Por Francisco Longa
El fantasma de la derecha que gana elecciones está asolando a la izquierda y al progresismo. Aquí se presentan tres ejes para comprender el comportamiento electoral.
Un fantasma recorre a la izquierda y al progresismo de Argentina: el fantasma de la derecha que gana elecciones. Como con toda aparición espectral, tras las PASO se multiplicaron los ámbitos dedicados a conjurarla. Es por ello que proliferan ahora dossiers de revistas, espacios de reflexión intelectual y jornadas de debate periodístico, donde la pregunta central es la misma: ¿qué dejaron las PASO en relación al escenario político? El seminario impulsado por Marcelo Leiras en la Universidad de San Andrés, que comenzó hace unas semanas, y el ciclo denominado ‘¿Depresión post-paso?’, que dará comienzo el próximo jueves en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, son dos muestras de este renovado interés por desentrañar las claves del presente político.
La pregunta central viene a cuenta sin dudas de la buena performance del gobierno nacional durante las primarias de agosto. Estas elecciones, si bien no implicaron un triunfo abrumador ni homogéneo a nivel nacional de Cambiemos, tampoco significaron un voto castigo al gobierno de Mauricio Macri: incluso más, éste logró mejorar su actuación en algunos distritos clave, como La Matanza.
El primer indicio fantasmal había tenido lugar sin dudas en el balotaje de 2015: allí, había llamado la atención cómo logró imponerse Macri, en tanto que el país no atravesaba una crisis económica (aunque sí un moderado estancamiento), por lo que el bolsillo más bien sugería apostar a la continuidad antes que al cambio. Pero la sorpresa que dejan las PASO es aún mayor a la del balotaje, por dos grandes motivos: el primero, que ahora el gobierno se re valida luego de haber aplicado un programa económico que empeoró las condiciones materiales de vida de las mayorías sociales –esto dicho por los propios funcionarios del gobierno–. El segundo, que tomando el distrito más numeroso en términos electorales, el gobierno perdió por muy pocos votos incluso llevando a un candidato casi desconocido, el cual a la vez se enfrentó a la candidata más competitiva de la oposición.
Con todo esto entonces, es natural que preguntas acerca de cómo vota la gente, qué piensa el electorado, o si ‘se le cree a la televisión o a la heladera’ al momento de votar, proliferen. Evidentemente, la maximización económica en el corto plazo no explica la arquitectura actual del voto. En las líneas que siguen se exponen brevemente tres ejes para interpretar las simpatías hacia el macrismo, más allá de la racionalidad económica. El primero es el eje participación / representación; el segundo es el eje éxito individual / fracaso estatal; el tercero es el eje sentido común previo / sentido común actual.
En todo votas vos
Respecto del eje participación / representación, Esteban de Gori escribió en Panamá Revista, que el macrismo logró movilizar una sensibilidad construida durante los años kirchneristas, que llamó de la ‘individualidad silenciosa’. Frente a la extrema gramática politizadora del kirchnerismo, la figura del individuo anónimo, que reivindica la despolitización y que cuida su ‘quintita’, es el locus con el cual el gobierno nacional logró conectar.
Si bien el kirchnerismo no se caracterizó por promover un tipo de democracia participativa, sí difundió un discurso público densamente politizado: el lugar de la militancia, la ‘lucha contra las corporaciones’, etc. Fueras o no parte activa de esas querellas, la narrativa política permeaba tu vida cotidianamente. El macrismo busca las simpatías en el terreno contrario. Claro que esto no es una novedad: el discurso de la ‘no política’ y del individuo por encima del colectivo, forman parte de una conocida estrategia discursiva de los sectores liberales.
Pero evidentemente un conjunto muy importante de la población no logró sentirse interpelada en forma positiva por la politización que ofrecía el kirchnerismo, y optó por el contrario por apostar a un escenario mucho más delegativo. Tal vez en lugar de optar por un proyecto que apela a ‘la fuerza de la gente’, las mayorías prefieran ahora uno donde los políticos profesionales estén ‘haciendo lo que hay que hacer’. Es bueno recordar que cuando Macri asumió como jefe de gobierno en la Ciudad de Buenos Aires, también hizo un fuerte acento en el ‘hacer’, el cual tácitamente buscaba contraponerse al ‘decir’ de otros proyectos. Por esos años la comunicación política del gobierno macrista se centraba en una enorme letra H. La H como símbolo de la mudez, del silencio, como quien reivindica el hacer frente a la vocinglería de los políticos tradicionales.
En suma, ‘vótennos que nosotros vamos a resolver los problemas’ es el argumento que subyace a dicha comunicación política. Siquiera se trata del ya algo delegativo ‘pinta tu aldea y pintarás el mundo’ tolstoiano, sino más bien con un especie de ‘pinta tu aldea y la gestión pintará el mundo’. Y muy probablemente esa propuesta de representación se muestre seductora para un importante conjunto de la población, que verdaderamente piensa que los asuntos de la res pública deben quedar en manos de profesionales.
El trabajo es de nosotros, las gestiones son ajenas
Ya durante la década de 1990 las usinas de pensamiento neoliberal instalaron lo que Martín Retamozo llamó una ‘subjetividad culpógena’, para explicar el fenómeno de la masiva desocupación. Con ello, estar desocupado/a no era responsabilidad de un programa de privatizaciones y ajuste fiscal, sino de individuos no del todo capacitados para competir en el mercado laboral; es probable que ese imaginario no haya sido del todo superado.
Actualmente aún es común oír personas que, cuando atraviesan períodos de bonanza en su condición laboral, lo adjudica a sus propios méritos individuales; del mismo modo, cuando sobrevienen épocas de desempleo, esto es explicado desde las propias incapacidades individuales. Esto podría dar respuesta a quienes se preguntan desconcertados ¿cómo puede ser que la gente vote a este gobierno, si aumentó la desocupación?
Los condicionantes estructurales de la formación de empleo, como por ejemplo si las políticas públicas promueven la especulación financiera (como el actual incentivo a la inversión en LEBACS), o por el contrario apuntan a subsidiar la instalación de empleo productivo, no son tenidos en consideración.
Esta mirada tiene su contracara en aquellos ámbitos que supuestamente excederían a mi competencia personal. Así, el éxito de un gobierno se mediría en tanto logró o no realizar asuntos que escapan al individuo: creación de autopistas, mejoramiento de las políticas educativas, reducción del narcotráfico, etc. Desde esta mirada, que empalma de lleno con el eje anterior sobre la representación, el rol de los que gobiernan es resolver los problemas que no dependen de la acción de la gente. Algo así como que si un individuo no tiene trabajo, puede salir más temprano a buscarlo, pedir menos sueldo o hacer un curso de capacitación para mejorar sus chances de conseguirlo. Pero seguramente no puede hacer las cloacas que le faltan a su barrio, ni pavimentar las calles dañadas.
Es por esto que el votante tal vez no castiga ni premia en forma exacerbada al gobierno en función de su suerte laboral, pero sí en relación a cómo observa aquello que aparece como responsabilidad del Estado. Precisamente los ejes simbólicos que postuló el macrismo recientemente, tienen que ver con esos factores: obra pública, lucha contra el narcotráfico, purgar a la policía.
El sentido común no nació con el macrismo
El tercer eje muestra una serie de sentidos comunes instalados que operan al momento de la opción electoral. Algunas de las grandes medidas políticas que indignan a la izquierda y al progresismo, tal vez no generan rechazo alguno en las mayorías. Se puede tomar por caso el aumento de las tarifas energéticas. Aunque hayan implicado un empeoramiento objetivo de las condiciones de vida, más aún de las personas de sectores populares, muchos justifican los aumentos por considerar que se trataba de tarifas demasiado bajas.
En realidad, no hace falta ser un reproductor autómata del sentido común de las clases dominantes, para pensar que nos genere ruido que el consumo mensual de energía eléctrica de una familia cueste apenas un poco más que el diario del domingo. Por ello, la comparación de los costos de los servicios de energía con otros bienes de consumo, no ayuda a desentrañar la justeza o la arbitrariedad de los aumentos. En realidad, los elementos que podrían llevar a cuestionar los aumentos deberían provenir de un análisis profundo de la matriz energética en nuestro país.
Quizás si la mayoría de las personas supiera que la energía está distribuida en forma absolutamente inequitativa, las opiniones sobre el tarifazo tomarían otra tonalidad. El excelente trabajo del Observatorio Petrolero Sur muestra con videos y animaciones, en forma pedagógica y entretenida, cómo el consumo energético en hogares representa apenas un 27,5% del total de la energía consumida; o cómo un solo Shopping Center consume el equivalente a 80 manzanas de un barrio residencial. O respecto del gas, cómo la mitad de los consumidores no está conectada a la red de gas, lo que hace que deban pagar un gas envasado hasta 10 veces más caro que el gas de red.
Si esta información fuera difundida y trabajada en espacios de la sociedad, como escuelas, universidades, clubes de barrio, etc., la publicidad reciente del gobierno nacional que llama a ‘abrigarse en casa para que no le falte gas a nadie’, resultaría por sí misma una afrenta a la inteligencia colectiva. Si a esta información se le sumara la difusión de las ganancias siderales que tienen las empresas concesionarias de energía, tal vez la indignación de las y los consumidores sería mayor ante un tarifazo.
Comprensión y autocrítica
En una nota reciente en Panamá Revista, Pablo Semán sostuvo que lo que no se advirtió respecto del macrismo, es que el escenario económico no se iba a imponer al imaginario cultural: “justo en el país de la batalla cultural permanente vinimos a olvidar que el sentido de la crisis económica se construye y que la discusión política de estos dos últimos años la vino ganando el gobierno”.
Revisar los tres ejes aquí presentados, permite reafirmar lo que sostiene Semán, en la medida que se trata precisamente de elementos de un sentido común que empalma de lleno con las aspiraciones gubernamentales, o mejor dicho: se trata de un gobierno que comprendió como movilizar las aspiraciones culturales que ya estaban presentes en un sector muy importante (quizás mayoritario) de la sociedad.
Claro que esta constatación, no nos debe llevar a condenar o impugnar cerradamente los razonamientos que justifican las medidas del gobierno, sino antes bien a superarlos. Tal como advierte Ezequiel Adamovsky en Revista Anfibia sobre el microfascismo, no hay peor postura que demonizar a quien lo ejerce. Esta demonización, además, nos puede llevar a una lectura esquizofrénica de la sociedad: cuando las mayorías sociales votan a gobiernos progresistas se trata de un pueblo empoderado y consciente, mientras que cuando votan a la derecha pasan a ser una masa manipulada por los medios que reproduce el sentido común. Claro que las sociedades cambian, y que sus horizontes culturales se pueden ir modificando; pero desde luego que no se pueden dar giros tan copernicanos con dos años de diferencia.
Por otra parte, antes que enojarnos con los modos en que las mayorías interpretan las ofertas electorales, es preciso recuperar la advertencia –nuevamente– de Adamovsky para el caso de los microfascismo: “sólo saldremos proponiendo un horizonte colectivo que sea mejor”.
Además de dicha propuesta, seguramente haga falta también una autocrítica profunda sobre cómo se llegó hasta este escenario. Tomando el caso de las tarifas de energía, ¿hubo un trabajo pedagógico, profundo y sostenido (tanto desde el gobierno anterior, como desde actores democráticos de la sociedad) que difundiera –y transformara– las inequidades de la matriz energética? Evidentemente no.
El sentido común de nuestra sociedad, al igual que otras resultantes sociales, se configura a partir de una disputa de sentidos y de poderes. En esa disputa, los elementos regresivos o progresivos avanzan y retroceden en función de aciertos y errores, tanto de los sectores concentrados de la economía y del poder, como del propio campo de las izquierdas y el progresismo. Comprender esos errores y mejorar nuestra puntería a futuro, probablemente sea una mejor idea que impugnar los elementos del sentido común que consideramos reaccionarios.