Sale Prat Gay, entra Dujovne y sube Caputo. Reemplazo de figuras en el fin de un primer año de ajuste.
2016 cierra con una recesión superior al 2,5% del PBI, con caídas protagonizadas por la industria, la construcción y el comercio, principales fuentes de empleo. La inflación se incrementó, alcanzando entre el 40% y 45%, lo que provocó una caída promedio de los salarios formales en torno al 6%, y una caída del poder de compra de las jubilaciones, los salarios mínimos y las asignaciones –todas las cuales subieron alrededor de un 30%, muy por debajo de la inflación. El desempleo y la pobreza se intensificaron. No hay dudas, fue un año de ajuste, tal como preveíamos que Cambiemos venía a hacer. No todos pierden, claro, hay grandes beneficiarios: los capitales financieros a la cabeza, y las fracciones ligadas a las actividades primarias.
En este cierre de año, se confirmó el rumor: Alfonso Prat Gay, uno de los gestores del ajuste, debe entregar el ministerio de Hacienda y Finanzas Públicas. El gobierno desdoblará en dos al ministerio, poniendo a la cabeza de Hacienda a Nicolás Dujovne y ascendiendo al actual secretario Luis Caputo al rango de ministro de Finanzas.
Contra la prédica neoliberal y las críticas del progresismo que habla de que aquellos “achican el Estado”, se multiplican las dependencias gubernamentales, con cargos y funciones. Siempre hay lugar para amigos y cercanos. Como efectos de esta decisión, se refuerza el poder del Presidente al interior del gabinete, y los ministerios relegan coordinación macroeconómica. Dujovne ofició de periodista el año pasado en el programa Odisea Argentina, reiterando hasta el cansancio el mantra del supuesto exceso de gasto y su efecto inflacionario. Su propuesta, para la que fue convocado, era y es el ajuste fiscal. Caputo, por su parte, tuvo un rol central en dos operaciones clave del endeudamiento desbocado de 2016: el canje de bonos en manos del Banco Central a la banca privada –para la que él y Prat Gay trabajaban– y el pésimo acuerdo con los fondos buitres. Ahora podrán llevar a cabo sus propuestas sin trabas ni necesidad de rendirse cuentas.
En este sentido, el reacomodo de gabinete no produce un cambio de rumbo, sino su reafirmación e intensificación. Una parte del poder económico vernáculo veía demasiado gradualista a Prat Gay, quien estaba llevando a cabo un gran ajuste, pero no a la velocidad que pretendían. Como explicamos, parte de la alianza en el poder pretendía llevar más lejos y rápido el ajuste, aprovechando la desorganización política causada por el súbito cambio provocado la victoria electoral del año pasado. Prat Gay, en cambio, como resabio del formato de conciliación del kirchnerismo, entendía que esto era una bomba, y por ello aceptaba –a regañadientes– algunas concesiones. El problema de esta estrategia es que pasó un año de gobierno, se agotó el tiempo para realizar el ajuste, porque el 2017 es año electoral. Los principales déficits de Prat Gay como representante del capital concentrado son la insuficiente caída de los salarios y la aún incipiente reestructuración de las tarifas de los servicios públicos.
Dujovne y Caputo tienen la tarea de completar con rapidez esta fase, para poder avanzar a lo que se considera la siguiente etapa, que es la de reformas estructurales, sobre las que este año apenas se inició. La más importante: la flexibilización laboral, en la que han insistido diversos referentes políticos y económicos. Las iniciativas de reprivatización de las tenencias accionarias de ANSES, el desguace de Aerolíneas Argentinas mediante la entrega de rutas rentables a aerolíneas de bajo costo (Costantini fue despedida por no avanzar suficiente en este sentido), apertura de iniciativas público-privadas de la mano de YPF, son otras puntas de lanza. Cambiemos busca realizar acuerdos de libre comercio y tratados de inversión –como el firmado con Qatar– que marquen una nueva fase de ascenso neoliberal. La desprotección medioambiental –ante la cual el ministro Bergman solo atina a rezar–, patentes y derechos intelectuales que limiten el acceso a medicina, software e incluso semillas, son parte de la agenda. La experiencia reciente muestra que incluso gobiernos de otro cuño político no revierten estos retrocesos con la misma celeridad y decisión. Es decir, las reformas que se logren marcarán una nueva profundización del neoliberalismo, incluso si el gobierno pone en riesgo su continuidad política.
En este marco, las comparaciones con el 2001 son inevitables. No solo por el escenario de recesión y creciente tensión social debida al sesgo anti-popular de sus medidas, sino por la estrategia política del gobierno que reposa de manera cada vez más marcada en “propios”, desmereciendo alianzas. En su faz política partidaria, el reemplazo del ex CC-ARI Prat Gay por Caputo y Dujovne, promueve funcionarios de identificación más evidente con el PRO –tal como hiciera el gobierno de De la Rúa a medida que se desprendía de representantes del FREPASO. En el aspecto de economía política, la coalición ganadora reposa cada vez más –dentro del bloque de poder– en las fracciones financieras, primario-exportadoras y los servicios públicos. Se trata de las mismas fracciones que apoyaron la Convertibilidad hasta el final, en oposición al entonces llamado Grupo Productivo. Como en el 2001, el gobierno afronta elecciones de medio término donde medirá su capacidad de gobierno.
Sin embargo, en estos mismos planos hay diferencias. Respecto de la alianza partidaria, vale recalcar que el peso del FREPASO en la victoria de 1999 fue central, pues era la fuerza en ascenso, y por ello ocupó lugares relevantes en el gabinete. No ocurrió lo mismo con Cambiemos: la fuerza pujante era el PRO, que no ofreció muchos cargos a sus socios políticos. En tal sentido, el desgajamiento de la alianza no impacta igual. Respecto del bloque en el poder, los capitales concentrados están aún unificados en proyectos comunes (la agenda de reformas ya referida), relegando sus pujas internas a un segundo plano. En las elecciones legislativas, el gobierno parte de una muy baja representación en el Congreso, que podrá mantener o incluso elevar ante una oposición fragmentada.
El límite posiblemente viene por dos lados, ambos semejantes a los del final de la Convertibilidad. Las reformas estructurales pendientes no son tantas ni convocan tanto acuerdo como para sostener coaliciones más estables (la Convertibilidad contó para esto con las privatizaciones). Y por otro lado, la conflictividad social se sostiene y crece. 2017 será un año de múltiples disputas.