Por Agustín Bontempo / @agusbontempo
A casi una semana de las PASO, seguimos sin saber los resultados definitivos pero algunos conceptos se logran instalar. Análisis de la polarización como opción del gran capital.
Prácticamente todo se ha dicho sobre los (no) resultados de las PASO: que Cambiemos deja de ser fuerza local para consolidarse como una alianza nacional, el kirchnerismo pudo reinsertarse en la disputa del poder pero con menos alcance del esperado, que el massismo y el randazzismo hicieron elecciones magras pero con poder de incidencia para octubre, que el Frente de Izquierda y de los Trabajadores se consolida como referencia de izquierda, pero sin desequilibrar la balanza de los grandes partidos del bloque de poder.
Estas concepciones dieron letra a un sinfín de discusiones, incluso el resurgimiento de la boleta electrónica como garante de un sistema que no transmite confianza, sin hacer hincapié en el oscuro juego de poder que conllevaría un nuevo sistema electoral, con evidentes fracasos en otros lugares del mundo. Al respecto, ya nos hemos ocupado de esta cuestión algunos meses atrás.
¿Polarización de coyuntura o bipartidismo como estrategia?
El gobierno que encabeza Mauricio Macri ha logrado construir su hegemonía en base a un significante que fue llenado por diferentes conceptos: la pesada herencia. Ya sea por el retraso cambiario, por el ajuste tarifario, por las obras no realizadas, por las corrupciones establecidas o cualquier otra razón, Cambiemos supo desarrollar una serie de decisiones en base a la necesidad de reconstruir lo destruido por el kirchnerismo durante 12 años.
Esta táctica fue recuperada felizmente por parte del PJ y el kirchnerismo duro, que respondió con supuestas políticas de Estado que permitieron a la población vivir mejor. Histórica oposición entre público y privado, más o menos derechos, soberanía o cipayismo, etcétera.
Es innegable, al menos para este periodista, que los momentos donde abunda Estado de Bienestar, capitalismo de estado o variantes de este tipo, tienen una incidencia de corto o mediano plazo mucho más positiva que los momentos de contracción económica, conservadurismo o neoliberalismo. Es decir que, dentro de las etapas por las que atraviesa el Estado burgués, hay momentos progresivos de auge económico y otros de retraso y ajuste de nuestras vidas.
Sin embargo, una y otra teoría, con su práctica correlativa, tiene un fin específico que es la consolidación de un bloque de poder en las estructuras del Estado. Es así que el macrismo no hubiese despedido 200 mil empleados públicos si estos hubiesen gozado de estabilidad laboral contra la precarización que hubo durante el kirchnerismo (precarización que, por supuesto, continúa), ni el macrismo hubiese sancionado las leyes del ajuste si no fuese por los votos que sistemáticamente les dio el PJ/kirchnerismo, por mencionar solo dos ejemplos.
Depende de quién lo mire, y tomando como referencia la provincia de Buenos Aires, hoy podemos asegurar que casi el 70% de la población rechaza las políticas de Cambiemos. Análogamente, podemos afirmar que casi el 70% de las y los provincianos no ven una opción kirchnerista para la coyuntura actual. Sin embargo, las tribunas de los grandes medios de comunicación, de un lado y del otro (léase, TN o C5N), evangelizan a unos y demonizan a otros. La mesa está servida, es el “cambio” o “vamos a volver”. Y fin de la historia.
Aquí podemos afirmar que el gobierno de Cambiemos es sumamente regresivo, antipopular y garante de la pobreza del país. Sin embargo, y contemplando positivamente algunas políticas sociales, el kirchnerismo nunca se definió por un cambio estructural de la sociedad para poder finalizar con el hambre y la explotación. No lo hizo Cristina, tampoco Nestor. No lo hizo Perón, ni mucho antes Rosas.
El Estado capitalista solo puede dar respuestas capitalistas, por lo tanto, al servicio de los poderosos. Lleguen migajas o panes enteros a los sectores populares. Esto ya lo hemos dicho y la historia lo demostró hasta el cansancio.
Hegemonía y lucha de clases
El panorama que se abre es realmente complejo. Los manuales del buen político dicen que en momentos de crisis económica y de pérdida de derechos adquiridos, la población tiende a aumentar los niveles de participación en el espacio público. Con mayores o menores niveles de involucramiento, con más o menos voluntarismo o espontaneidad, las personas se inclinan por recurrir a lo no convencional. Llevando esto a la arena política electoral, hubiésemos esperado una mayor inserción de los partidos de izquierda. Sin embargo, a nivel nacional solo el Frente de Izquierda tuvo un leve crecimiento en relación a las PASO de 2015, pero el resto de las fuerzas (a excepción de buenas experiencias locales como Ciudad Futura en Rosario), quedaron en el camino.
Concretamente, y siguiendo con la provincia de Buenos Aires como parámetro, alrededor del 80% de las y los votantes se inclinaron por la tradición política que ya ha demostrado hasta el cansancio su decisión disfrazada de incapacidad, de no resolver los problemas del pueblo trabajador.
Esto se da por varios condimentos: en épocas de masificación de los medios de comunicación -incluyendo todos los soportes (digital, audiovisual, gráfico) y redes sociales-, la generación de opinión pública está al servicio del bloque gobernante. El famoso “duranbarbismo” se instala, lavando la política, ocultando lo podrido -esto incluye los grandes partidos del hambre como el PJ o la UCR-, banalizando los padecimientos. Al mejor estilo de Roger Stone, que se haga lo que se tenga que hacer para ganar.
No son solo los medios. La complicidad de la burocracia sindical, la intervención en nuestras vidas de las instituciones del Estado, el uso deliberado de las fuerzas de represión. Y Este combo merece nuestra atención.
Cambiemos ganó en medio de la desaparición de Santiago Maldonado y Nadia Rojas, del femicidio de Anahí, de la represión a los trabajadores de PepsiCo. Elisa Carrió alcanza el 50% de los votos en la Ciudad de Buenos Aires por su “demostrada” coherencia y honestidad. Carrió, quien fuera antimacrista hasta hace tres años y viró en la política desde el progresismo, el centrismo, radicalismo o ahora en la derecha.
Y decimos que requiere nuestra atención porque es en un contexto nefasto donde el gobierno se consolida y el kirchnerismo puede salir a presionar por desaparecidos como si no existiera Julio Lopez o Luciano Arruga.
Frente a este contexto donde la hegemonía de la clase explotadora se consolida, más allá de su rotación al interior, la lucha de clases requiere de la mayor inteligencia política. Se trata de consolidar una alternativa nacional independiente de gobierno y patrones, pero la lucha va más allá. Se requiere, también, de la rigurosidad de estudio del contexto actual, de las intervenciones en los barrios y sindicatos, del compromiso de las universidades, del reagrupamiento de las organizaciones populares que se definen por el clasismo, contra el capitalismo y el patriarcado.
Esto no intenta ser una simple proclama unitaria, sino que, al igual que cuando anunciábamos hace algunos años que la derecha se estaba ajustando a los nuevos tiempos, demanda la capacidad de redoblar esfuerzos para detener, si, pero también vencer lo que, caso contrario, se tornará inevitable: que se dinamice el ajuste y la represión como una política estable.
Mike Pence, Vicepresidente de Estados Unidos, ya le dio la bendición a Mauricio Macri. La lucha contra el imperio y sus representantes locales deberá ser firme y prolongada.