Por Fernando Mendoza
En apenas una semana llegaron a los cines dos películas del género terror, cuyos componentes son más que significativos para revisar, a la luz del presente en que nos hallamos, es decir, en un escenario donde la figura femenina tiene un protagonismo histórico.
La primera obra a la que vamos a referirnos es Incident in a ghost land. Es válido aclarar que esta pieza del director Pascal Laugier no se estrenó con el título original, sino que llegó a nuestras salas bajo el nombre Pesadilla en el infierno. No ignoramos que el negocio de la industria cultural -como lo llamara Theodor Adorno- en su afán de vender entradas es capaz de masticarnos la obra para regurgitárnosla directamente en nuestros ojos pasivos. Esto, que en la Edad Media era lo común, hoy debería considerarse ofensivo. También en los doblajes y subtitulados reconocemos esos sutiles retoques de “decencia”. Por lo pronto, nos atrevemos a traducir la obra de Laugier como Incidente en territorio fantasma. Bien se podría objetar que si incident no puede traducirse como ‘pesadilla’, entonces land no debería traducirse como ‘territorio’. Sin embargo, acordemos que ghost land no puede significar nada semejante a ‘infierno’. Nos atenemos a la traducción que hemos dado y luego bogaremos para justificarla.
En Incidente en territorio fantasma tenemos a tres figuras femeninas que protagonizan la historia: una madre y sus dos hijas adolescentes. Beth, una de las chicas, es fanática de Lovecraft y sueña con transformarse en una célebre escritora; la otra es Vera, es una figura rebelde que no duda en mostrar su dedo medio (fuck you), en la ruta, al conductor de un acechante camión de helados. Las mujeres se dirigen hacia un pueblo para tomar posesión de un caserón, herencia de una tía ermitaña. El film nos anuncia en pocos minutos, mediante varios indicios, lo que se avecina de forma inminente. Recién llegadas al aislado caserón, ya entrada la noche y mientras descargan el equipaje, emerge de la oscuridad el camión de helados. Sus dos ocupantes irrumpen en la propiedad cuando las tres mujeres apenas están instalándose. Lo que sigue a continuación son escenas que podrían perturbar el espíritu de los más escépticos del género terror. Hasta aquí una introducción.
Ahora debemos referirnos a otra cuestión que nos llamó particularmente la atención. Hemos leído a uno de los tantos críticos de renombre creyendo que encontraríamos su crítica, pero hallamos su opinión sobre el director, Pascal Laugier. Opinar sobre un director, describir las emociones que suscita en nosotros la película, observar uno o dos elementos del film, no es criticar la obra. Pareciera que a algunos críticos de cine se les olvida que la intención, en el séptimo arte, es narrar con imágenes. Este “crítico” también se atrevió a decir que el papel de las mujeres débiles lo cansaron, al igual que la misoginia de Laugier. ¿Acaso no comprendió quiénes se erigen como las figuras heroicas? ¿Notó que ellas jamás se rindieron ante los monstruos? Criticar una obra, en sentido estricto, es intentar comprenderla, antes que juzgarla. Las técnicas predominan más o menos según la intención del autor y la palabra puede complementar o incluso contradecir a la imagen. Esto es importante para no perder de vista los límites del objeto de nuestra crítica, y para rastrear los elementos que forman sistema al interior de una pieza. De lo contrario, se incurre en un argumento ad hominem y la ficción se confunde con la realidad.
Retomemos Incidente. Lo interesante de algunos elementos que aparecen allí y que podemos relacionar son: las cuantiosas y variadas muñecas que hay en la casa heredada, las figuras de las chicas que irán convirtiéndose, a manos de los dos psicópatas, en “muñecas”, y la figura de Lovecraft. Para construir un sistema posible habrá que entender que el papel del escritor es indicial. Lovecraft está ahí para recordarnos que la fantasía es una forma de resistencia antes que un escape. También, para recordarnos la creación de una mitología extraordinaria, la propia. No obstante, el sentido de su recurrencia no se agota allí. Y en este punto hay que sospechar que Laugier tuvo la clara intención de sugerirnos que, en su propia obra fílmica, podemos encontrar la creación de un nuevo mythos. Ya no se trata de seres ancestrales del fondo del mar que se acercan a nuestro plano desde umbrales desconocidos, sino de monstruos intolerablemente reales, próximos y cotidianos: los hombres. Y es un mal que corrompe toda pureza: el camión de helados y las muñecas, por ejemplo, están asociados a lo infantil. Nadie ignora que existen películas de psicópatas/sociópatas hombres desde hace muchos años. Ahora bien, configurados del modo en que lo hace Laugier, en plena era del #me too y el Ni una menos, debemos afirmar que es algo tan novedoso como las emociones que suscita en los espectadores. Desplazando sensiblemente el límite de lo imaginado y lo narrado a lo visual produce un efecto de horror casi irresistible, ya que cuando la ficción pretende aproximarse tanto a la realidad puede generar cierta aversión.
La siguiente película es Hereditary, que llegó traducida como El legado del diablo. O se toman en serio eso de que tenemos un gran déficit de comprensión lectora o creen que las referencias religiosas son garantía de venta de entradas (en todo caso debería generar deseos de ir a misa). Si la pesadilla se daba en el infierno en la primera, ¿por qué no iba a ser del diablo el legado de esta última? Si bien Hereditario tiene puntos en común con Incidente en territorio fantasma, sobre todo en cuanto al aspecto psicológico como despliegue de significación, en cambio el aspecto narratológico es mucho más intrincado. Esta película es de las que, luego de verla, hay que ponerse a pensar qué hemos visto. Por eso hacemos tanto hincapié en el problema de la traducción del título, porque es a partir de éste que el espectador determinará su modo de ver el film.
En la obra del director Ari Aster asistimos a una historia familiar, donde la trágica muerte de una niña, luego del reciente fallecimiento de su abuela, desata una serie de eventos que podría llevar a la locura a una familia entera. La protagonista, quien queda atrapada entre esas dos muertes (la de su madre y la de su hija) tiene como trabajo la elaboración artística de casas y escenas en miniatura, lo que podría explicar mucho acerca de la construcción de su perfil psicológico. Lo interesante de este film está en la forma de lo ominoso que aparece bajo el semblante de la figura materna. Ya Freud nos ha explicado que lo ominoso, si bien contiene un sentido opuesto a lo familiar o cotidiano, en sus orígenes remitía precisamente al ámbito íntimo, a lo oculto o secreto. Por eso, en Hereditario deberemos prestar especial atención a todos aquellos elementos que pertenecen al orden de lo íntimo: pequeñas confesiones hechas sin querer, gestos casi imperceptibles, la reiteración a distintas escalas de las mismas figuras, sonidos o palabras. Así, el seno hogareño y el seno materno podrían simbolizar el lugar más alejado de la seguridad afectiva y del refugio seguro para el otro hijo adolescente de la familia. La maternidad, que durante tanto tiempo y erróneamente ha sido considerada un sinónimo de mujer, aquí se nos presenta bajo un rostro diferente: lo hereditario. Pero ¿qué es lo hereditario? He allí la cuestión. Por esto mismo decimos que respetar el título de una obra, más aún cuando se lo traduce, es sumamente relevante. Crea verdaderas expectativas, y sobre todo, permite que el espectador participe activamente de ese encuentro con el arte de las imágenes.