Por Federico Pita*
El avance de la derecha más reaccionaria, fascista y racista en el continente, es un hecho. El ultraderechista Jair Bolsonaro está a semanas de asumir el gobierno de la economía más fuerte de Sudamérica y eso inevitablemente va a desestabilizar políticamente la región y a fortalecer el proceso de avance de las derechas en el continente. Ahora, la consolidación del proyecto neoliberal en algunos países cuenta con la miopía cómplice de los progresismos y ciertas izquierdas que no terminan de encontrar el rumbo. Pues ha quedado de manifiesto que la propuesta de estos últimos de una inclusión de los sectores populares a la ciudadanía vía el modelo de “nuevos consumidores” no se traduce en el aumento de la participación concreta en los espacios de toma de decisión en el sistema democrático. Por el contrario cada día son más los sectores que se sienten defraudados y excluidos, convirtiéndose en presas fáciles de los neofacismos y su maquinaria de marketing político.
A modo de ejemplo, en las últimas elecciones legislativas en Argentina, con un escenario político de polarización y una oposición fragmentada, surgió una luz de alarma para nuestra joven democracia. El siguiente es un indicador de la decadencia de nuestro sistema político: en los dos distritos electorales más grandes del país (provincia de Buenos Aires y CABA), de 14 millones de votantes habilitados alrededor de 4 millones no votaron; y de los que sí lo hicieron, un gran número votó “por la opción menos mala”. Porque el desencanto popular en la democracia es pasto fértil para la antipolítica, herramienta fundamental de las nuevas/viejas derechas, es necesario acudir de forma urgente a un replanteo completo de nuestro sistema democrático. Necesitamos una transformación que vaya al corazón de un sistema político excluyente, encapsulado, de castas, que se ha convertido en rehén de las grandes corporaciones.
En nuestra Constitución Nacional, el Art. 25 estipula que: “El Gobierno federal fomentará la inmigración europea; y no podrá restringir, limitar ni gravar con impuesto alguno la entrada en el territorio argentino de los extranjeros que traigan por objeto labrar la tierra, mejorar las industrias, e introducir y enseñar las ciencias y las artes.” Este artículo fue redactado al calor del racismo científico imperante en las élites de la época, impulsado por pensadores como Sarmiento, quien proyectaba una Argentina blanca y europea como atajo hacia el progreso. Hoy ese pensamiento sigue gozando de plena salud. El senador Miguel Ángel Pichetto, por ejemplo, abanderado nacional de la xenofobia, no deja de exigir en cuanto micrófono encuentra el endurecimiento de las políticas migratorias, ya que ve en las migraciones no europeas de la actualidad la fuente de todos los males. Y como si fuera poco encuentra en el gobierno nacional, un aliado dispuesto a ver quién es más duro en materia migratoria. Así, estamos asistiendo a una profunda derechización del proceso político en la Argentina, de consecuencias negativas incalculables.
A muchos les parecía descabellado que en nuestro país, la derecha otrora golpista tomara el poder por vía de elecciones democráticas. A más de uno le parecía descabellado que Donald Trump, un outsider de la política y proxeneta de la franquicia de Miss Universo, fuese presidente de la principal potencia mundial. A otros tantos les parecía aún más descabellada la idea de que un racista y misógino como Bolsonaro fuese presidente de Brasil. Cuando parece que lo hemos visto todo, todavía nos queda mucho por ver.
Estamos en una etapa decisiva de nuestra novel democracia. Probablemente nos estemos jugando las últimas cartas en el intento de retomar la senda de la Segunda Emancipación Latinoamericana que celebraba Enrique Dussel hace unos pocos años. Para volver a esa senda será necesario un verdadero proceso de autocrítica y reflexión por parte de las izquierdas y los progresismos latinoamericanos, para abandonar dogmatismos los unos y cierto paternalismo los otros. Es preciso que se comprenda cabalmente lo urgente y lo necesario de encarar un profundo proceso de democratización del sistema de toma de decisión que encuentre a las bases populares formando parte del entramado mismo del poder como garantía única de una verdadera revolución dentro de la democracia. El empecinamiento de las conducciones de los progresismos y las izquierdas locales, abrumadoramente masculinas y blancas, en reducir y subordinar nuestra diversidad política a la clase como única categoría política válida, termina por operar como un factor de exclusión política para las mayorías populares, abrumadoramente femeninas y no-blancas.
*Politólogo UBA. Director de El Afroargentino.