Por Lucas Lufrano / @lufrann
¿Cuántas posibilidades hay de que un argentino o argentina mire un partido mundialista de la Selección ante Croacia entre camisetas a cuadros rojiblancos? Aunque la deficitaria balanza turística del país podría arrojar una cifra no despreciable, las chances de ver al equipo de Lionel Messi atravesar una catástrofe futbolística y quedar al borde de la eliminación de Rusia 2018 en plenas tierras dálmatas no parecían significativas. Aún así, nueve de ellos y ellas vivieron la experiencia en el país balcánico, que ya piensa en el rival de octavos de final.
Nicolás, de Mendoza, llevaba cuatro días en Dubrovnik. Enclave turístico separado del resto del territorio nacional croata por una franja de unos pocos kilómetros ideada para que Bosnia cuente con salida al Mar Adriático (teléfono, compañeros chilenos y chilenas). La ciudad se puso de moda en los últimos años gracias al fenómeno ¿televisivo? global Game of Thrones. La serie estadounidense, que está terminando de rodar su última temporada, utiliza varios escenarios de la ciudad vieja donde nació Marco Polo como exteriores de King’s Landing, la capital de Westeros. De hecho, en una de las fortalezas construidas sobre una montaña están en este mismo momento los equipos de luces y grabación para ambientar la Red Keep, la residencia de la realeza.
El mundial en la piel
Así como en Buenos Aires se multiplican los autos que portan las banderas albicelestes repartidas históricamente por Radio 10, las ciudades croatas están pintadas de insignias relativas al Mundial. El cuadriculado rojiblanco se hace presente en el ploteado de colectivos, en banderas colgadas por las calles, en cobertores para los espejos laterales de los automóviles, en las remeras de turistas orientales y hasta en las papas Pringles. En las paredes no faltan grafitis dedicados a Luka Modric.
Con su camiseta argentina, Nicolás atravesó las murallas de piedra y buscó un pub para ver el partido. Solamente había otra persona vestida igual: un austríaco fan de la figura del Barcelona, Lio Messi. El resto eran croatas o simpatizantes de ellos, entre los cuales asomaban chilenos y mexicanos. A unos metros, Mariano y Gonzalo, hermanos nacidos en Buenos Aires pero viviendo en San Pablo y Valencia, respectivamente, se sentaron en otro bar. Los locales los recibieron amablemente, respondiendo al afecto del país balcánico por la Argentina, que fue destino de muchos de quienes escaparon de la guerra posterior a la disolución de Yugoslavia. Antes de que comenzara el partido, la casa invitó cervezas Karlovàck y hasta hubo fotos con sombreros cuadriculados.
Del otro lado del mar, en la italiana Bari, Manuela y Milagros, de Buenos Aires, llegaron más de una hora antes del pitido inicial al puerto para embarcarse en un ferry de la compañía croata Jadrolinija hacia Dubrovnik, que zarparía durante el entretiempo. “¿Podremos ver el partido?”, se preguntaban. En la entrada reconocieron a quien escribe, otro argentino que llevaba puesta la camiseta de Boca y, atado a una de sus dos mochilas, un pañuelo verde de la campaña por la legalización del aborto. Lucas había contactado una semana antes a la empresa para preguntar si en el barco había televisión para ver el encuentro: la respuesta fue afirmativa y con recomendación de hacer el check in temprano.
Sin embargo, el puerto de Bari distaba de la organización y la claridad informativa que ostentan otros medios de transporte italianos, como los trenes. La oficina de Jadrolinija estaba vacía. Con poco humor, el empleado del servicio de información encomendaba a los viajeros a “esperar un bus para hacer el check in”. Los tres argentinos así lo hicieron: el shuttle los llevó hasta la otra punta del puerto, retiraron sus tickets y volvieron al lugar inicial una hora después, mientras ya sonaba el himno y todavía restaba sortear Migraciones.
Un final anunciado
Milagros, con ciudadanía europea, demoró poco menos de diez minutos y encontró un lugar en el bar del ferry donde varios televisores sintonizaban el partido a pantalla partida con un grupo de panelistas italianos que comentaban las incidencias y hacían chistes. Veinte minutos después llegaron Manuela y Lucas junto con Sebastián, un chileno que alentaba por la Argentina y al que conocieron en la fila. Afortunadamente, pensaron, el partido estaba 0 a 0: no se habían perdido de nada. Milagros admitía haber gritado el no gol de Enzo Pérez.
Sentados mitad en el suelo, mitad en unos banquitos, estaban rodeados por croatas e italianos que degustaban cervezas y las comidas del bar. Tras el entretiempo donde aprovecharon para comer los paninis que habían cargado en las mochilas, llegó el mal bocado. Wilfredo Caballero y festejos de gol croatas. Luego, con Modric e Ivan Rakitic, el mediocampo al que la Argentina no supo hacerle frente, arribaron la vergüenza y las cargadas. “Arrivederci, Leo”, saludaba un croata al televisor mientras saboreaba su segunda cerveza de la noche. El barco había zarpado hacía algunos minutos y la señal televisiva satelital se interrumpía, iba y volvía: de todas formas, ya no había remontada posible. “Mejor, así no sufrimos más”, concluyó Manuela.
En tierra, mientras se apagaban los últimos minutos, a Nicolás le cantaron Don’t cry for me Argentina. A unos metros, rodeando algunos pasillos, podría haber imitado a Cersei atravesando la escalera jesuita al ritmo de campanadas e infinitos “Shame, shame, shame”. No pudo regresar caminando al hostel sin esquivar las burlas que salían al paso. Cuando se levantó al día siguiente, en la recepción sonaba el mismo tema. La canción también la sufrieron las bonaerenses Lucía, Martina, Nicole y otros argentinos en la isla de Hvar, apenas concluyó el partido. En cambio, Mariano y Gonzalo no pasaron mayores sobresaltos.
Milagros, Manuela y Lucas dormitaron unas horas acostados en el piso del ferry. Cuando despertaron, la tripulación ya había izado la bandera croata en popa y en proa. Los italianos preguntaban qué había pasado con Messi. Unos mates con agua hervida que facilitó el bar amenizaron el desembarco. En el mismo hostel de Nicolás, la recepcionista sonrió al ver el pasaporte argentino de Lucas, quien cerró con un “Por favor, no hablemos de ayer”. Aún con la azul y oro, lo reconocieron y sufrió las letras de Madonna mientras paseaba por la ciudad vieja. Los festejos continuaron tras la noche. De hecho, había feriado nacional por el Día de Lucha contra el Fascismo, que todos los 22 de junio conmemora el inicio de la resistencia partisana croata contra la ocupación nazi e italiana en 1941. Una portuguesa, más hincha de Messi que de Cristiano Ronaldo, le deseó suerte para el próximo partido. También para Nigeria vs Islandia. Lucas ya había hecho fuerza por Palmeiras hace unos meses y ahora volvía a depender de otro equipo de camiseta verde, a tono con su pañuelo pro-choice. El país africano cumplió y le dio vida a su esperanza de llegar a Rusia para semifinales. Igualmente, una brasilera se rió de la situación.
Mientras tanto, los croatas seguían de parabienes y disfrutaron de cómo Xhaka y Shaqiri, partidarios de la Gran Albania jugando para Suiza, dieron vuelta el marcador ante Serbia y festejaron con el símbolo del águila albanesa. A dos días del encuentro clave contra Nigeria, un croata reconoció a Lucas con el buzo de la Argentina en la playa Bačvice de la ciudad de Split. “Riquelme es el mejor jugador que vi en mi vida. ¿En Boca es más importante que Maradona?”, deleitó sus oídos. También le comentó sobre la hinchada de San Lorenzo y le mostró un video de la Bombonera de 2011, uno del Caño a Yepes y fotos de la torcida del Hajduk Split. Para cerrar, le deseó suerte contra los verdes: “No sólo creo que le ganarán a Nigeria sino que también vencerán a Francia en octavos. Por lo menos llegarán hasta semifinales. Si hay revancha en la final, será otro 3 a 0”. ¿Estará la Argentina a la altura?