Por Luis Hessel
A 40 años del secuestro del autor de Operación Masacre, la agrupación H.I.J.O.S. acompañó a la familia Walsh a la ciudad de San Vicente, al que fuese el último lugar en el mundo que Rodolfo eligió para enfrentar a la Dictadura.
“No bajen. Las cosas están mal”, fue todo lo que Lilia Ferreyra (última compañera de Rodolfo) dijo antes de emprender la fuga. Patricia, hija del escritor, recordó que “ese día era sábado, hacía mucho calor y yo me desperté muy temprano, a las 5 o 6 de la mañana. Vivía en un barrio de monoblocks en San Isidro, casi sobre la Panamericana, en un pequeño departamento de 2 ambientes, segundo piso por escalera. Nos costaba sobrevivir, en dictadura no era sencillo. Pero habíamos decidido, con mi compañero y con mi madre, que nos quedábamos en el país, que no nos íbamos, que no marchábamos al exilio con todo respeto por todos esos compañeros y compañeras que fueron al exilio. Pero nosotros sentimos que era nuestra obligación quedarnos y resistir aquella dictadura cívico militar”.
La jornada, convocada por H.I.J.O.S. Provincia de Buenos Aires, contó con un breve acto de apertura a cargo del periodista y abogado Pablo Llonto, que describió como hoy en día la Carta a la Junta Militar forma parte de las pruebas de las querellas en los juicios de lesa humanidad por la claridad y exactitud en la denuncia. Patricia Walsh, acompañada por delegaciones de H.I.J.O.S. de San Vicente, Matanza, Escobar, Campana, Zarate y organizaciones locales, partió encabezando la columna que movilizó hasta la última casa de su padre, donde se realizó un recordatorio, para volver hasta la vieja estación de trenes desde donde partió Rodolfo a su última cita, y donde se inauguró un mural en homenaje al autor de ¿Quién mato a Rosendo?
“Estoy de regreso en San Vicente, porque por supuesto no es la primera vez que vengo. La historia de las veces que vine es con capítulos dolorosos como nos ocurre a las hijas, a los hijos, de víctimas de la última dictadura cívico militar, también a los nietos y a las nietas, y a mi hija menor nieta de Rodolfo que está aquí.
Este aniversario es importante porque son 40 años, y esta vez la historia puede ser mejor conocida. Es una historia que me pone a mí en un encuentro que teníamos programado con mi padre para el día 26 de marzo de 1977.
Y entonces con toda la dificultad que teníamos de toda índole, con respecto a nuestra seguridad, a nuestra supervivencia, de cómo sosteníamos nuestra militancia, cómo hacíamos para parar la olla, vivir, seguir trabajando.
Yo tenía a mi bebé, Mariano, que había nacido 16 días antes, o sea era un recién nacido y la razón por la cual yo venía a San Vicente junto además con mi hijita mayor, María Eva. Yo venía a ver a mi padre, a traerle a su nuevo nieto porque no lo conocía y a comer con él un asado y con Lilia, quien fuera su última compañera y como era todo tan costoso nosotros vinimos en auto, un (Citroen) AMI 8 de color verde a quedarnos el fin de semana. No sé cómo íbamos a dormir acá pero eso lo íbamos a resolver después.
Cuando finalmente llegamos, después de pasar por Buenos Aires a buscar a Lilia que se había quedado esa noche a dormir en la barrio de Palermo, en un pequeño departamento, y llegamos pasado el mediodía y eso nos salvó la vida.
Nos salvó la vida porque llegamos tarde, nos salvó la vida que media hora antes se iba el grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Las personas que habían dejado en el lugar, porque tal vez ellos se fueron un poco más temprano, les avisarían si llegaba alguien a la casa. Y llegamos nosotros a la casa: la primera que bajó del auto fue Lilia e inmediatamente nos dijo ‘no bajen, las cosas están mal’, la casa que queda en la calle Rodolfo Walsh al 900, la casa a la cual vamos a ir en pocos minutos más con la marcha, la calle se llamaba Triunvirato, la referencia era Triunvirato e Ituzaingo. Entró y regresó en pocos segundos desesperada. Se subió al auto y dijo: ‘Escapemos, nos matan’.
Y entonces quien era mi compañero al volante del auto empezó a tratar de escapar. No teníamos salida, porque además no conocíamos San Vicente, así que él se mandó para adelante con el auto y nos dimos cuenta de que la calle se terminaba. Dio una vuelta y logramos meternos en un campo y logramos llegar a una avenida, y la verdad que sentimos que nos salvamos de milagro.
Pensamos que nos iban a impactar las balas, recuerdo que yo puse a mi bebé en el piso del auto y a mi hijita que no quería agacharse y bueno un poco que la obligaba poniéndome yo arriba de ella, de estar en esa situación de peligro que estábamos corriendo”.
Ese hombre
Walsh adoptó una identidad falsa para instalarse en San Vicente. Ahora era Norberto Freyre, un profesor de inglés jubilado que había llegado en diciembre de 1976 a ese barrio tan lejos de la Capital, para habitar una casa de piso de ladrillo y sin luz eléctrica. La casa todavía, como muchas en el barrio, conservan las palmeras que caracterizó a San Vicente. “Son de la época de Perón”, comenta mientras marchamos una docente del SUTEBA que luego con su mano derecha reconstruye el camino que Rodolfo hacía para llegar a la estación de trenes “cortando campo, porque acá era todo campo, no había nada”. De hecho, aún hoy no hay asfalto en las calles del barrio El Fortín.
¿Qué pasó en esa casa?
“Tratamos de empezar a entender qué había pasado. Volvimos con mi compañero poco tiempo después y lo declaré en el segundo juicio ESMA y también soy querellante del tercer juicio ESMA, allí está mi testimonio de hace ya unos cuantos años diciendo con mayor exactitud cuántos días tardamos en volver.
La casa estaba destruida, casi no tenía techo, se habían llevado prácticamente todo, hasta las canillas de la cocina. Al inodoro lo habían arrancado y lo habían tirado en el jardín.
Cuando yo volví simulamos que éramos una pareja que venía a comprar la casa y entonces la recorrimos con mucho miedo, y el terreno que la rodea. A los 10 minutos se asomó la vecina Yoly (Yolanda Mastruzzo), nos preguntó qué hacíamos, le dijimos que veníamos a ver la casa, que la verdad estaba un poco estropeada… Y Yoly nos contó lo que había pasado.
Y después lo repitió como testigo en el juicio ESMA, y Yoly no es la única vecina que habló, fueron muchos los testigos, por lo menos muchos cuando hablamos de terrorismo de Estado, de crímenes de lesa humanidad, de causas judiciales que siguen hasta hoy 40 años después. Entonces la valentía o el miedo que tuvieron los testigos, el coraje que sacaron necesario para ir a declarar es algo que San Vicente les reconoció en su momento y les tiene que reconocer ahora y por siempre.
Y también reconocer lo que ha sido cambiarle el nombre a la calle, ponerle Rodolfo Walsh, que se declare patrimonio histórico, arquitectónico, cultural, la casa y el terreno que la rodea es importante.
Hay cosas que Rodolfo Walsh nos reclama. Nos reclama por ejemplo decir que estamos a 4 años que se inicie el tercer juicio ESMA. Es demasiado, es construcción de impunidad biológica, los genocidas se mueren sin la condena. Cuando tenemos condena la condena no queda firme, tenemos que ir a la suprema corte, la suprema corte se toma su tiempo y mientras estas cosas ocurren tenemos una enorme cantidad de genocidas que se les concede la prisión domiciliaria.
¿Hay algo más agraviante para las hijas, hijos de desaparecidos, de los asesinados, de los presos, de los exiliados, de las víctimas de la última dictadura militar que genocidas con prisión domiciliaria? En cualquier momento vienen al barrio donde vivimos nosotros y nosotras, en cualquier momento uno se los cruza en el almacén porque a pesar de que no pueden salir de su casa salen y van a hacer las compras y la verdad que duele decirlo pero esto sería tal vez lo que mi padre estaría hoy denunciando.
La familia del ex subcomisario de la Policía de Buenos Aires, hoy retirado, Rubén Oscar Sala, que también vive en San Vicente hoy, pudo ocupar la casa, seguramente con ayuda porque si no es difícil pensar que se pueda intentar algo así.
El policía Sala era suboficial ayudante de la comisaría 2° de Almirante Brown. Todo esto que digo forma parte del juicio ESMA que condenó a los genocidas y esa sentencia está firme.
Primero fue a vivir allí la mamá del policía Sala, que ya falleció. Y luego siguió viviendo allí la hermana del policía Sala con una familia numerosa, con hijos, nietos, bebés. Es necesario entonces pensar, ¿cómo puede ser que la casa, sitio histórico, donde se escribiera la Carta Abierta a la Junta Militar que Gabriel García Márquez consideró la obra maestra del periodismo universal, esté ocupada?
Si no pensamos en estas preguntas, no tenemos memoria y no tenemos historia. Y no tenemos posibilidad de hacer con los lugares que se merecen otro destino relacionado con conocer nuestra historia, los sitios de memoria, poder contar allí lo que sucedió. Esta es la respuesta que todavía nos debemos”.
A solo 5 meses de la emboscada en la esquina de las avenidas San Juan y Entre Ríos, García Márquez denunciaba en la revista Alternativa de Bogotá: “Rodolfo Walsh, escritor y periodista argentino, fue secuestrado en su casa de Buenos Aires el pasado 25 de marzo por un comando represivo de la dictadura militar, y nadie duda de que esté muerto”. Y así lo estaba. Martin Gras, sobreviviente de la ESMA, encontró en su cautiverio parte del archivo robado en San Vicente compuesto por carpetas con recortes policiales, notas escritas a mano, dos informes dirigidos a la conducción de Montoneros donde criticaba su política y su último cuento: “Juan se iba por el río”.
“Juan Antonio lo llamó su madre. Duda era su apellido. Su mejor amigo, Ansina, y su mujer, Teresa”.
Rodolfo Walsh tenía 50 años y dirigía la Agencia de Noticias Clandestina (ANCLA). Su último acto de rebeldía frente a los poderosos fue la Carta Abierta de un Escritor a la Junta Militar donde dejó testimonio de su obra “sin la esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles”.