Por Pablo Gandolfo. A 10 años de comenzado el camino, el kirchnerismo padece un debilitamiento estructural. La incapacidad de estabilizar un proyecto por tercera vía, primero a la luz y hoy a las sombras de Brasil. Una situación de parcial empate con necesidad de resolverse. Resultados contradictorios.
El cuadro real del país, se expresa en la superficie, muy deformado por los supuestos éxitos del kirchnerismo. Esos éxitos, se resumen en una fórmula contradictoria: triunfo rutilante en la coyuntura y fracaso estrepitoso en la estructura. En eso radica, una de la esencias de este gobierno y una descripción de su accionar en distintas áreas.
Evaluación del kirchnerismo: el carácter contradictorio de sus “éxitos”
En lo político, el gobierno obtuvo triunfos brillantes en lo electoral pero fracasó en reconstruir partidos. En lo económico el país creció como nunca, pero su estructura dependiente y subordinada no fue modificada. En cierto momento se publicitó como éxito la renegociación de la deuda externa y el “desendeudamiento”; la realidad de ese fracaso aflora ahora a través de la falta de dólares… porque una buena parte se destinan al pago de una deuda que continúa aumentando.
Esta doble determinación, combinación aguda de éxitos y fracasos, es una de las claves del kirchnerismo. Buena parte de los análisis tanto de kirchneristas como de opositores furiosos, se apoyan en uno u otro de esos aspectos. Pocos toman en cuenta ambos.
2001 y 2002: crisis estructural y que atraviesa a todos los campos
Nuestra atención se centra aquí en uno: el político-institucional. Duhalde primero y Kirchner después, pretendieron superarla. Lo lograron en la coyuntura, pero permanece irresuelta en la estructura, y esa es la conclusión mas clara que surge de los prolegómenos de una nueva elección.
El impulso debido al doble influjo de la devaluación interna y el mejoramiento de los términos del intercambio por el alza en el precio de las materias primas, permitieron propagandizar que las causas profundas de aquel desenlace habían sido conjuradas. Hubo quienes aprovecharon esa larga primavera para convencernos de que no solo habíamos atravesado las puertas del purgatorio sino que nos preparábamos para el ingreso definitivo al Reino de Dios. Según esa visión mítica, el kirchnerismo, con algunas medidas poco traumáticas, habría roto los límites del capitalismo dependiente y superado décadas de fútiles debates sobre las relaciones centro-periferia.
Aunque el Papa sea argentino, después de la primavera, vienen el verano y el otoño, y aquella flor radiante de septiembre la encontramos seca en abril. La recomposición del sistema político pareció encaminada por el éxito que se anotaron Duhalde y Kirchner en la desmovilización social; el realineamiento de contingentes militantes potencialmente antisistemas en oficialistas; y el fuerte retroceso en dos de los síntomas en los que se expresaba la descomposición anterior -el ausentismo electoral y los votos en blanco-.
Fueron éxitos notables desde la perspectiva del equipo gobernante, pero fueron parciales y coyunturales, ya que no pudieron ser convertidos en estructura permanente y sólida. O dicho de otro modo, no pudieron recomponer instrumentos para el ejercicio del poder: partidos sólidos, creíbles y enraizados.
Durante estos diez años, con mucho viento a favor, la burguesía intentó recomponer un andamiaje estable y no pudo hacerlo. La contracara es que tampoco los sectores populares, pudimos construir instrumentos para ocupar ese vacío parcial. Esa etapa iniciada en 2001 continúa abierta y sus causas eficientes continúan actuando de modo soterrado. Su cierre, admite dos hipótesis extremas: una derrota popular inapelable que debería combinarse con una situación internacional particular, que permita a la burguesía recomponer un orden sustentable (lo cual no se avizora en el corto plazo); o la construcción de las herramientas desde los sectores populares para dar la batalla y ganarla (para lo cual estan muy atrasados). En el medio de ambas, existen respuestas híbridas (el kirchnerismo es una de ellas) que pueden encontrar sustento por un período de tiempo, pero que terminan debilitándose por sus dos costados, porque no resuelven tajantemente ni para un lado ni para el otro, e intentan compatibilizar lo que no se puede.
Ese es el sentido y las consecuencias de los agudos zigzag que realizó el kirchnerismo en estos diez años: transitar por una angosta tercera vía sin definir los dilemas fundamentales de un capitalismo dependiente. Esa misma vía, es la que comienza a expresar síntomas de agotamiento en Brasil, país cuya estructura, permitía suponer que el intento allí tendría patas mas largas.
Como en política no existe el empate, -o mejor dicho, el equilibrio inmóvil- más que por un período limitado, en adelante solo queda avanzar o retroceder. En el escenario político preelectoral, vemos como el poder prepara una panoplia de variantes para el retroceso.
En la próxima nota, analizaremos la mayor novedad electoral de estas elecciones y una de esas variantes: Sergio Massa.