Por Alexia Vásquez y Paulette Jara*
Hace varias semanas Chile se encuentra convulsionado por lo que muchos han calificado como la movilización feminista más importante desde los años setenta.
A raíz de varias denuncias de acoso sexual en prestigiosas universidades del país, las estudiantes decidieron paralizar sus actividades académicas o tomarse sus instituciones para exigir un cambio en la educación. Hoy, más de una decena de universidades y liceos están movilizados.
Estas movilizaciones surgen luego de años de trabajo por parte de las feministas en las instituciones educativas, preocupadas por la creación de redes de apoyo para las víctimas de violencia machista, junto con protocolos contra el abuso y acoso sexual. Ya en las movilizaciones del año 2011 (las más grandes desde el regreso de la democracia, las estudiantes planteaban la importancia de tener una educación feminista y no sexista.
A esa lenta y progresiva organización se sumaron dos detonantes. La primera corresponde a la Universidad Austral, donde el rector decidió trasladar de funciones a un académico de la Facultad de Ciencias como resolución a una acusación de acoso por parte de una funcionaria de la institución. Previamente, la investigación interna y de la Inspección del Trabajo acreditó “acoso sexual grave” y “acoso ambiental”, recomendando su desvinculación. Ante este escenario, la comunidad educativa se organizó para presionar al rector, quien debió echar pie atrás en su decisión y destituir al académico.
El segundo caso, corresponde a la denuncia de abuso sexual por una estudiante de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, quien denunció al prestigioso profesor Carlos Carmona, expresidente del Tribunal Constitucional del país. El retraso en la investigación y la ausencia de resguardos para proteger a la estudiante, provocaron la movilización de sus compañeras, quienes denunciaban que el profesor continuó con sus labores docentes mientras se realizaba la investigación.
Poco a poco, más casos de acoso y abuso salieron a la luz pública, mediante denuncias de estudiantes en contra de compañeros y académicos. Tristemente célebre fue una recopilación de historias en la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica de Chile, donde los profesores han planteado en las cátedras que las mujeres no van a estudiar leyes sino a conseguir marido, o que se sienten en libertad para opinar del escote de las estudiantes (“¿usted viene a dar una prueba oral o a que la ordeñen?”). Con esto, la paralización de actividades y tomas de establecimientos se expandieron a todo el país, instalando el tema en agenda pública, lo que se refleja en la masiva marcha contra la educación sexista del pasado miércoles 16 de mayo y en la discusión del feminismo en espacios tan poco abiertos como los matinales en los canales de televisión chilenos.
Dicho lo anterior, entre las demandas que exigen las estudiantes están: la pronta resolución de los casos de acoso y abuso sexual; la elaboración de un protocolo único para tratar las denuncias en el ámbito educativo; la conversión de liceos públicos emblemáticos en establecimientos mixtos (hoy separados por sexo); educación sexual no sexista; la capacitación en feminismo e identidad de género de carácter triestamental (para estudiantes, docentes y funcionarios). En síntesis, las estudiantes consideran que la elaboración y resolución de los protocolos son la punta del iceberg de un paradigma que es necesario cambiar, pues no se trata solo de los acosadores sino de toda la comunidad; se exige, por tanto, el paso a una educación pública, feminista y no sexista.
Los desafíos de la movilización feminista
La movilización feminista ya empieza a mostrar resultados y por lo mismo surgen importantes desafíos, uno de ellos es otorgar contenido a lo que entendemos como “feminismo”, de la forma más clara posible.
Para las escritoras, quienes enfrentamos el patriarcado desde un movimiento político mixto que pretende ofrecer una alternativa de conducción política al país, el desafío es extraordinariamente ambicioso, porque en nuestro diagnóstico no es solo el patriarcado el opresor.
Siendo así, y porque la estructura y fines de nuestra orgánica nos convocan a pensarlo todo, respondemos: feminismo es la resistencia a toda forma de opresión y por ello necesariamente debe ser interseccional. El patriarcado oprime porque nos educa desde la niñez a través de nuestras propias familias, barrios y escuelas, respecto de los roles que se espera que cumplamos como “mujeres” y como “hombres”, en ese orden se esconden las formas de opresión que más tarde reproducimos en los espacios donde vivimos, trabajamos y nos recreamos.
Pero en ese proceso el patriarcado no opera solo y por eso nuestro feminismo tiene apellido, interseccional. Esto significa que las reflexiones y propuestas feministas deben necesaria y explícitamente considerar que no solo nuestro género y la orientación e identidad sexual determinan la opresión, sino que lo es también la clase social. Nadie puede negar que las mujeres pobres se han llevado históricamente la peor parte, y para diagnosticar adecuadamente esa opresión es indispensable considerar si además son lesbianas y/o trans o han estado expuestas a la homofobia o la transfobia. A este diagnóstico se suma la etnia y raza y la nacionalidad que también determinan cuánta opresión experimenta un niño o una niña y el devenir de su etnia, raza y nación lo acompañará y determinará por toda su vida. La lista no es corta y el grado de importancia de estos factores no puede medirse matemáticamente, la presencia de una (dis)capacidad y el estado de salud también determinan cuánta opresión experimentamos, así como la edad, la obligación a seguir (o a no seguir) una religión, entre otros elementos.
Un segundo desafío responde al necesario aprendizaje que debemos hacer como parte de la movilización misma, sea en las instituciones educativas o en cada uno de los movimientos y partidos que la componen, para organizar nuestras vidas y militancias de modo interseccional.
Si la represión es sistemática e interseccional, la respuesta debe serlo también. En esta construcción nadie sobra y todos y todas están llamados a trabajar, tal que nos hacen un favor si la opresión se denuncia y deja por fin de ser invisible, nos hacemos un favor si a pesar de lo doloroso que es trabajar siendo conscientes de la opresión nos mantenemos juntos y trabajando. Nunca serán en vano los esfuerzos por (re) construir nuestras confianzas, porque la salida no es iniciar una policía retroactiva que deje una vereda de víctimas enfrentada a otra con los victimarios, sino de unirnos en una misma alameda feminista y transformadora.
Como organización feminista enfrentamos el desafío de organizarnos bajo las reglas culturales del patriarcado y es imprescindible ser explicitas en señalar que tenemos mucho que mejorar en la implementación de los protocolos de acoso, en la forma en que valoramos el trabajo que le entregamos a la organización, en el apoyo a liderazgos femeninos y feministas, en la revisión de la forma en que valoramos los liderazgos masculinos y en las formas que estamos haciendo posible que quienes tienen trabajo doméstico puedan también colaborar con trabajo político, e incluso con el aprendizaje de camaradería y confianza que nos debemos permanentemente entre compañeros y compañeras.
A nadie le sobra una clase sobre educación no sexista y las organizaciones políticas no son la excepción. Si además nos hemos dado metas ambiciosas, como construir una alternativa política para Chile que sea feminista e interseccional, luego debemos entregar el mejor y más sincero de nuestros esfuerzos en aprender a trabajar colectivamente. Las estudiantes en Chile nos están enseñando cuál es el camino, solo nos falta recorrerlo.
—
*Alexia Vásquez es socióloga y Paulette Jara abogada, militantes chilenas del Movimiento Autonomista.