad, fue, sorpresivamente, también citada como (no) prueba para constatar su abuso. “Lucía no estaría con nadie sin su consentimiento”, afirmaron los jueces, “de los chats analizados surge claramente que sus vivencias alejan por completo la posibilidad de que hubiera sido sometida sin su voluntad”, agregaron. “Tenía más de 20 faltas en el colegio por haberse quedado consumiendo estupefacientes, que tenía relaciones con todos aquellos que le gustaban”.
Respecto de la diferencia de edad entre dos adultos que comercializan drogas con una menor de 16 años, los jueces pusieron el ojo y la palabra otra vez en la víctima: “Lucía tenía 16 años y Farías 23, por lo que sería muy forzado hablar de una situación de desigualdad o superioridad, sobre todo teniendo en cuenta la personalidad de Lucía quien no se mostraba como una chica de su edad y que además había referido mantener relaciones con hombres de hasta 29 años”, osaron decir de corrido detrás de un escritorio quienes creen que son inmunes a la mirada del afuera. La perspectiva de género, incorporada hace décadas en el juzgamiento de los delitos sexuales en el Derecho Internacional, les fue absolutamente indiferente. Así también lo consideró el Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales y Sociales (INECIP).
“Todo fue en un marco de normalidad y naturalidad, todo fue perfectamente querido y consentido por Lucía Pérez”, se atrevieron los jueces. “Esa desigualdad entre hombre y mujer, esa asimetría en la relación de poder, no se hallan presentes en este caso. Acá no ha existido ni violencia física, psicológica, subordinación ni humillación ni mucho menos cosificación”. Lucía “no estaba en situación de calle”, “tenía amistades, elegía qué consumir y con quién compartir su intimidad”. “No está en el ánimo del suscripto juzgar la vida sexual de Lucía, pero de los chats analizados surge claramente que sus vivencias en ese sentido alejan por completo la posibilidad que hubiera sido sometida sin su voluntad”.
Feminismo para vivir
La familia de Lucía escuchó estupefacta el fallo. Lo primero que pudo articular Marta Montero, la mamá, fue: “Ellos no la violaron, no la mataron, no le dieron nada. Y la muerte de mi hija qué, ¿es de regalo?”. No hay paz para Marta y Guillermo, el papá, después del femicidio de su hija. No hay días ni noches, sino tal vez, como un destello de esperanza, la posibilidad de que se haga un poco de justicia. Por Lucía y por todas las pibas que están en Mar del Plata, fumando un porro o no.
Marta aseguró que esta sentencia es como “volver a matar a Lucía”. “Me pasó lo mismo que cuando fui a la Comisaría y me dijeron que Lucía había muerto”, afirmó. “La mataron ellos”, dijo Marta a la salida de los Tribunales y con el acompañamiento de quienes se acercaron, “(Farías, Offidani y Maciel) la sacaron viva de mi casa y la llevaron muerta al hospital”, agregó. Pero “vamos a seguir luchando, como estamos haciendo hoy con esta gente maravillosa que nos está acompañando”. Informó que apelarán la sentencia y que pasarán a Casación, y que “ahí se seguirá la lucha” y también sugirió, en memoria de su hija, que “se podría hacer una marcha, que ayuden a no volver a matar a Lucía”.
Es por Lucía y por todas que, el día en que se conoció su brutal femicidio, las mujeres de Argentina decidieron hacer el Primer Paro Nacional para avisar que la cuestión era en las calles, en las casas y en la vida toda. Porque por la vida se pelea hasta el final. Es por eso que Marta afirmó, con la foto de su hija sonriendo desde sus manos: “Para los jueces no existe la muerte de Lucía… Lo van a volver a hacer, hay más chicas dando vueltas. ¡Es una vergüenza!”. Y siguió diciendo, para que la escuchen, para que no llegue el silencio: “El mensaje que dejan los jueces es: ‘hacelo, total no pasa nada'”.
Las calles fueron otra vez lugar de mareas, esta vez de mujeres rabiosas. El fallido Superclásico -que demostró una vez más la connivencia entre barras bravas, policía y políticos de turno; que olvidó que el fútbol eran once contra once y hoy son un puñado de jugadores temerosos y sin compromiso sometidos al sponsor, pinchados por mánagers y endiosados por periodistas conviviendo con otro puñado de machotes en asociaciones ilícitas que descreen de los colores y abrazan los negociados. Marchamos en ocasión del día de lucha contra las violencias hacia las mujeres. Contraponiendo color al escenario donde los machos sacan pecho y gritan a lo tarzán. Por eso, en medio de ese 26 de noviembre, llegó la noticia del fallo de los jueces. A tono con el día y la intención de embarrar las canchas. Pero no se confundan, que lo otro es un partido de fútbol aunque intenten mostrarlo como una guerra. Y esto fue el femicidio de una piba y la burla de tres jueces que decidieron cerrar filas y jugar para los de su equipo.
De eso se trata, en definitiva. De jueces que se pasean levantando banderas de una justicia que queda lejos de entender perspectiva de clase y perspectiva de género (aunque con tal de que no se levante la de género apelen a la clase: “Gente de ‘mal vivir’, venta de drogas, marginales, pero eso no los convierte en violadores ni en asesinos, salvo que, por supuesto, violen o asesinen, lo que no se probó”). El “pacto entre caballeros” logra unir a marginales distribuidores de drogas que venden a pibas menores de edad con señores jueces que dan clases, juegan al rugby o pasean los domingos de la mano de sus niñes con ropa de marca. El machismo lo hace posible: las murallas que levanta la diferencia de clase las tumba la necesidad de salvarse entre ellos porque si cae uno, como un efecto dominó imparable, caen todos.
Y en ese contexto nos preguntamos: los poderosos de siempre, ¿pretenden castigarnos por cuánto hemos avanzado? ¿Será que en sus fantasías animadas logran frenar la utopía feminista de una vida digna para todes? Es una guerra, nos matan y nos violan a diario aunque elijamos visibilizar nuestras propuestas para superarlo. Pero lo de Lucía nos golpeó directo. Por eso quizá es hora de decir: “Queremos el pan y las rosas, nos queremos vivas y libres, exigimos nuestros derechos y no vamos a pedir permiso para ejercer nuestra autonomía. Y sí, también vamos por ustedes machos, por los lugares de poder que representan”. A la violencia de la guerra machista le anteponemos las armas del feminismo para vivir. Porque al patriarcado y al pacto entre los machos, ¡los vamos a derribar! Lucía Pérez, ¡presente!