Por Ana Paula Marangoni
Corina Bonis fue secuestrada y torturada cuando regresaba de una olla popular. “No más ollas” le escribieron en el cuerpo. Fue en Moreno, el mismo lugar donde Sandra y Rubén murieron por una explosión de gas. Ni ollas, ni escuela digna, dicen. Pero nadie les hace caso.
Moreno es uno de los partidos del conurbano donde las malas decisiones de los gobiernos de turno anticipan los peores resultados. Por su enorme población, por ser uno de los lugares con mayor índice de crecimiento y por albergar un enorme caudal de los movimientos migratorios que produce la búsqueda laboral alrededor de la gran Buenos Aires, entre otros factores, es que en el segundo cordón del conurbano las malas decisiones económicas se vislumbran más temprano. Básicamente, allí se vive con mayor contundencia la desigualdad social, provocada por el desequilibrio entre cantidad de habitantes y la capacidad efectiva del sistema de incorporarlos a una economía formal. En los barrios de Moreno, como en tantos otros del conurbano, se changuea, se cartonea, se venden artículos en el tren y rumbo a la capital, se trabaja de empleada doméstica en casas, se consigue trabajo temporario en la construcción o en fábricas. Se labura en negro o cuando se puede. Y cuando la economía se cierra, son los primeros en enterarse.
No es de extrañar que, en partidos de este tipo, las escuelas, los comedores y los espacios sociales tengan un rol más que importante. Allí se resuelven con voluntad microeconómica los problemas macroeconómicos. Sabiduría de los de abajo en un país que padece cíclicamente políticas destructivas, para organizarse cuando el hambre empieza a llegar a los estómagos. Desde hace cuarenta días, las escuelas morenenses se encuentran en estado de emergencia permanente, después de que dos docentes, Sandra Calamano y Rubén Rodríguez, murieran por el estado crítico en el que se encuentran las escuelas públicas.
Contrariamente al sentido común de los medios aliados del hambre, lejos de quedarse en sus casas y dedicarse a unas mini vacaciones, los docentes persisten en una lucha activa para que los edificios en condiciones infra humanas puedan volver a abrirse con la dignidad que cualquier ser humano merece. Básicamente, para que ir a la escuela no ponga en riesgo la vida de esas personas. Y mientras hacen asambleas y organizan marchas, también se ocupan de que los chicos y las chicas puedan comer.
Corina Bonis ayer volvía a su casa del SEC 801, luego de realizar una olla popular. Pero en el camino fue secuestrada, amenazada y torturada. El mensaje mafioso grabado en su piel estremece más todavía: “ollas no”.
Cuesta entrar en densidades analíticas cuando la crudeza de los hechos habla por sí sola. Pero al menos parece necesario denunciar el límite al que lleva una política cínica, que no solo está empujando a los sectores populares a límites desesperantes de sobrevivencia, sino que ostenta el desprestigio, la amenaza y el terror en quienes se ocupan de resolver lo que quienes deben no hacen.
Mirar a Moreno, escuchar a Moreno, en primer lugar, debería ser un síntoma de sensibilidad y empatía con los sectores más castigados por el ajuste brutal que solo recae duramente sobre la clase trabajadora. Pero lo empírico demuestra que esa empatía no emana naturalmente ni de Vidal ni de Macri. En el caso de la gobernadora, pasó de ser en tiempos de campaña electoral una promotora de los derechos de los docentes, a deslegitimarlos durante su gestión recortando salarios y presupuestos para comedores e infraestructura; mientras declaración tras declaración se ocupó de falsear los números de sus sueldos, de minimizar la problemática del recorte en educación y de extorsionar con descuentos desproporcionados a quienes hicieron y siguen realizando paros o medidas de protesta.
En cuanto a nuestro presidente, los cinco peores meses de su vida lo han llevado a determinar una retención irrisoria para los grandes terratenientes agroexportadores, solo por ejemplificar, mientras intenta diezmar Asignaciones Universales, y desbarata aún más el presupuesto en salud y educación, entre otras áreas destinadas a promover el desarrollo de los sectores populares.
Descartando entonces una empatía de quienes advierten que la universidad no es un lugar para “pobres”, entendiendo que se refieren, por ejemplo, a una buena parte de la población de Moreno, tal vez la memoria histórica debería darles algunas pautas para revertir esta situación.
En Moreno, como en otras zonas del conurbano, las crisis tocan timbre antes. Si la situación comienza a ser desesperante para muchas y muchos argentinos, en lugares como este medimos antes el termómetro de lo que anda mal.
Allá, por el 2001, los saqueos se vivían de forma dramática, y convivían con formas de resolver el día a día con ollas populares y trueques. Si la memoria colectiva recuerda algo, es que la unidad en los barrios salvaba vidas. Y que la organización comunitaria fue la verdadera salida inmediata de la debacle económica.
Hoy, la crisis económica se combina con una tragedia anunciada, que fue la muerte de dos docentes. Dos como tantos, que intentaban abrir las puestas de las escuelas a pesar de los reclamos reiterados que nunca se resolvían, ya naturalizados, opacados por el desprestigio mediático que sufrieron los docentes cada vez que reclamaban presupuesto para las escuelas. Era de vida o muerte. Pero lo entendieron tarde.
La reciente tortura de una docente del mismo distrito por hacer una olla popular, lejos de amedrentar una lucha, enciende la indignación.
Vidal también parece indignarse esta vez. Aunque no se indigna por la situación crítica que atraviesan hoy las comunidades educativas. No parecen en esta gestión estar preocupados por el hambre que empieza a poner en rojo uno de esos distritos que marcan el paso del conflicto social.
La experiencia del 2001 es dolorosa. Nadie quiere llegar a tales niveles de pobreza e indigencia. Nadie desea que el costo lo paguen los de abajo. Ni con su estómago ni con su vida. Porque en las altas esferas, sea en helicóptero o en Flybondi, siempre hay formas de irse y dedicarse a otros negocios menos agitados que el de manejar un país.
Y, sin embargo, en Moreno ya hay dos docentes muertos y una torturada por hacer ollas comunitarias. Porque en la escuela no solo se estudia. En la escuela, cuando nada funciona, los chicos se llenan la panza que no pueden llenar en las casas.
¿Cómo hacer coincidir esa realidad con aquella otra de la que hablan los funcionarios? ¿Cómo trazar un diálogo posible entre la lengua de la necesidad y la de los números, que recorta sin entender de vidas, que no distingue escuelas, hospitales, vacunas o ayudas sociales, de gráficos y variables económicas? ¿Cómo no prever que ese diálogo imposible solo lleva a agudizar y acelerar el conflicto social?
Quienes leen las recomendaciones del FMI pero no ven el hambre en Moreno, solo pueden profundizar una crisis que además de ser económica, es eminentemente social y política. Al terror nadie quiere volver. Y la tortura solo multiplicará las Corinas en los barrios. Multiplicará las marchas y las jornadas de protesta. Porque con el hambre no se jode. ¿Llegará algún eco a la rosada?