Por Gonzalo Reartes
Hace ocho años, Alejandro Sokol se disponía a volver a Buenos Aires desde Río Cuarto, Córdoba, cuando la muerte lo sorprendió esperando un micro en la terminal, en plena soledad. El Bocha tenía 48 años y estaba arrancando El Vuelto Sociedad Anónima, un proyecto musical lanzado luego de su definitiva separación de Las Pelotas en el 2007.
“Si a las montañas o al mar,
¿Adónde vas a escapar?
Y, ¿para qué?”
“Creo que él tenía una cosa contracultural muy fuera de lo común. Porque acá un tipo que sale en las revistas o en televisión no se sienta con unos borrachos cualquiera a tomar. No sé… estos tipos ven la tele a través de un vidrio, y él era de la calle. Decía que no quería hacerse famoso para terminar como esos músicos que se encierran en su departamento y no pueden hablar más que de esas paredes y de su teléfono y de su video y de su estéreo.” La frase de Ricardo Mollo refiriéndose a Luca Prodan bien podría aplicarse a Alejandro Sokol. Porque, claro, Sumo no era una banda de tipos que se cayeron del cielo (o, ¿acaso era precisamente eso?); como fuere: se compartían ciertos códigos y formas de ser, más allá de la magnética personalidad de su líder. Si algo le quedó al Bocha es esa cualidad de Luca de enredarse con los tipos de la calle, de sentir que ahí late la esencia de las cosas y no en los bares de Palermo o en las fiestas llenas de glamour y gente que se la pasa mostrando los dientes sin decir nada interesante.
La historia que nos concierne del Bocha arranca allá por 1981, en las sierras de Nono, Córdoba, cuando se puso detrás de la batería de lo que empezaba a ser Sumo, sin embargo, antes de debutar oficialmente, ya había cambiado de instrumento: tras la llegada de la amiga inglesa de Luca, Stephanie Nuttal, pasó al bajo. Dos años más tarde, la baterista regresó a su país y el Bocha volvió a los palillos, aunque, una vez más, por poco tiempo. Luego del ingreso de Arnedo, Ricardo Mollo y Superman Troglio, despareció de la escena pública por casi cinco años.
En una entrevista del 2008 a la revista Rolling Stone, el Bocha declaraba: “Yo me fui de Sumo sabiendo que Sumo iba a crecer y que yo estaba mal y que me iba a morir en el estado que estaba antes de firmar el primer contrato. Por eso me fui y no me arrepiento de nada. La mayoría me ha dicho: ´Te fuiste en el mejor momento´. Es que era un caos. La pelea por las autorías, cocaína a full. El otro día leí unos comentarios sobre el recital de Cosquín Rock; cierta gente conocida comentó: ´Muy bueno el show de Las Pelotas, pero lástima Alejandro Sokol, que está pasando por un mal momento´. A mí me importa un carajo. Eso es mierda. Si hacés un buen show y sos buen músico, ¿el resto qué te importa? Si Bowie es puto, ¿qué te importa?”.
El Bocha fue el anti estrella de rock and roll por excelencia. Sinónimo de pibe de barrio que sube al escenario a hacer lo que le gusta, ni siquiera por amor al arte o por algún otro berretín cósmico. “De chico me armaba una batería con cosas del hogar, y mientras tocaba, cantaba. En mi casa no se curtía música y yo era el único enfermo que no estudiaba y que se armaba una batería con cualquier cosa”. Transmitía los valores de cualquier tipo criado con los códigos que se aprenden pateando la calle, no aquellos de los que quieren ser famosos para salir en la televisión o para ser reconocidos caminando por la calle. Esto no significa que fuera un retraído total: lo era y no lo era. Cualquiera que lo haya visto en vivo puede dar testimonio de lo que implicaba su actuación como frontman: un poseído por la música, por el ritmo o las letras; una enorme capacidad para dotar de un dinamismo impresionante a un show. Siempre al límite, siempre al borde.
“No estoy atrás de lo que se escucha o lo que sale. Para mí el mayor músico que hay es David Bowie; siempre me atrajo su libertad para componer. Es la locura de la libertad”, contaba en una entrevista a Los Inrockuptibles. “Siempre me sentí libre. Trabajar de manera colectiva con un grupo de músicos es una consecuencia. Un día, hace muchos años, agarré una guitarrita, conocí a Luca y pasó todo esto. Por supuesto, el hecho de que no esté más en Las Pelotas acarreó que ahora me dedique a otra banda, pero lo tomo con naturalidad.” Cabe preguntarse si Las Pelotas sin Sokol sigue siendo Las Pelotas. Es que el Bocha podía pasar de interpretar un tema introspectivo y poético que dejaba al espectador partido en mil pedazos tanto como un buen y clásico rocanrol que lo ponía a saltar, a gritar y a tirar su vaso de cerveza al techo. Combinaba esa extraña síntesis de pibe de barrio sensible que en un arrebato se transformaba en una personalidad arrolladora que necesitaba agitar mucho los brazos, gritar, reírse; como aquellos personajes de los que hablaba Jack Kerouac, gente que está loca, “loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de cosas triviales ni de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas”.
“El problema de la gente del palo es subirse al personaje más allá del escenario. Si dejas que tu mente te gobierne y te crees menos de un cuarto de lo que la gente te dice, estás hasta las bolas, porque terminás siendo más boludo de lo que sos. Y yo soy muy boludo: no quiero ser más boludo. Sí, escucho mis temas cuando suenan en la radio, pero no quiero pensar mucho en eso. Me pongo contento cuando veo muchas manos y es un flash y se me pone la piel de gallina”.
La muerte de Sokol es una enorme pérdida para aquellos que ven en el rock una forma de expresar lo que pasa en sus barrios, en sus esquinas, pero que también son víctimas de sus propias dudas existenciales y de sus búsquedas poéticas o artísticas. Aunque tampoco se crea la señora de la cuadra que estas búsquedas están irremediablemente asociadas a la melancolía y la tristeza: pocos cantantes de nuestro país tuvieron el sentido del humor de Sokol, esa enorme capacidad de reírse de sí mismo no hace sino demostrar lo grande que era. Escuchar “Abejas” y “Hola, qué tal” en forma consecutiva, da prueba de esto. El Bocha era un tipo dotado de una profundidad casi sin precedentes, que podía coexistir con sus propios impulsos de autodestrucción, esos que siempre están a la orden del día en el rock. Al no creerse más de lo que era y al no tener más aspiraciones que aquellas que le permitían crear y hacer música, logró hacerse un lugar importantísimo en la escena musical del rocanrol y del rock and roll.
“Cuando llegue a los cincuenta voy a festejar una semana seguida”, había dicho en una de sus últimas entrevistas. No llegó. Pero la muerte no borra ni cambia nada. “A pesar de los lugares que visitás/ A pesar de las bocas con las que hablás/ A pesar de la música que escuchás/ Solo vas… solo estás”. El Bocha vivirá siempre en su música y en su espíritu de no comprarse el cuentito del rockstar. Esté donde esté, esperemos que esté sonriendo.