Por Cezary Novek/ Foto: Estanislao Santos
Una lectura sobre Confluencia, primera novela de Inés Kreplak.
Al igual que la autora, la protagonista de Confluencia (Alto Pogo, 2017) se llama Inés. Inés recibe dos malas noticias: la enfermedad terminal de su madre y el diagnóstico de la esclerosis múltiple. Estas dos enfermedades, la terminal y la autoinmune, la propia y la ajena, serán los ejes sobre los que navegarán las historias de otro escenario: El Tigre. De esta manera, la crónica descriptiva sobre la vida en la isla y las historias de sus habitantes se van desplegando como un abanico que se alterna intermitentemente con la ficción del yo. Ambos recursos y géneros se van imbricando en un mismo caudal narrativo que justifica, acaso explica, la metáfora pluvial del título. Del otro lado está El Tigre como reverso natural de la jungla de cemento. La isla tiene su historia, sus dramas, sus peligros y su manera particular de ser hostil. Es un territorio cambiante, agresivo, escenario de suicidios célebres y retiros personales. La misma Inés busca en la extrañeza del territorio un objeto de estudio que le permita reinventarse, reflejarse, contarse a sí misma mientras escribe sobre otra gente y otro lugar. Una forma de darse a conocer hablando de los otros, de la cual se desprende otra dualidad que atraviesa la novela: lo propio y lo ajeno. ¿Cuál es la finalidad o el tema de esta novela además de mostrarnos un territorio inhóspito? Tal vez se trate de una búsqueda, la búsqueda del autoconocimiento y la búsqueda de la sanación o, al menos, del alivio al sufrimiento de existir. Por esa misma razón, por tratarse de una prospección, es que la novela trata en esencia, sobre el movimiento continuo. Y, una vez, más, acaso explique la metáfora del título con la imagen del agua de río que, como su protagonista, está a veces cristalina, a veces turbia, crecida o debilitada. Pero siempre en movimiento.
El estilo de Kreplak es austero incluso en los pasajes más emotivos. Sabe narrar el sufrimiento, la melancolía y la nostalgia por el pasado sin derrapar en la conmiseración ni la autoindulgencia. Su voz es la de un narrador contenido, parco, que busca tomar la misma distancia tanto de lo que odia como de lo que le causa indiferencia. Al retratar a su generación tal y como se ve objetivamente, algunos momentos pueden interpretarse como retratos mordaces o comentarios cínicos sobre poses o modas culturales. Pero la sensación se disipa al saber que a la protagonista no la mueve ningún tipo de animadversión para con el prójimo. Ella sólo busca conocimiento. Vaciarse para poder llenarse de nuevo. Entender y entenderse.
La inmersión en las vidas ajenas trae el conocimiento. Y para Inés esto significará aprender a mirarse a sí misma y a su entorno de una manera diferente, renovada. Ejercer el extrañamiento para con todos los elementos que conforman su identidad y su estilo de vida. De esta manera, al reconocerse desde el extrañamiento podrá depurar lo superfluo y entregarse a la alquimia del yo absoluto, como bien podría sintetizar la imagen del río como agente purificador según Zbigniew Herbert “para llegar a la fuente hay que nadar siempre contra la corriente. Todo lo que se deja arrastrar río abajo no es más que un desperdicio”.
Inés Kreplak
(Buenos Aires, 1987) estudió Letras en la UBA. Coordina un taller literario y varios proyectos de promoción de la lectura. Entre otros, fue curadora de la colección de narrativa contemporánea Leer es futuro, del Ministerio de Cultura de la Nación y fundadora de la primera Biblioteca al Paso. Publicó algunos relatos en medios. Confluencia (Alto Pogo, 2017) en su primera novela.