Por Leonardo Candiano. En la noche del 9 al 10 de junio se cumplió un nuevo aniversario de los fusilamientos de José León Suárez que dieron origen a Operación masacre. Marcha rememora los comienzos de aquel emblemático trabajo de Rodolfo Walsh.
En la noche del 9 de junio de 1956 se produjo el primer intento organizado por sectores peronistas de retornar al poder del que habían sido expulsados por un golpe de estado menos de nueve meses atrás. Un grupo de militares y de civiles nacionalistas, liderados por Juan José Valle y Raúl Tanco, comienzan la rebelión, cuyos principales focos se promueven en Santa Rosa (La Pampa), Campo de Mayo y La Plata (provincia de Buenos Aires).
En la madrugada del 10 de junio, se ejecuta una orden de fusilamiento para una serie de detenidos en la zona norte del conurbano bonaerense, presuntamente conectados con los sucesos pero que no han llegado a actuar en los mismos. Se los lleva a un descampado –un basural en la localidad de José León Suárez- y se los ejecuta. Cinco caen muertos. Siete escapan. Pero entonces nadie lo sabe. La versión oficial es que cinco subversivos fueron detenidos en el barrio de Florida luego de aplicada la Ley Marcial y fusilados sumariamente por su participación en los sucesos insurreccionales de esa noche. El ejército ni siquiera sabe a quiénes mató, Benavídez, que insólitamente figuraba en la lista como ejecutado, había logrado escapar, a Carlos Lizaso lo mencionaban como “Crizaso”, a Francisco Garibotti, como “Garibotto”. A Mario Brión ni lo nombran. Sólo aciertan con Nicolás Carranza y Vicente Rodríguez
Uno de los sobrevivientes, el colectivero Juan Carlos Livraga, recibe dos disparos, uno en el brazo y otro en el rostro. Resiste milagrosamente. Es detenido otra vez la noche del 10 de junio en el policlínico San Martín, donde se encontraba internado por las heridas sufridas luego de que le realizaran el tiro de gracia en el basural y, aún vivo, caminase incontables cuadras perdiendo sangre hasta llegar cerca de una estación ferroviaria.
Aunque otra vez queda preso, no lo pueden volver a fusilar. Los enfermeros y el personal médico han logrado sacar del hospital el recibo que Livraga tenía encima al llegar y que acreditaba su presencia en la Unidad Regional San Martín el día anterior. Finalmente, es trasladado a la cárcel de Olmos. Cuando logra terminar su odisea y sale en libertad, inicia una demanda judicial en reclamo de justicia.
Rodolfo Walsh es por esos días un escritor de novelas policiales, antólogo y traductor de obras literarias para la editorial Hachette, periodista en revistas comerciales y amante del ajedrez.
El 9 de junio precisamente está jugando unas partidas en un café de La Plata cuando el tiroteo entre los rebeldes y los militares que defendían al gobierno de facto en el cercano Comando de la segunda división y en el Departamento de Policía de esa ciudad llama su atención. Sin embargo, más allá de la curiosidad inicial que lo lleva a acercarse a pocas cuadras del lugar del hecho, nada cambia aún en él. Dirá al recordar ese día: “Valle no me interesa. Perón no me interesa, la revolución no me interesa. ¿Puedo volver al ajedrez? Puedo. Al ajedrez y a la literatura fantástica que leo, a los cuentos policiales que escribo, a la novela “seria” que planeo para dentro de algunos años, y a otras cosas que hago para ganarme la vida y que llamo periodismo, aunque no es periodismo”.
Pero pronto su vida comenzará a dar un vuelco. En diciembre, una asfixiante noche de verano, frente a un vaso de cerveza, todo cambia cuando un hombre le dice: “Hay un fusilado que vive”. Desde ese momento, no parará de investigar hasta develar cómo sucedieron los hechos. Encuentra que, además de la ilegalidad de los fusilamientos en sí, no sólo uno es el que vive, sino que son por lo menos siete: Livraga, “Lito” Giunta, Horacio di Chiano, Norberto Gavino, Juan Carlos Torres, Julio Troxler y Reinaldo Benavídez.
El 20 de diciembre, el abogado que patrocina a Livraga, Máximo von Kotsch, le entrega una copia de su declaración judicial, tres días después Walsh publica en el periódico de Leónidas Barletta, Propósitos, su primer escrito: “Castigo a los culpables”, que contiene parte de los dichos de Livraga ante el juez, donde el denunciante señala que por lo menos un fusilado más logró escapar. Desde esa fecha hasta el 29 de abril de 1958 aparecerán en diversas revistas (Propósitos, Revolución Nacional y Mayoría) los textos que, novelizados, luego formarán parte de Operación Masacre. La campaña periodística da cuenta de los avances en la investigación, los reportajes a víctimas y a los familiares, los documentos que prueban sus dichos, las respuestas ante los ataques que recibe por parte del Jefe de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, Desiderio Fernández Suárez -principal responsable del hecho-, y los datos recabados mediante informantes.
El mismo día que se publica la primera nota, Walsh mantiene una entrevista con Livraga en la casa de su abogado. En el prólogo a la novela testimonial, plantea: “Livraga me cuenta su historia increíble; la creo en el acto”. Lo real, contra toda pretensión del dogma del arte realista tradicional, es inverosímil. Pero puede comprobarse. Para hacerlo –sin proponérselo- funda un género: el testimonio.
El 15 de enero de 1957 la entrevista aparece en Revolución Nacional con el título “Yo también fui fusilado”. Comienza una etapa de notas en este periódico que se continúan hasta el 25 de marzo del mismo año, cuando sale “¿Fue una operación clandestina la masacre de José León Suárez?”, texto que posee en su interior el futuro título de la obra. Hasta ese momento, son en total seis los artículos publicados.
A esta altura, Walsh ha descubierto gran parte de los hechos. Pudo dar con Livragra y con otros sobrevivientes, como Giunta y di Chiano, dueño de la casa del frente ubicada en Hipólito Yrigoyen 4519, en el barrio de Florida, asaltada por la policía aquella noche. Además, reporteó a la viuda de Rodríguez y dialogó con el hermano de Brión. Entrevistó a Torres, inquilino del departamento del fondo de esa misma dirección, donde estaban la mayoría de los que posteriormente serían fusilados. Recibe información del “terrorista” Marcelo Rizzoni, que estuvo en el lugar esa noche y se fue minutos antes. Confirma que tanto Gavino como Troxler y Benavídez también pudieron escapar y se encontraban exiliados en Bolivia. Presenta la posibilidad de la existencia de otro sobreviviente, el sargento Rogelio Díaz, pero no logra cerciorarse de su itinerario final esa noche, aunque afirma su presencia en lo de Torres y su detención.
Como consecuencia de su primer intento por reponer la justicia, luego de su entrevista con Torres -asilado entonces en la embajada boliviana en la Argentina- utiliza los datos recabados y elabora un detallado informe que envía al juez Belisario Hueyo, que entendía en la causa. Años después comprenderá la ingenuidad de todo reclamo al Estado, incapaz de juzgarse a sí mismo por sus propios crímenes, y sostendrá que para lograr justicia, hace falta lucha y organización.
Hacia fines de abril los directores de la revista Mayoría, Tulio y Bruno Jacovella, le ofrecen publicar Operación Masacre en entregas semanales. Ante la imposibilidad de conseguir un editor que se anime a publicar el texto en ese entonces, acepta, y el 27 de mayo comienza publicarse “La operación masacre, un libro que no encuentra editor”. Sale en un total de nueve notas hasta el 29 de julio. Finalmente, a fines de 1957 la editorial Sigla edita Operación masacre en formato libro, con el subtítulo: “un proceso que no ha sido clausurado”.
Lo cierto es que, entre diciembre de 1956 y la salida del libro menos de un año después, Walsh prueba lo que la justicia dejará impune por siempre. No deja dudas de que por lo menos doce personas fueron detenidas en vigencia de las leyes ordinarias, no se resistieron, no tenían armas y no participaron del motín. El que los detiene es un funcionario civil, el Jefe de Policía de la Provincia, Desiderio Fernández Suárez, quien además es Teniente Coronel y, autorizándose en este último cargo, los manda a fusilar. Sin embargo, los detenidos nunca pudieron haber violado una ley –la Ley Marcial, que instaura la pena de muerte- que fue promulgada una hora y media después de que estaban encarcelados (y técnicamente un día después, ya que la redada es a las 23:00 horas del 9 de junio y la Ley Marcial se promulga a las 0:32 del 10 de junio). Por lo tanto, los fusilamientos “ordenados por el Poder Ejecutivo” fueron ilegales. No fueron fusilamientos en verdad, fueron asesinatos.
Dirá Walsh: “Así nace aquella investigación, este libro”. Un libro que es mucho más que eso. Gracias a él se logró que perduren en la memoria los fusilados, que no sea sólo uno el “fusilado que vive”, sino que todos, aún los muertos esa noche, estén hoy presentes en la memoria de nuestro pueblo.