Por Claudia Korol / Foto: Oswaldo Ameg Ramos
“Poder popular / Luchar con la compañera le gusta a usted … / Y ahora que estamos juntas / Y ahora que sí nos ven / abajo el patriarcado, se va a caer, se va a caer… / y ¡arriba el feminismo que va a vencer!”.
Así gritamos en nuestros encuentros, cuando sentimos que el poder feminista y popular va multiplicándose como revoluciones potentes a partir de dos claves fundamentales: la unidad de las mujeres, lesbianas, travestis, trans, bisexuales y otras tantas identidades femeninas que están reconociéndose como tales, y la visibilidad de nuestros cuerpos y de nuestros actos que ahora “sí nos ven”.
Cuando hablamos de unidad, no desconocemos las diferencias que tienen origen en la clase y en los diferentes lugares que el colonialismo ubicó históricamente a nuestros cuerpos, especialmente a los cuerpos racializados por la dominación europea primero, y por la burguesía local que la heredó. Un patriarcado capitalista, burgués, blanco, racista, machista, heteronormativo, homolesbotravestitransodiante, violento en la defensa de casa uno de sus privilegios, modeló sociedades basadas en muchas opresiones, discriminaciones, negaciones, y en el disciplinamiento violento de los cuerpos.
Feministas comunitarias, populares, indígenas, negras, afrodescendientes, migrantes, villeras, campesinas, lesbianas, travestis, trans, son distintos modos como vamos nombrando a nuestros feminismos, colocando la señal de identidad que revela un lugar en el mundo en el que nos estamos construyendo, y también reivindicando –aún en lugares en los que se vuelve difícil asumir la identidad feminista por la carga que ha tenido en su recorrido de perspectiva eurocéntrica, blanca, académica, institucional- nuestra pertenencia a este movimiento de denuncia y lucha contra el patriarcado, que es internacionalista, rebelde, pero que crece desde cada territorio y cada cuerpo. Potenciamos de modo múltiple nuestras luchas, hablando desde las identidades históricas con que enfrentamos el colonialismo, el racismo, la xenofobia, desde la identidad histórica con la que desafiamos al patriarcado, y sabiendo también que nos estamos enfrentando al capitalismo que nos empobrece, nos sobre-explota, nos discrimina, y que ha vuelto mercancía los bienes comunes y tierras que habitamos, y nuestros propios cuerpos. Somos pues feministas, antipatriarcales, antirracistas, anticapitalistas y una parte de nosotras nos reconocemos como socialistas.
Hoy se cumplen 3 años del primer 3 de junio en el que gritamos “Ni Una Menos”. La marea que aquel día llenó las calles se sigue extendiendo y multiplicando y en grandes franjas se asumió como feminista. Salimos hoy y mañana a las calles con las demandas de aquel primer Ni Una Menos, y con muchas otras que hemos sumado en la medida en que fuimos desencubriendo violencias. Este año en particular nuestros cuerpos de trabajadoras se levantan con fuerza para denunciar la precarización laboral, la violencia que traen las políticas fondomonetaristas y del G20, tanto en el plano económico, político, social, como por lo que requieren de represión y de criminalización de las luchas. Salimos indignadas porque el poder político y económico nacional y transnacional va arrasando con nuestros derechos conquistados en un siglo de luchas obreras, feministas y populares. Salimos rabiosas porque están saqueando nuestros ríos, nuestros territorios, nuestras semillas, nuestros bosques, nuestras tierras, nuestros saberes, y nuestras energías vitales. ¡Salimos a gritar Ya Basta! y a exigir a las fuerzas políticas y sindicales que de una vez por todas convoquen a un paro general para detener estas políticas de muerte. Salimos teñidas de verde para exigir al Congreso que apruebe de una vez la ley de aborto legal, seguro, gratuito, que necesitamos para poder dar pasos hacia la autonomía de nuestros cuerpos, para poder decidir sobre nosotras mismas. Salimos a exigir la implementación en todo el país de la Ley del cupo laboral travesti trans imaginada y propuesta por Diana Sacayan.
Salimos también con la pasión encendida de nuestra revolución feminista. Porque a pesar del poco tiempo transcurrido vamos teniendo grandes logros, y podemos señalar algunas diferencias desde entonces, entre ellas: 1. la irrupción de una generación de adolescentes y jóvenes, las nietas de las brujas que iniciaron el camino, las hijas de otras tantas, que están reinventando el feminismo, con memoria de las luchas anteriores, y también con palabras nuevas; 2. la creación de muchas colectivas feministas en estos años, o de grupos de mujeres, lesbianas, travestis, trans, que se organizaron con nuevas demandas que en algunos casos son exigencias al estado y en otros son modos de auto-organizarnos para resolver de modo comunitario o colectivo lo que el estado nos niega; 3. estamos a pocos días de la votación en la Cámara de Diputados de una ley por el aborto legal, seguro y gratuito; y si bien sabemos de los obstáculos para que la misma se haga ley en el congreso misógino y patriarcal, especialmente en el Senado, los días transcurridos de debate han cambiado la conciencia social y la percepción de este tema no solo “entre lxs famosxs” que se atreven ahora a hablar, sino también –y esto nos resulta más que decisivo- entre las mujeres de las villas, los barrios, los sindicatos, las escuelas, las universidades; 4. se está realizando por primera vez en la historia un juicio por travesticidio, que juzga a uno de los asesinos de Diana Sacayan; y todo el desarrollo del mismo ha mostrado la potencia que va adquiriendo la comunidad travesti organizada en estos años con la memoria de Lohana y Diana vivas en sus acciones; de nuestra experiencia de otras décadas reinventamos modos de enfrentar la “feminización de la pobreza” recrudecida por las recetas macrianas, con la “feminización de la resistencia”, que reinventa el comedor popular, la huerta comunitaria, el trueque, y otros modos de socialización de las respuestas al hambre y la desocupación; 6. la interpelación de las mujeres en todos los espacios sindicales y políticos, incluidas las históricas cuevas de las burocracias; 7. la multiplicación de la denuncia de las violencias machistas incluso en las organizaciones sociales y de izquierda (“¡no nos callamos más!”). Seguramente quienes lean este recuento podrán agregar muchos más hechos, y estaría muy bueno que hagamos ese ejercicio colectivo. Pensar cómo atraviesa la lucha feminista los saberes, cómo denuncia las prácticas colonizadoras, cómo interpela a las maternidades y a las familias, cómo vamos identificando nuestras formas de cuidarnos y de defendernos.
El poder patriarcal es cada vez más violento, más criminal, porque pretende frenar esta marea que lo arranca de sus lugares de privilegios y lo muestra tan bestial como es, reforzando su espacio en lo doméstico a través de golpes y femicidios, y en las instituciones como garantes de esa violencia cotidiana. La Iglesia, aún la que se presenta como “opción por los pobres”, desconoce la lucha y las demandas de “las pobres” y se enfrenta a la exigencia del derecho al aborto legal, seguro y gratuito. “No en nuestro nombre” les decimos. Las que mueren en abortos clandestinos son mujeres, y son precisamente “las mujeres pobres”. Y si algunas mueren en abortos clandestinos luego de haberse expresado contra el aborto, es precisamente por el veneno de la prédica de algunos religiosos que no renuncian a sostener el control patriarcal sobre los cuerpos de las mujeres y las condenan a estas muertes clandestinas “en nombre de dios”. También los Tribunales patriarcales refuerzan sus sentencias misóginas y machistas, arrancando a las hijas e hijos de sus madres para “entregarlos” a los progenitores violentos, o dejando en libertad a los femicidas, y obstaculizando las investigaciones por no proveer a la realización de los estudios y pericias necesarias. Son muchos los modos que hemos ido develando en las sucesivas audiencias del “Juicio a la justicia patriarcal”, que estamos realizando en distintos lugares del continente las Feministas del Abya Yala. Allí hemos visto también cómo las fuerzas policiales cuidan a violadores y a violentos, a ellos mismos y a sus cómplices. Cómo el patriarcado, el racismo y el capitalismo forman un combo demoledor para el acceso a la justicia de las mujeres, lesbianas, travestis o trans empobrecidas.
La marea feminista a veces parece detenerse, cuando una nueva violencia nos golpea, cuando en México se asesinan a 7 mujeres por día, cuando constatamos que toda nuestra movilización no alcanza para detener a las redes de prostitución y de trata que organizan la explotación sexual de nuestros cuerpos, para el consumo y el goce del patriarcado. Las pibas siguen desapareciendo. Niñas y mujeres sufren cotidianamente la destrucción de sus vidas, de su subjetividad, desaparecidas en lugares de explotación, mercantilización y tráfico de cuerpos, de drogas, y de distintos crímenes contra la humanidad.
¿Qué más hacemos entonces? Y si no podemos más ¿cómo hacemos diferente? Esas preguntas nos desvelan y atraviesan nuestros debates, nuestros talleres, nuestras reflexiones desde la pedagogía feminista. Pedagogía y comunicación feminista, son algunas de las estrategias con las que vamos creando “comunidad”, un modo de actuar que aprendimos, en el que “si tocan a una respondemos todas”. Va naciendo también, a los tumbos, una ética feminista del acompañamiento, que necesitamos conceptualizar y extender en nuestras prácticas, junto a procesos de sanación colectiva y de reinventar el amor y la amistad entre mujeres como camino para rehacer la vitalidad y la alegría de nuestras luchas.
Salimos este 3 y 4 de junio a las calles y plazas nuevamente, al lugar donde se concretan nuestras fuerzas, nuestro “poder feminista y popular”, con muchas preguntas y con muchas convicciones en las mochilas. Salimos con nuestras voces, nuestros gritos, nuestros dolores y sueños. Salimos a hacer realidad ese “ahora que estamos juntas, ahora que sí nos ven” una vez más. Salimos también con el compromiso de no destruir lo que hemos logrado. Esto significa ser cautas en los diálogos entre nosotras, para que más allá de las diferencias, no se rompa la posibilidad de seguir haciendo cosas juntas. Cuidar al movimiento de todas, de todxs, y visibilizarlo como un espacio habitable, en el que se pueden realizar nuevos modos de encuentro y de vínculos, pensando no a cada colectiva sino al movimiento de todas como nuestra principal arma para la autodefensa, para protegernos de la embestida patriarcal. No se trata de ocultar las diferencias, los debates que surgen en nuestras colectivas ante tanta presión y búsqueda de nuevos caminos. Pero podemos organizarnos entre quienes deseamos luchar juntas con alegría, cuidando al mismo tiempo al movimiento de todas. Esa reorganización de fuerzas cuando la hay, tendría que servir para preservar el objetivo de lucha colectivo, diverso, y potenciarlo.
En este 3 y 4 de junio, en el que saldremos a andar en todos los territorios del Abya Yala que habitamos, caminaremos con las Berta, Marielle, Alina, Diana, las niñas de Guatemala, las desaparecidas y asesinadas de México, y con todas las que estarán porque viven en nuestra memoria colectiva, en nuestros corazones, y nos piden, nos exigen, que sigamos haciendo realidad los sueños que soñamos juntas y despiertas.
Ni Una Menos. Vivas, libres, sin racismo nos queremos. Revolución feminista en las calles, en las plazas, en las casas y en las camas.