Por Leandro Albani*
El cielo del mar Mediterráneo se encendió con líneas brillantes y de fuego cuando el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ordenó desatar el primer bombardeo abierto y directo contra Siria, luego de que el mandatario prometió en su campaña electoral, una y otra vez, que Washington debía rever su política hacia ese país.
Por lo visto, el multimillonario que llegó a la Casa Blanca para asombro de todos, reflexionó, estudió con sus colaboradores más cercanos y, gran excusa mediante, comunicó a los almirantes de los Destructores USS Porter y USS Ross que dejaran volar 50 misiles Tomahawk hacia territorio sirio con el objetivo de impactar en la base militar de Shayrat, ubicada en la provincia de Homs (oeste).
Trump, luego de observar cómo sus misiles hacían volar por los aires la base militar siria -se reportaron nueve muertos-, llamó a las “naciones civilizadas” a acabar con la “carnicería en Siria”. ¿Suena conocido? Sí, es la misma terminología utilizada por George W. Bush para declarar “la guerra internacional contra el terrorismo en los más oscuros rincones del mundo”. Y es la misma ecuación a la que se aferran demócratas y republicanos en Estados Unidos: primero bombardeo, después -si tengo ganas y molestan mucho con eso del “derechos internacional”-, me pregunto por qué ordené una catarata de misiles contra algún país. Los pueblos de Afganistán e Irak conocen muy bien de qué se trata; todo parece indicar que ahora Siria se suma al club de los invadidos.
La excusa
El martes 4 de abril, en horas de la mañana, los grandes medios de comunicación difundieron que el Ejército sirio había realizado un ataque químico contra la localidad de Jan Sheijun, en la provincia de Idlib (este). Automáticamente, Estados Unidos y sus aliados condenaron al gobierno del presidente Bashar Al Assad por las muertes que aumentaban minuto a minuto. Sin perder el tiempo, el Comando General del Ejército sirio negó que sus fuerzas atacaran con armas químicas a la población. Al mismo tiempo, Rusia confirmó que la aviación siria había bombardeado Jan Sehijun, específicamente un arsenal perteneciente a un grupo terroristas y en el que producían armamento químico.
A partir de ese momento, las declaraciones cruzadas y acusaciones se multiplicaron. Estados Unidos apuntó (como lo hace hasta ahora) contra el gobierno sirio por “cometer” el ataque químico, aunque todavía no presentó pruebas de ningún tipo para sostener esa acusación. Mientras tanto, Siria y Rusia brindaron precisiones sobre el hecho que dejó entre 80 y 100 personas muertas y 200 heridos.
Desde Damasco, el canciller Walid Al Mualem brindó una conferencia de prensa al otro día del ataque en el que recordó que su gobierno advirtió en muchas ocasiones al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que los grupos terroristas ingresaban armas químicas al país desde Turquía e Irak. “Hemos enviado más de 100 reportes al Consejo de Seguridad de la ONU con información sobre armas químicas traídas a Siria desde Iraq y Turquía”, afirmó.
Al referirse a los sucedido en Idlib, Al Mualem explicó que la aviación siria atacó “un almacén de armas del Frente Al Nusra que contenía armas químicas”. Y agregó que si se tratara de un ataque químico aéreo, como lo sostiene Estados Unidos, tendría que haber dejado un agujero de un kilómetro de diámetro en el suelo.
Al Mualem analizó que las acusaciones contra Damasco se dan a pocos días de que comience la quinta ronda de los diálogos de paz intersirios en la ciudad suiza de Ginebra, pero “como fracasaron sus planes (de Estados Unidos y sectores de la oposición siria) en los diálogos, han montado esta mentira”.
El canciller sirio también denunció que los terroristas llevaron a cabo ataques químicos en Jobar y Hama y eso a nadie le importó, y que el Frente Al Nusra y el Estado Islámico (ISIS) continúan almacenando armas químicas en áreas residenciales.
En sus declaraciones, Muallem criticó a Nikki Haley, embajadora estadounidense en la ONU, porque “no tenía información de los sucedido en terrero pero está culpando a Siria por el ataque. Es natural que ellos no tengan información porque todo este coro (de acusaciones) empezó solo una hora después del ataque y ellos empezaron sus movimientos en el Consejo de Seguridad de la ONU”.
Rusia con los tapones de punta
El gobierno ruso sabe, más que nadie en este planeta, que Estados Unidos no puede permitir que otra potencia -por momentos díscola, por momentos aliada-, expanda su poder más allá de sus fronteras. Y mucho más, si esa expansión es en Medio Oriente, donde se encuentran las principales reservas de petróleo y gas, y una buena cantidad de tierra fértil y agua dulce.
En la creciente lucha intercapitalista entre Washington y Moscú, Siria se convirtió en un tablero de guerra donde todo parece venirse abajo de un día para el otro. Los cincuenta misiles de Trump que barrieron la base de Shayrat hacen crujir ese tablero como nunca antes.
El presidente Vladimir Putin no dudó que calificar el ataque estadounidense como “una agresión a un Estado soberano”, que viola “las normas del Derecho Internacional” y “bajo un pretexto inventado”. Así lo comunicó este viernes el portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov.
Por su parte, la cancillería rusa había criticado al vicepresidente estadounidense, Mike Pence, que afirmó que Moscú y Damasco fallaron en su acuerdo de destruir el arsenal químico del Esto sirio.
El desarme químico de Siria ocurrió bajo supervisión de Naciones Unidas, Estados Unidos, Rusia, Irán y Europa luego del ataque en Guta, en 2013, que le costó la vida a cientos de pobladores. Aunque en ese entonces todos acusaron al gobierno sirio por el ataque, un equipo de investigación de la ONU que recorrió el lugar confirmó la utilización de armas químicas, pero nunca definió quiénes habían sido los autores.
“El Ministerio de Exteriores ruso le recuerda a Estados Unidos que todas las armas químicas fueron llevadas fuera de Siria 2014 con la asistencia de Washington”, aseveró Moscú.
Dos días atrás, el portavoz del Kremlin manifestó que el uso de las armas químicas en Idlib puede resultar beneficioso para los opositores del gobierno sirio. Peskov explicó que “existen fuerzas que se proponen privar de su legitimidad al gobierno electo de la República Árabe, existen fuerzas terroristas y aquellos que apoyan a los terroristas” que buscan eso.
No fueron equivocadas las palabras del portavoz ruso. Casi sin respirar, la coalición opositora al gobierno de Al Assad -conformada por personajes vinculados a los grupos terroristas y apañada por Estados Unidos-, se pronunció a través de Ahmad Ramadan. “La coalición de la oposición saluda el ataque y pide a Washington que neutralice la capacidad (de Al Asad) para llevar a cabo ataques”, declaró, sin sonrojarse, Ramadan. “Esperamos que continúen los bombardeos. El aeropuerto atacado era utilizado para matar sirios”, sentenció.
Ramadan y sus secuaces, que reciben dinero constante y sonante de las monarquías del Golfo Pérsico, apoyo logístico y diplomático de Turquía, y el respaldo internacional de la Casa Blanca, saben que lo único que puede hacer implosionar a Siria son los misiles de Trump, como lo era el armamento que enviaba Barack Obama para los grupos irregulares. Porque esa oposición, que vive muy tranquila en el “exilio”, cuando pisa el país cae de bruces debido a sus frágiles pies de barro.
Futuro crítico
¿El gobierno sirio tiene razones reales para desatar un ataque químico? Pareciera que no. Desde hace más de un año, las fuerzas armadas sirias, Rusia, Irán y el Hezbolá libanés vienen dando golpes certeros a los grupos terroristas. La derrota de ISIS en Alepo, su situación crítica en Raqqa (donde estableció su Califato) y su retroceso permanente en Irak (la ciudad de Mosul es la zona más crítica), muestran que el Estado Islámico y otros grupos de las mismas características tienen las horas contadas en el plano militar. Desde hace meses, el gobierno de Damasco intenta agrupar a los mercenarios y combatientes irregulares en Idlib para darles el golpe final.
Al mismo tiempo, la administración de Al Assad tiene, desde hace bastante tiempo, una estabilidad política y social (dentro de una realidad guerrerista que ya lleva seis años) construida con astucia y pragmatismo, pero también con la profundización de sus relaciones con Rusia e Irán, dos actores regionales fuertes y decididos en sus políticas internacionales.
¿Los grupos terroristas sacan provecho de este ataque? Claramente sí. Algunas líneas más arriba veíamos la advertencia rusa sobre la conveniencia de un hecho de este tipo para las organizaciones irregulares.
En septiembre de 2016, la aviación estadounidense bombardeó posiciones del Ejército sirio en Al Tarda, en las cercanías del aeropuerto de Deir Al Zur, al este del país, provocando la muerte de 80 militares y más de 100 heridos. Con el correr de las horas, se comprobó que el ataque permitió al Estado Islámico avanzar posiciones y desplegarse por el terreno.
Tanto ISIS como otros grupos terroristas tienen capacidad suficiente para producir armas químicas. Sólo el Estado Islámico tiene un capital de 2000 millones de dólares, por lo cual conseguir los elementos y sustancias para el armamento en el poderoso mercado negro de Medio Oriente y Asia no parece ser algo complicado. Resulta curioso que los grandes medios (y sus grandes dueños) casi no se pregunten por qué los grupos irregulares tengan capacidad para desarrollar armas químicas, mientras que reflejen poco y nada que Siria se desarmó bajo supervisión de la ONU.
Los bombardeos contra Idlib, sin dudas, le dan respiro a los mercenarios y terroristas que, desde hace varios meses, huyen de Siria hacia destino desconocido (muchos vuelven a Europa), y que pierden posiciones en el territorio de forma permanente.
¿Estados Unidos seguirá con los ataques? Es la mayor incógnita por estas horas. La historia guerrerista de Washington confirma que la clase política estadounidense no tiene reparos a la hora de destruir países. Los bombardeos -dejando de lado la hipótesis de que Trump ordenó el ataque como “venganza” por el supuesto ataque químico del Ejército sirio- son la confirmación de una política que la Casa Blanca, por diferentes razones, no pudo aplicar durante la administración Obama. Hillary Clinton, ex candidata presidencial de los demócratas, nunca escondió su objetivo de invadir Siria por tierra y aire. El gabinete de Trump, conformado por supremacistas, neoconservados, ultra religiosos fanáticos e industriales sedientos de ganancias, presiona sin parar para que el sueño de Hillary se cumpla. El bombardeo a Siria sorprende, pero no tanto. A los pocos días de asumir, Trump ordenó que la aviación estadounidense comience los ataques directos sobre Yemen, país de Medio Oriente que hace dos años es invadido por Arabia Saudí, y que tiene un saldo de 12 mil personas muertas en apenas 24 meses.
Frente a este panorama, Rusia se convertirá en un factor desequilibrante. Como primera medida, Moscú suspendió el acuerdo con Estados Unidos por el cual se evitaban incidentes aéreos y se garantizaba la seguridad de los vuelos en las operaciones en Siria. El gobierno de Moscú también solicitó una reunión extraordinaria del Consejo de Seguridad de la ONU para tratar la situación en Siria.
Todo parece indicar que esta nueva fase en la guerra de agresión contra Siria tendrá consecuencias radicales para Medio Oriente. Trump, el hombre que muchos señalaron como un outsider de la política estadounidense (y en el que depositaron vaya a saber qué esperanzas), ingresó a Medio Oriente cabalgando en un Tomahawk, como lo hizo en su momento su amigo confederado George W. Bush.
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*Publicado originalmente en El Furgón.