Por Julia de Titto y Santiago Mayor. Hace 10 años, mientras caía el gobierno de la Alianza y nuestro país entraba en una nueva etapa, el movimiento estudiantil no se quedaba atrás. En la universidad, la Franja Morada, brazo estudiantil de radicalismo en decadencia, perdía terreno ante nuevas agrupaciones independientes y de izquierda. 10 años después, un análisis sobre el devenir en la política estudiantil.
En el mes de marzo de 2001, José Luis Machinea acababa de renunciar a su cargo de ministro de economía y el presidente Fernando de la Rúa designaba a Ricardo López Murphy en su lugar. El primer anuncio del nuevo ministro fue un violento recorte del gasto público. El sector educativo fue uno de los más afectados.
El movimiento estudiantil, anticipando las jornadas de diciembre, salió a la calle a exigir la renuncia del ministro que dejaría su cargo 15 días después. En ese entonces, la Franja Morada, juventud de la Unión Cívica Radical, dirigía (como lo venía haciendo desde la vuelta a la democracia) la mayoría de los centros y federaciones estudiantiles del país. Sin embargo la medida fue tan antipopular que hasta los jóvenes radicales tuvieron que salir a enfrentar el ajuste. Aun así, meses después tendrían que emprender la retirada al igual que la mayoría de sus dirigentes partidarios.
¿De dónde venimos?
La Franja Morada se fue consolidando en su lugar de conducción del movimiento estudiantil a la par que la “primavera alfonsinista” llenaba de esperanza a vastos sectores de la sociedad, con la promesa de una democracia que daría de comer, educaría y sanaría a toda la población.
Pero, con el tiempo, fue dejando de lado su espíritu reivindicador de la Reforma del 18 para ir convirtiéndose en un actor burocrático y retardatario de la organización estudiantil. Apoyó a los gobiernos universitarios de turno y se limitó a brindar servicios y hacer negocios con los centros de estudiantes. Si bien enfrentó, junto al gobierno radical de la Universidad de Buenos Aires (UBA), la Ley de Educación Superior (LES) del menemismo, el 2001 la encontró en la vereda de enfrente.
Si saber no es un derecho…
El caso más ejemplar fue el de la UBA donde una coalición de agrupaciones independientes y de izquierda lograron arrebatar de las manos de los radicales la federación estudiantil más grande de la Argentina: la Federación Universitaria de Buenos Aires (FUBA).
Consolidándose en los centros de estudiantes, los independientes y los partidos de izquierda transformaron la política estudiantil. Así, los estudiantes argentinos abrían una nueva etapa en su organización, intentando construir gremios democráticos y basados en la participación y movilización.
El movimiento estudiantil aportó así a la lucha junto al movimiento piquetero, las fábricas recuperadas y las asambleas populares que nacían en cada barrio. También comenzó un ciclo de disputas por el aumento presupuestario, contra las reformas que avanzaban en la privatización y por la democratización de las universidades.
Si bien los logros alcanzados en espacios de conducción tienen un especial impulso en esta etapa, muchas de las experiencias estudiantiles con perspectivas transformadoras venían desarrollándose por lo bajo en la década anterior durante la resistencia al neoliberalismo.
2003 y después
El proceso de politización y movilización de la juventud tiene un punto de inflexión en el 2001 a partir de la rebelión popular de ese año. Sin embargo, no cabe duda que la llegada del kirchnerismo al gobierno vino a dar un nuevo impulso y abrió nuevos debates.
El proceso de politización de la sociedad que se da sobre todo a partir del denominado conflicto entre el gobierno y “el campo” repercute directamente en el movimiento estudiantil.
Las agrupaciones independientes, ya en retroceso, se ven obligadas a sentar posición sobre la política nacional, discusiones que antes evadían. En una coyuntura que dividía aguas, estas agrupaciones se acercaron al gobierno o desaparecen ante la imposibilidad de procesar debates que nunca antes habían tenido. Por su parte, los partidos de izquierda se encontraron divididos entre aquellos que apoyaron a los sectores rurales y quienes se mostraron prescindentes en un conflicto que tenía en vilo a toda la sociedad argentina.
En esta coyuntura entra en escena un nuevo espacio político que, si bien no logró dar una respuesta contundente ante estos hechos, si pudo captar mejor la complejidad de los acontecimientos. La “izquierda independiente”, retomando experiencias previas pero desarticuladas y en formación, comienza a consolidar su perfil. Reivindicando nuevas formas de organización, más horizontales y autónomas (tomadas en muchos casos de la experiencia de las agrupaciones independientes) rechazan las estructuras burocráticas de los partidos de izquierda, al mismo tiempo que se reivindican como parte de un movimiento de lucha social que excede lo universitario y complejiza el análisis político de la realidad argentina.
En este contexto de creciente politización, amplios sectores se ven interpelados por la retórica nacional y popular del gobierno nacional. De todas formas, es recién luego de la muerte del ex presidente Néstor Kirchner, en el año 2010, cuando las organizaciones estudiantiles afines al gobierno, desembarcan con fuerza en las universidades. Con apoyo del gobierno y un discurso oficial que hace mucho hincapié en el papel de la juventud, el kirchnerismo intenta ocupar un espacio históricamente hostil al peronismo. A pesar de esto, su desempeño ha sido desigual y se puede afirmar que no han logrado trasladar, al terreno estudiantil, los logros que han tenido a nivel nacional.
Yo vivo de preguntar
La izquierda, de 2001 a esta parte, ha consolidado su peso a nivel estudiantil. Actualmente conduce las federaciones más importantes del país: Buenos Aires, La Plata y Rosario, además de las de Comahue y Patagonia. El radicalismo, a su vez, sigue teniendo mucha influencia en universidades del interior del país, mucho menos masivas y con menor tradición organizativa, por ser, en muchos casos, instituciones producto de la LES en la década del 90.
El kirchnerismo, en cambio no logra hacer pie. Cristina Fernández ganó la última elección presidencial con el 54 por ciento de los votos. Alrededor de su figura se articulan grandes sectores de la juventud argentina que se identifican con los pilares que, al menos discursivamente, sostiene su gobierno. ¿Cómo se explica que esa influencia no se traduzca en la política del movimiento estudiantil?
¿Qué elementos nos permiten explicar por qué la misma juventud que confía más o menos críticamente en el proyecto oficialista, al interior de las universidades apueste por otras construcciones? ¿Y qué limitaciones tienen los proyectos de izquierda que interpelan y movilizan a los estudiantes como tales pero no logran hacerlo afuera de las facultades?
Algunas preguntas que nos quedan abiertas, pero que, sin olvidar los diez años que pasaron, obligan a una nueva búsqueda para el movimiento estudiantil. La rebelión popular de 2001 permitió dar un salto y una consolidación de la izquierda a nivel sectorial. Como sucede también en otros espacios de intervención, la posibilidad de romper las paredes de la torre de marfil y articular una alternativa para toda la sociedad es un desafío que sigue pendiente.