Por Emilio Salinas
Escritor lúcido, fragmentario, jugador y ensayístico, Ricardo Piglia murió ayer a los 75 años. Unas palabras para despedir a quien dijo una vez: “Estoy rodeado de conversos que cambian de idea cada temporada para adaptarse al sentido común general”
“La ilusión es una forma perfecta. No es un error, no se la debe confundir con una equivocación involuntaria. Se trata de una construcción deliberada, que está pensada para engañar al mismo que la construye. Es una forma pura, quizá la más pura de las formas que existen. La ilusión como novela privada, como autobiografía futura” (de Los diarios de Emilio Renzi)
A la reciente partida de John Berger se le suma ahora la de Ricardo Piglia (75 años), afectado por una Esclerosis Lateral Múltiple que fue mal tratada debido al negocio de la salud. Dos referentes de la literatura de izquierda difíciles de olvidar.
Piglia fue, en la década del 70, quizás uno de los más insistidores en pensar la ficción como una metáfora de la política, y en ese sentido, cómo logran los intelectuales salir de la retaguardia para participar en la lucha del pueblo. Esta discusión la dejó plasmada en la entrevista que le hizo a Rodolfo Walsh, en marzo de 1970, que fue después la introducción al cuento “Un oscuro día de justicia”, de Walsh. La época exigía respuestas en ese sentido, y su preocupación lo llevó a un diálogo militante.
En esa entrevista, el escritor de Operación Masacre le da las palabras que Piglia busca: “Yo hoy pienso que no sólo es posible un arte que esté relacionado directamente con la política, sino que no concibo hoy el arte si no está relacionado directamente con la política, con la situación del momento en que se vive en un país dado, si no está eso, para mí le falta algo para poder ser arte”.
Para Piglia, “Operación Masacre es una respuesta al viejo debate sobre el compromiso del escritor y la eficacia de la literatura. Frente a la buena conciencia progresista de las novelas ‘sociales’ que reflejan la realidad y ficcionalizan las efemérides políticas, Walsh levanta la verdad cruda de los hechos, la denuncia directa, el relato documental. Un uso político de la literatura debe prescindir de la ficción. Esa es la gran enseñanza de Walsh”.
Pero Piglia crece en este vínculo entre política y literatura, y le da vueltas alrededor del texto: “Imagino la política como uno de los contextos posibles de la trama, implícita en ella como en la vida; cuando es muy explícita hay problemas, como cuando los personajes se definen más para el lector que para sí mismos”, dice en una entrevista. En este camino, se convierte en un escritor que sabe combinar la alta literatura con los géneros populares y masivos. Así también se mete en la historieta, el cine y la televisión.
Escritor lúcido, fragmentario, jugador y ensayístico, que acaba de reinventar el género autobiográfico, que introduce su alter ego como personaje (“Emilio Renzi”) y ya lo ha hecho con sus referentes literarios: a Kafka en su gran obra, “Respiración artificial”, y a Macedonio Fernández en “La ciudad ausente”, cruzando constantemente autor y personaje, como una manera de desdibujar la ficción y la vida interior de los hombres y las mujeres. Es tal vez su manera de indicarnos el camino hacia una nueva literatura, sin límites, llena de vida, que se repiensa a sí misma, inserta en lo más profundo de lo cotidiano y lo trascendente.
Pero también fue un hombre despojado, sin ataduras materiales, según su propia definición. Y al final de su vida pudo dejar plasmados sus fragmentos de diario, con el fin de demostrarse a sí mismo, en nombre de su personaje, el poder de las ideas: “Por eso yo estoy transcribiendo mis diarios, porque quiero que sepan que hoy, a los setenta y tres años, sigo pensando lo mismo, criticando las mismas cosas que criticaba cuando tenía veinte años. Ahora estoy rodeado de conversos que cambian de idea cada temporada para adaptarse al sentido común general”.