Por Claudia Florentin / desde Brasil (*)
A días del arrasador triunfo de Jair Bolsonaro en la primer vuelta de las elecciones de Brasil, y a dos semanas de la segunda elección definitoria, una reflexión cotidiana y feminista desde San Pablo que sigue reafirmando porqué #ElNo.
Mi cuerpo de mujer, mi alma unida a miles de mujeres que me precedieron siente el temblor.
Sabe, con esa sabiduría ancestral que no tiene lógicas para los sistemas dominantes, que habrá mucha oscuridad y tremenda tristeza si el poder que avanza montado sobre odio y supuestas seguridades logra imponerse.
Suben al metro en San Pablo los partidarios del fascismo con sus banderas verde amarillo y las camisetas de fútbol, como si fuera un partido y no el espacio donde se dirime la geopolítica regional y el futuro de los derechos de nuestros pueblos.
Hacen temblar el metro con sus cánticos promoviendo la marginación de lo diverso y el exterminio de lo logrado. Me voy corriendo a los vagones más lejanos porque esa masa mayormente masculina se mueve poderosa cuando circula en patota y mi cuerpo es consciente de que ese atropello no sabe de “no”.
Nos miramos con las mujeres en el vagón. No decimos nada. No hacen falta palabras. Sabemos que esa marea debe estar lejos. La queremos apartada de nuestros cuerpos y de nuestras almas. La energía del odio, del machismo, del fundamentalismo envicia y contamina, mata. Sabremos de eso quienes hemos sido la mitad invisibilizada y violentada de la especie humana.
Es la misma matriz que genera la destrucción de nuestra casa común, que explota cuerpos como mercancía y sostiene opresiones en nombre de un dios que desconozco, que se inventaron. Es el mismo sistema patriarcal que se prende de los temores y aumenta los miedos de tanta gente en Colombia, en Perú, en Paraguay, en Argentina. Miedo a lo diferente, a lo diverso, a lo que se sale de la binariedad que plantea el bien y el mal como lo que se combate o se defiende. Casi cruzadas de tiempos posmodernos.
Soy teóloga, soy cristiana evangélica, soy feminista. No quiero ver esa cruz. La que portan no es la del crucificado. Es una donde crucificarán nuestros derechos, donde torturarán al pueblo empobrecido, donde lastimarán hasta el hartazgo la rica diversidad.
Mi cuerpo, mi alma, mi ser todo respira cuando se bajan. Nos miramos suspirando. Pienso que ese vagón completo sería blanco del odio: mujeres negras, jóvenes gay, yo-mujer feminista portando el pañuelo verde…
Recuerdo que la luz brilla en las tinieblas como dice un antiguo lema de mi pueblo y quiero creer porfiadamente en eso. Sostener mi fe cristiana en aquel Maestro pobre crucificado por amor por un sistema de muerte.
Me digo #ElNo- Como Él Nunca, Nadie, en Ningún lugar
Proclamo: No en nombre de ese Jesús.
Repito: Nunca en nuestra representación como mujeres, como diversas, como soberanas, como libres.
(*) Publicada originalmente en Surgentes