Por Ricardo Frascara
En estas líneas no encontrarán lamentos ni sorpresas, mejor unas líneas críticas que afirman lo que el cronista avizoró desde un principio: para ganar hay que jugar bien. El Mundial sigue y el fútbol, también.
Vamos a hablar en la tierra. Sin filosofar ni buscar interpretaciones más allá del fútbol. La primera jornada de octavos de final mostró el fútbol en un escalón superior al visto hasta ahora. En verdad, se están jugando finales. Y aparecen con nitidez las falencias de la Selección Argentina, que fue partícipe necesario en un partido excelente de la Selección de Francia. Otro espectáculo de primera fue el triunfo vigoroso de Uruguay sobre Portugal.
Y además, se produjo un hecho inesperado por los fanáticos de todo el mundo: en octavos quedaron afuera los mencionados como los dos mejores jugadores del mundo. Ronaldo y Messi se fueron silbando bajito. Sus cetros quedaron escondidos tras los brillantes escudos de sus rivales. Varios de sus colegas comienzan a mostrarse como sucesores de ellos, al menos en este campeonato. Entre estos aspirantes aparecen con nitidez el francés Kylian Mbappé (19) y el uruguayo Edinson Cavani (30), ambos del Paris Saint Germain, autores de dobletes decisivos para la victoria de Francia y Uruguay, que se medirán en cuartos de final.
La Argentina, lo hemos visto, llegó hasta donde le daba el cuero, tras haber confirmado su fútbol dubitativo, poco agresivo, lento y fatalmente desguarnecido en su defensa. Ya lo dije, pero es necesario repetirlo porque notoriamente mi voz no llega a Rusia. Apenas rebota entre las paredes de los lectores de estas líneas. NO se puede ir a un mundial jugando para atrás. La comparación fue dramática, de los cuatro finalista de ayer sólo Argentina dejó de lado algo que ya expresaba hace 70 años el impecable relator Fioravanti y su generación: “No hay mejor defensa que un buen ataque”. Lamento no haberme sentado frente a la TV con un cronómetro en la mano, para así confirmar que Argentina desperdició por lo menos un veinte por ciento de su tiempo “jugando” para atrás. Ha sido un error letal de una táctica surgida en Barcelona y totalmente mal interpretada por Sampaoli. Fue el propio Pep Guardiola, que la utilizó cuando dirigía el equipo catalán y quedó establecida como palabra santa. Pero el mismo Guardiola aclaró, estando en Bayern Munich, que “el tiqui-taca es una mierda” si no se utiliza como un arma productiva. Argentina desarrolló en este campeonato un toqueteo ineficaz, aburrido, inocente y rotundamente amargo.
Francia era la oportunidad que tenía el team albiceleste para jugar al fútbol de ataque en serio. El de Mbappé y Griezmann es un equipo atrevido y abierto, que juega y deja jugar. Lo demuestra con claridad el resultado final: 4-3. Una goleada de Argentina y, sin embargo, perdió. Lo más valioso de esta gira de la banda de Sampaoli ha sido el reflejo festivo del público. Despliegue de color y alegría, buena onda e imaginación en los vestuarios y los cantos y bailes. No permitan que una veintena de jugadores estropeen esa imagen. No hay que llorar. Las derrotas también se celebran, si imperiosamente conducen a un sendero de regreso a la calidad del fútbol que amamos.