Por Mauricio Polchi
A 40 años del Mundial 1978, en plena Dictadura cívico-militar-eclesiástica, y a un mes del comienzo de Rusia 2018, entrevistamos al periodista Gustavo Campana, sobre su nuevo libro, “Tribuna sin pueblo, vuelta olímpica en orsay del país neoliberal”.
El Mundial 1978 nos sigue doliendo. Y un libro que revisita esa parte dolorosa de nuestra historia es una buena excusa para seguir desentramando el uso que los fascismos y las dictaduras le dieron a los mundiales: desde Hitler a Mussolini, los mundiales sirven a las tiranías para lavar su crueldad ante el mundo.
Y del otro lado está la pasión que despierta el fútbol, y que hace que todo un país se paralice para mirarlo, para asistir a los estadios. En 1978 la Argentina tuvo su mundial, mientras las torturas, las detenciones y las desapariciones seguían su curso a metros de los estadios. Pero, también, las medidas económicas empezaban a dejar al pueblo lejos de los estadios y cerca de la miseria.
De todo esto hablamos con su autor, luego de la presentación del libro junto a los periodistas Víctor Hugo Morales, Ezequiel Fernández Moores y Alejandro Apo.
–A que te réferis con el título “Tribuna sin pueblo”
Es obvio que hay una metáfora, digamos, de los militares copando las tribunas. Pero, también, hay un dato de la realidad. Es el primer mundial que organiza la FIFA de Joao Havelange, el brasileño fue electo en el Congreso de Alemania 74, y su primer mundial fue el de Argentina 78. Y a partir de los precios en las tribunas, yo diría que el pueblo dominguero está ausente, y si está la clase media, que no es lo mismo. Y a partir de ahí, durante todo el mandato del tándem Havelange-Blatter, serán unos sectores la que ocupen ese lugar, casi como asegurándose quiénes van a ser los que van a estar presente.
–¿Hay una responsabilidad de la gente, de la población?
El 25 de junio de 1978, apenas la Selección acaba de consagrarse, el represor “Tigre” Acosta saca “a pasear” a Graciela Daleo, que estaba detenida desaparecida en la ESMA. Y cuando llegan a Cabildo y Juramento, hay una multitud festejando, Acosta frena el auto, abre la puerta y le dice a Daleo: “dale, gritá que estás en la ESMA, ¿quién te va a creer, quién te va a escuchar?”. Ellos sabían que esa sociedad les era un jugador absolutamente complaciente y casi un socio para perpetrar los crímenes.
Pero yo no hablo de responsabilidad, sino de un protagonismo equivocado, un protagonismo errado. Sí es cierto que han sido tan víctimas del aparato cultural, de los medios hegemónicos; ahí nació Papel Prensa, todo el dial televisivo les pertenecía, el dial de las radios eran (son) suyos, los semanarios de la editorial Atlántida jugaron un rol espectacular, y ahí emerge el Gráfico. Pero creo que hablar de responsables cuando los tipos tiraban gente al mar desde los aviones, no se puede.
“El Mundial es la operación de prensa más grande que intenta la Dictadura”
–¿Es un libro sobre fútbol, sobre historia, política?
El libro es el recuerdo del Mundial 78 a cuarenta años, con una mirada que difiere de trabajos anteriores que fueron muy políticos pero poco futboleros, o muy futboleros aunque muy pocos políticos. Hay una especie de objetivo por armar una postal de época para que lo entiendan aquellos que no vivieron ese momento.
Entonces, lo primero que hay que decir es que el torneo se hace después de una espera de largas décadas que tiene la Argentina. Nuestro país iba a ser mundialista en 1938, fruto de la denominada alternancia “Norte-Sur” entre Europa y Sudamérica. En el ‘30 fue Uruguay, en el ‘34 se hace en Italia, y en el 38 nos tocaba a nosotros por ser Medallas de Plata de los Juegos Olímpicos de 1928 y los Subcampeones del Mundo de 1930.
Cuando eso no llega y los europeos se apropian de la organización del campeonato mundial, comienza una espera de 40 años para los argentinos. Por lo tanto, para aquellos que creen que es una apuesta de la Dictadura, hay un error. La Dictadura, a partir del golpe de Estado, se aprovecha y se queda con el Mundial.
–Pero es el mundial de la Dictadura…
Sí, pero hay que saber que la Argentina apareció como sede del Mundial a partir de 1970. Por lo tanto, en el libro abarcamos los ocho años completos. Y ahí vemos que el primer comité organizador lo forma Alejandro Agustín Lanusse, en la llamada Revolución Argentina. Y el mundial después cae tres años en manos de José López Rega, en el Ministerio de Bienestar Social. Y en ese tiempo de López Rega se hace una prueba piloto con el debut de César Luis Menotti como entrenador de la Selección, el 12 de octubre de 1974, en la cancha de River, y con un empate 1 a 1 frente a España. De esa línea de tiempo, en los últimos dos años de los ocho años aparece la Dictadura.
–¿Y cómo lo narrás en el libro?
Contamos historias paralelas al Mundial, para terminar de armar la foto, con sucesos que van desde la muerte o el asesinato del cantautor Jorge Cafrune; la posibilidad de una guerra con Chile; o el año de los tres Papas.
O por ejemplo, en esos tiempos el ex arquero de Almagro, Claudio Tamburrini, se escapó de la Mansión Seré, que funcionaba como Centro Clandestino de Detención en Morón. Y el dato que ponemos como cara y ceca es la historia de Tamburrini contra la del “Gato” Andrada, el reconocido arquero de Rosario Central, de Colón de Santa Fe, de la Selección Argentina, que era informante, un agente civil de inteligencia, del Batallón 601.
También abarcamos la muerte de Norma Arrostito; los vuelos de la muerte a metros del Monumental; el crimen de Helena Holmberg, que desnudó la interna de los militares; los guionistas de las Fuerzas Armadas y los creadores del famoso “Somos Derechos y Humanos”; y un capítulo destinado a la pelea de fondo entre Jorge Videla y Martínez de Hoz, porque es la pelea del mundial.
–¿Una pelea para ver quien se aprovecha del Mundial?
El Mundial es la operación de prensa más grande que intenta la Dictadura contra la denominada campaña antiargentina. Y Eduardo Massera la entiende como una plataforma para el lanzamiento de su carrera política personal. El asesinato del General Omar Actis, titular del “Ente Autárquico Mundial 78”, le permitió a la Armada quedarse con la organización del campeonato. Por eso lograron poner ahí al General Antonio Merlo, que era un hombre de Massera. El Mundial fue entendido por la Dictadura como el nacimiento de una nueva sociedad: hay un capítulo que tiene directa relación con el formato de las publicidades de las empresas privadas, que para vender desde una camisa hasta un auto apelaban al mundial. “Una sociedad nueva”, “Ahora le demostramos al mundo”; ese clima patriotero está presente permanentemente.
–¿Creés que se logró instalar ese clima?
Más allá del fútbol, la Argentina, y no casualmente, peleaba por ser receptiva de un montón de competencias deportivas para demostrarle al mundo que lo de la campaña antiargentina era pura mentira. Mundial de Hockey sobre patines en San Juan, Mundial de Hockey sobre césped en Buenos Aires (en la cancha de Polo), Hugo Pastor Corro defendió dos veces el título del mundo en el Luna Park, vino por primera vez a Buenos Aires Jimmy Connors para participar de un cuadrangular de tenis en Obras Sanitarias. Y la Formula 1, como todos los años. Además, la Argentina fue sede de la final de la Intercontinental, con el cruce Boca y Borusia. O sea, todo tipo de eventos, al que podemos sumar el Congreso Mundial de Cardiología en el Sheraton con miles de especialistas del exterior, para denunciar que lo que decían afuera, los intelectuales y los dirigentes del Campo Nacional y Popular de Europa, era todo mentira.
Y por eso Francia ocupa un lugar importante en el libro. En ese país europeo se armaron más de 20 COBA, los comité antimundial, porque Francia tenía 22 desaparecidos. Y cuando tuvo que viajar la Selección de Michelle Hidalgo a Buenos Aires, a Hidalgo lo secuestraron, al mejor estilo de Fangio en Cuba, para que la prensa viera cuál era el efecto mediático. Bueno, todo ese está en el libro.