Texto Ema Cutrin / Dibujo Diego Abu Arab
En la escuela del barrio, una maestra huesuda y cansada se dispone a dar su clase. La lección del día le toca a (requisa su lista de alumnos) ¡Santiago Maldonado! Santy, por favor, al frente. El aula, el aire y el tiempo permanecen quietos. Vamos, todos tenemos que dar lección. Maestra, Santiago no viene desde hace dos semanas, no sabemos de él, a veces vemos a su madre merodeando la puerta a la salida, con cara de los que están siempre despiertos. La Directora dice que fue un sueño.
En la silla donde debía estar sentado Santiago, había una araña negra.
El hospital esta agitado y manchado con rojo. Todo está listo para la operación más compleja de la semana, pero el cirujano no está presente. ¿A quién le toca?, se preguntan los auxiliares. ¿A quién va a ser? A Maldonado, él es el único que la puede hacer. Qué raro, no tiene costumbre de faltar. Al ir a buscarlo a su oficina de Jefe de Servicio, encontraron allí sus pertenencias habituales, la foto de Favaloro, un termo sobre la mesa y un mate. La yerba del mate estaba caliente.
Un oficinista para un taxi en San Juan y Libertad. Al subirse, descubre sorprendido que el asiento del conductor está vacío. Mira como buscando y ve un banderín de Racing Club, una foto de Maradona mostrando su Che, una credencial que habilitaba a conducir ese taxi a alguien llamado Santiago Maldonado.
La mujer y su compañero se acurrucan y ovillan en el secreto oscuro de su noche. La mujer va al baño. Desde allí lo llama, ¿Santiago? ¿Santi? Nadie contesta. Sale y ve la cama dada vuelta, las fotos volcadas, huellas de uñas sobre la alfombra, signos de la vida aferrándose, un pedazo de tela arrancada de una camisa. La tela es de color verde muerte.
Los pibes quieren salir campeones. Nada de faso, nada de copete, es la final. El barrio entero vino a apoyarlos. Su goleador no llega. ¿Se la pegó ayer? Pero si estuvo toda la semana agitando que no bardiemos. No, ayer despegó temprano de la esquina, para el lado que dobló se veía la luz mala. Los pibes perdieron. La única camiseta que quedo sin ser transpirada tenía el número 9. La letra D de su apellido Maldonado estaba agujereada. De ese agujero salía sangre.
Un joven aburrido abre su Facebook. Éste le pregunta, ¿Qué estás pensando, Santi? Hastiado, no repara en ello. Va bajando en su inicio y se cuelga con la lectura de un texto que habla de una maestra y su alumno, de un médico, de un tachero, de dos amantes, de un pibe de barrio. Asustado, se rescata que los desaparecidos se llaman como él en el mismísimo momento en que oye un estruendo en su puerta y
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