Por Natalia Pascuariello
El autor de la estética de Los Redondos, Ricardo “Mono” Cohen habla de su último libro “De regreso a Oktubre: Lo que quedó en el tintero”, la relación entre el arte e Internet, el gobierno de Macri y el recital del Indio en Olavarría.
¿Qué hubiese pasado si Oktubre, en vez de un disco, hubiese sido un libro? Esta fue la pregunta – guía de Ricardo ‘Mono’ Cohen (Buenos Aires, 1943) – el autor del arte de tapa de los álbumes de Patricio Rey y sus redonditos de Ricota – que dio como resultado “De regreso a Oktubre: Lo que quedó en el tintero” (2016), el libro de ilustraciones en homenaje al segundo disco de “la banda de universitarios platenses que hacen música en sus ratos de ocio”, a treinta años de su primer lanzamiento, en 1986. “Con Lucas Lombardía y Flavio Mammini nos pusimos a imaginar cómo serían las canciones de Los Redondos ilustradas”, dice con mirada anhelante detrás de sus anteojos de marco redondo.
Además de los nueve temas que componen el disco, Rocambole ilustra bonus tracks o misceláneas de canciones que según él tenían “cierto tufillo a política o a ideología” tales como “Queso ruso”, “Todo preso es político”, “El regreso de Mao” y “La parabellum del buen psicópata”. En total, suman veinticuatro canciones ilustradas (más códigos QR que llevan a videos exclusivos) en las que desfilan históricos revolucionarios como Ho Chi Minh, Mao, Frida Kahlo, Trostky, el Subcomandante Marcos y ficticios oprimidos como Olga, la mujer de los versos finales de las versiones en vivo de “Jijiji”: “Olga sudorova…/vodka de Chernobil/ ¡pobre la Olga! ¡crepó!”. Si bien no todos los dibujos son de estética anarquista “sovietcoide”, la mayoría remiten al estilo de la imagen que más se ha instalado entre los ricoteros: la del esclavo con cadenas.
-¿Cómo surge la idea de editar este libro?
-Hace treinta años atrás, cuando se editó “Oktubre” se hizo en base a un concepto. Como se hacía siempre con Los Redondos, previamente acordábamos una idea, un relato o un guión y estábamos también de acuerdo en que el mensaje tenía que ser sustentado por tres pilares fundamentales: el pilar textual o poético, el pilar musical y el pilar visual. Asique era un mensaje en tres partes. Yo a veces digo que quiero separar el asunto de lo que es la ilustración porque mucha gente me dice: ¿Cómo hacías? ¿Escuchabas los temas y después ideabas una imagen? No, era paralelo porque yo no ilustraba, no interpretaba. Yo incorporaba una parte al mensaje para que pudiera ser comprendido. La idea era que si al mensaje le faltaba alguna de esas tres patas, quedaba incompleto. Entonces, lo habitual era que cada cual trabajara en su disciplina respecto a un concepto general.
-Que en este caso era el tema de las revoluciones…
-Claro, el tema de las revoluciones a través de la historia de la humanidad. Sobre todo cuando los desprotegidos o los desangelados se rebelaban contra el Poder, contra poderes feudales, aristócratas, etcétera. En toda la historia hubo revoluciones: desde la Revolución de los Gladiadores hasta la Revolución Cubana. Queríamos hacer un homenaje general. No era ideologizado con respecto a algún tipo de partidismo, pero era siempre de los oprimidos contra los opresores. En ese momento, yo tenía que hacer la ilustración para la tapa del disco y no tenía demasiado margen como para desarrollar las cosas. Entonces, quedaron como dice el subtítulo del libro: “Cosas en el tintero”. Cuando se cumplieron los treinta años del aniversario del disco, los amigos con los cuales trabajo en producciones editoriales, Lucas Lombardía y Flavio Mammini, pensamos en imaginar cómo hubiera sido si en vez de un disco, hubiera sido un libro.
-La estética de la tipografía de Oktubre está basada en el alfabeto ruso…
-Sí, yo quise inventar una especie de tipografía que recordara al alfabeto ruso que es parecido al nuestro pero no igual y hay algunas letras que parecen al revés. Entonces di vuelta una letra para que tuviera ese aspecto de alfabeto cirílico. Además, la intención cuando pensé la ilustración en aquella época era recordar esos afiches anarquistas de principio de siglo. El color negro, el rojo que siempre estaba presente en esos afiches. Y bueno, una multitud. Hay muchos personajes allí que van a rebelarse ante algo.
– Una imagen muy actual…
– Sí, desgraciadamente siempre son actuales los hechos de injusticia y la reacción del pueblo, de la multitud, de gente que se revoluciona.
– El slogan de campaña del gobierno de Macri fue “La Revolución de la alegría”. ¿Qué opina de que se haya tomado ese término?
-Me parece contradictorio. A lo mejor los asesores de imagen no manejan tan bien el lenguaje. Yo muchas cosas no las entiendo porque me parecen torpes. “Revolución de la alegría” no me dice nada. No es ni siquiera una figura poética. Es una figura contradictoria. A mí me parece que una revolución es un poco más seria. En las revoluciones ha corrido mucha sangre. Es difícil ver a alguien que se revolucione alegremente. Más bien si hay revolución es porque la gente está mal.
-Cuando comenzó la presentación del libro, usted habló de la lucha docente. ¿Qué opina de la represión que tuvo lugar en Plaza de Mayo ante el aula itinerante?
-Me parece coherente con una administración, una ideología que no comparto que tiene que ver más con empresas, con capital privado que con lo que pueda hacer el Estado por su propia sociedad. Es posible que haya una idea de disciplinar a un pueblo que a lo mejor consideran que estaba indisciplinado.
-Tanto con este libro como con “Arte, diseño y contracultura” (2014) elige el camino de la independencia y la autogestión ya que ambos fueron financiados a través de Panal de ideas…
– Sí. Cualquier realizador siempre tiene ese viejo sueño de hacer un libro. Pero queda siempre en el terreno de los sueños porque producir un libro es muy difícil, sobre todo si uno lo quiere hacer de manera independiente. Si lo hace una editorial, es porque ha decidido o lo ha elegido, no porque uno vaya a la editorial y acepten hacer un libro. Pasa como pasaba con los sellos grabadores con respecto a la música que las corporaciones se quedan con casi todo el porcentaje de ganancia que puede haber y para el autor casi siempre quedan migajas. Tenés que firmar contratos que son leoninos. La editorial tiene la potestad de poder reeditarlo o no. No sos dueño del producto que vos hacés. Al aparecer estos sistemas que los norteamericanos llaman crowdfunding – que son plataformas para colgar proyectos en los que uno consigue adherentes y puede financiar su proyecto – me pareció interesante. Internet tiene muchas ordalías pero también tiene cosas que sirven. Y, en este caso, a mí me sirvió para poder hacer este proyecto.
– ¿Y qué cosas no le gustan de Internet?
– Bueno, no me gusta el poder que tiene. Yo lo veo como otro poder omnímodo. Ya no trabajar en Internet es no existir. La realidad electrónica está reemplazando absolutamente a la realidad real. Si uno no se saca la selfie con el teléfono visitando Puerto Madryn es como que no estuvo. Y además tiene que estar colgada en Facebook porque si no, no existe. Un proyecto para dominar el mundo
Durante la amarga dictadura de Onganía (1966 -1970) surgió La Cofradía de la Flor Solar, una comunidad de artistas en la que Rocambole conoció a Skay Beilinson. El rocambolesco arte de tapa y los primeros versos de la banda homónima de rock psicodélico: “Quiero ser una luciérnaga con una luz propia” reflejan el espíritu de época: vivir como artistas y estar en el centro de la escena.
-En los 70 recibió una nota que decía: “Tenemos un proyecto para dominar el mundo y contamos con vos”. ¿Qué recuerda de ese momento?
– Era una postal que me enviaron Skay y la Negra Poli que estaban visitando un museo en Nueva York. En La Plata había un grupo de gente que resistía a la época negra de la última dictadura haciendo situaciones culturales casi siempre clandestinas porque era muy difícil reunirse con gente. Hasta uno podía perder la vida por eso. Skay empezó a armar algunas bandas musicales para hacer la música incidental de unos films que realizaba su hermano Guillermo y se hicieron eventos que eran una especie de happening. Yo no sabría cómo definirlo porque le decíamos “deformidad”. Eran espectáculos que incluían teatro, música, acrobacia. No había límite. Pero después fue decantando en una banda donde se incorpora Solari como cantante y además, sobre todo, como poeta. Nosotros siempre dijimos que él tiene el don de la palabra y de la escritura.
– A pesar de cierto contenido críptico, las letras de Solari se han instalado en la cultura popular…
-Si hay algo que la intelligentzia cultural argentina, o sea, la Academia de Literatura le debe al Indio es un homenaje porque él ha incorporado al lenguaje argentino, cantidad de frases que se usan a diario incluso en las portadas de las noticias. No hay semana que no vea un titular que no sea alguna de las frases de un poema del Indio. La ha incorporado al lenguaje frecuente porque por ahí uno se encuentra con chicos y te dicen: “Violencia es mentir”. Entonces le deben la aceptación al circuito culto porque siempre hay una alta y baja cultura aunque nosotros reaccionemos contra eso. Pero yo creo que por provenir del rock, no lo incorporan a la Literatura argentina. Yo veo por ejemplo las facultades de Letras que estudian tremendamente a (Marcel) Proust, a Walt Whitman y no se dan cuenta de que tienen un Walt Whitman a la vuelta de la esquina.
– En 2014, la facultad de Letras de la UBA dictó un seminario de Letras de Rock como género literario autónomo…
– Yo llamo poesía a aquella confusión de palabras que llega a todos. Y si bien parece críptico el mensaje, yo veo muchos chicos que entienden que les habla a ellos. Por ahí alguna frase la toman y la entienden perfectamente. La poesía tiene ese poder de ser polisémica como la mayoría de las obras de arte. O sea que cualquiera le puede dar el sentido que tiene. Y esa es la pertenencia a la obra. Esa es la intervención del espectador cuando se arma la relación entre obra, emisor y receptor. La ida y la vuelta.
– ¿Cómo le cayó la noticia de las dos muertes en el recital del Indio en Olavarría?
– De la misma manera que me caen las noticias de que tiraron a un tipo por un balcón en un partido de fútbol o que se muere ahogado alguien en un balneario porque no había un bañero. No me parece que sea muy loco o muy raro eso en un evento de 300 mil personas. Incluso aunque no hubiera habido el evento yo creo que en un pueblo de esa cantidad de habitantes diariamente a veces hay una muerte. No creo que sea por culpa de un recital si no por la decisión de alguien que a lo mejor quiso ir a suicidarse allí.
– Hay periodistas que dicen que un recital del Indio es una nota policial.
– Desde que existieron Los Redondos yo nunca encontré en el diario Clarín algo que mencionara a su música. Siempre fue porque iba mucha gente o porque podía pasar algo, pero jamás pensaron en la contribución cultural. Por otra parte, vos me decís: una muerte. Yo te puedo contar cantidad de chicos que vienen a las charlas y me dicen: “Mi papá y mi mamá se conocieron en el recital de tal año o porque seguían a Los Redondos”. Entonces, cuentan los muertos, pero si tienen que contar los nacimientos, la balanza se inclinaría muchísimo.
-¿Y qué opina de la cobertura que hicieron los medios? ¡Télam publicó siete muertos!
– Para mí fue un festival de idioteces. Yo me reí mucho porque nunca escuché tantas estupideces juntas en tan poco tiempo. Apareció un resentimiento de todos: músicos, escritores, otros poetas, periodistas que intentan ser escritores. Y bueno, cada cual metía la cuchara. Yo no tengo una opinión de que fue trágico. Primero porque yo no estuve. Lo sé por aquellas personas que fueron y me contaron. Pero no me pareció nada excepcional porque una persona pasada de drogas o de alcohol va a un recital de rock que no es un festival de danza acuática. Hay que aguantarse saltar, gritar. Hay que estar en un estado físico que más bien tiene que ser joven. Creo que hubo un grupo de gente sacada. Hay muchas contradicciones. Muchos que dicen que no era gente habitual de Los Redondos o del Indio.
Jubilado desde hace tres años de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de La Plata, a Rocambole no le cabe el mote de artista y se define como un “dibujante de rock”. Mientras trabaja en su taller escucha en la radio bandas platenses como El mató a un policía motorizado, Sr. Tomate y Mostruo! Pero cuando tiene que pintar en gran tamaño (cuadros de dos o tres metros) elige la ópera porque “le amplía el alma”. Sobre la mesa del bar del Hotel donde se aloja en Puerto Madryn, están abiertas las páginas del libro “Volverse público: las transformaciones del arte en el ágora contemporánea” (2014), del filósofo Boris Groys. –
¿De qué va el libro?
-Groys habla de los fenómenos de transformación del arte en estos tiempos y de cómo la realidad está siendo reemplazada, como si se estuviera diluyendo. Como dice Paul Virilio que todo se disuelve en el aire o se vuelve líquido. Entonces pienso que no será raro un futuro donde las ventanillas de los ómnibus o los trenes sean pantallas que transmitan comerciales. O, directamente, como leí hace poco que en un pueblo al norte de China donde en invierno casi siempre es de noche la gente añoraba ver puestas de sol. Entonces pusieron pantallas grandes donde proyectaban a las siete de la tarde, puestas de sol. Eso me parece muy simbólico de cómo puede llegar a ser el futuro. Yo no descarto esa posibilidad de que todo se hunda en una especie de agujero negro y que de repente desaparezca la humanidad. También imaginaba una raza interplanetaria que llegara y observara los restos de la civilización humana y mirando algunos restos se asombrara diciendo: ¿Cómo pudieron llegar a tanta sofisticación artística y tanta estupidez moral junta?