Por Nadia Fink
Como en el túnel del tiempo, las pantallas de los televisores volvieron a enfocar tribunas colmadas, los goles no pudieron transmitirse hasta el final del partido y el Boca-River se vivió por radio, en bares o en pantallas gigantes en un puñado de lugares. Cuando la imaginación vence al lucro.
Mi viejo calentó la pava. Reflotó la radiecita a pilas. No llevé las facturas porque llegué sobre la hora. Entonces el sacó algunas galletitas del tarro. Igual, no teníamos hambre. Mi viejo es hincha de Boca. Yo no, pero desde que soy chiquita veo fútbol con él. Bueno, a veces vemos y a veces escuchamos, según lo que hagan con el fútbol.
El agua estuvo lista y el mate amargo empezó. Sintonizamos a Víctor Hugo, nuestro relator de todos los tiempos. Y el clásico entre Boca y River, por la Superliga, empezó a las 18 horas del domingo 5 de noviembre.
Este relato podría ser un relato costumbrista, un tango, un cuento de Fontanarrosa. Pero no lo es. Esa nostalgia que se revive al escuchar un partido por la radio no tiene épica posible; tiene un motivo: nos decidimos a no contratar el Pack Fútbol. Tampoco hay épica en nuestra elección. Suponemos que el Che no nos hubiera felicitado, y que a Juana Azurduy poco le importaría. Sin embargo, nosotros dos, entre mate y mate y comentario y relato, nos sentíamos un poco rebeldes.
Pasión gratis, goles pagos
Cuando la gratuidad del fútbol (esos derechos adquiridos que consideramos irreversibles) llegó a su fin, a fines de octubre pasado, y las multinacionales Fox y Turner dieron rienda suelta a su acuerdo con el Gobierno de Cambiemos, sólo 650 mil de un total de 8 millones de abonadas y abonados al cable solicitaron el Pack Fútbol. Es decir, el 8,12 por ciento contrató el “Fútbol Pago”. En un país futbolero como el nuestro, llama la atención la cifra.
El primer denominado “Superclásico” podía contratarse por 120 pesos (alternativas comerciales a la falta de clientes; “estrategia de márketing” que le dicen…), pero alguna opciones empezaron a surgir.
Ya desde el fin de semana pasado, la cuenta de Twiter de “Un metro adelantado” mostraba con humor dibujos básico en los que explicaba los goles (que no podían verse) cual pizarrón de vestuario (o cual cuaderno de primaria).
Pero de cara al Boca-River (en el que las entradas se agotaron rapidísimo), el Club Independiente de Hurlingham (que tiene 90 años) emitió el partido de manera gratuita para quien quisiera acercarse. En Parque Chas, en la plaza “Éxodo Jujeño”, el partido se proyectó en pantalla gigante, gestionado por las y los vecinos y “Deportes Patria”. Allí, como en los bares donde se congregaron multitudes, hinchas de River y Boca convivieron con la armonía que lleva el optar por compartir un evento colectivamente a falta de billete para el codificado o a sobra de principios por la negativa de que nos roben las dignidades. Como en todo partido donde se comparte con rivales, priman los códigos: los goles se gritan, no valen gastadas.
Por su parte, la agrupación Boca es Pueblo, emitió el partido por pantalla gigante en las puertas de su local en Irala y Lamadrid, barrio de La Boca. Allí la invitación, claro está, era para las y los hinchas del Club. Una multitud pobló las calles y celebró el triunfo xeneize.
Una voz que llega desde la radio
Pero mi viejo y yo lo escuchamos por radio. Con menos silencios que en épocas pasadas porque antes la escucha era sagrada y ahora la tecnología nos invadió a los dos. Para no faltar a la verdad, habrá que decir que fue el superclásico más vibrante de los últimos años. No tanto por lo que fue como por lo que es en un relato radial: todas son situaciones de gol, siempre se va cerca del palo, cada foul lleva implícita la posibilidad de un penal.
Así escuchamos el primer gol, después de la expulsión de Nacho Fernández por planchazo a Cardona. Fue tiro libre del golpeado y la metáfora de Víctor Hugo: “La pelota como un pájaro suicida que va a chocar contra la red”. “Cardona, con su nombre de pueblo”, remató mientras mi viejo gritaba el gol y yo ponía la segunda pava.
Llegó el entretiempo y, como no había repeticiones ni “los mejores momentos del primer tiempo”, charlamos del partido, de que seguro Boca jugaría de contrataque, de que a River no le quedaba otra que salir a buscarlo después de la eliminación de la Copa Libertafores que le había propiciado Lanús con cuatro goles.
El segundo tiempo parecía ser de River, así lo decía Víctor Hugo y lo afirmaba Apo en sus comentarios. Cardona fue héroe y mártir a recibir una injusta tarjeta roja (de esas que no son tan juzgables contra los árbitros como sorprendentes por las actuaciones de jugadores que exageran caídas, se retuercen de dolor y sanan milagrosamente cuando logran ver al contrario en desgracia) y Ponzio (“el hombre que más se merecía este gol”, nos decía el relator eufórico) coronó un empate transitorio con un golazo desde afuera del área. La alegría duró poco para los millonarios porque Nández ponía el 2-1 definitivo.
Pitazo final de Pitana y la radiecito se apagaba hasta el próximo partido. Buscamos en la tele y encontramos que ya se podían ver los goles, una vez terminado el partido. Recordamos las veces que debíamos esperar a que fueran las 22 horas del domingo y Fútbol de Primera mostrara el resumen de los partidos de la jornada (con prevalencia de los denominados “grandes”, por supuesto); recordamos los partidos en radio escuchados uno en cada punta de la casa cuando nuestros equipos se enfrentaban; también me acordé en el relato memorable del gol de Medero, que como defensor arrancó desde su área, eludió a todos los rivales e hizo uno de los mejores goles de todos los tiempos.
Me encantaron los mates con mi viejo, el relato de Víctor Hugo y los comentarios de Apo. Sería, otra vez, un cuento de Fontanarrosa si no fuera porque se trata, simplemente, de otro derecho que le arrebataron al pueblo para que se enriquezcan un puñado de multinacionales. “Exclusividad” es una palabra que jode cuando se piensa en construcciones colectivas. “Pack” para hablar de fútbol (cuando ya nos metieron “Superliga” como palabrita clave) suena a negocios entre pocos y falencias para muchos/as.
Mientras tanto, nuestras pequeñas resistencias son las transmisiones gratuitas para muchas almas juntas, y los partidos en la radio, con el mate, y con el querido viejo al lado.