Por Francisco Longa / Foto por Juan Noy
Dos tácticas parecieran colisionar al momento de constituir una oposición al macrismo desde las fuerzas otrora kirchneristas: apostar al desgaste y a la crisis, o negociar e ir por un recambio institucional ordenado. ¿Cómo juega la acumulación de poder en la perspectiva de cada una?
Durante el año pasado corrieron ríos de tinta caracterizando a la polarización política del país como una ‘grieta’ que, maliciosa, enfrentaría a nuestra sociedad. Es sencillo notar en el ámbito público como, lejos de aquella promesa de ‘unir a los argentinos’, el gobierno de Macri profundizó la polarización política y, más aún, trasladó parte de esos diferendos al propio campo nacional-popular: por una lado, agrupaciones que buscan constituirse como la reserva kirchnerista del país reafirman el liderazgo de Cristina Fernández, se oponen de manera cerrada a toda medida proveniente de Balcarce 50, y no dudan en establecer comparaciones entre el actual momento político y septiembre del `55 o marzo del `76.
Por otro lado, otros movimientos y referentes apuestan a que a Macri ‘le vaya bien’, para así evitar que una nueva crisis golpeé a la sociedad argentina, con el consiguiente costo social que eso implicaría para las capas más vulnerables. Más aún, se sostiene que en caso que el gobierno macrista no lograra terminar su mandato, esto podría implicar un recambio aún más por derecha. Al parecer la pregunta que divide a las agrupaciones del campo nacional-popular es: ¿a Macri le debe ir mal o le debe ir bien? Y, por otra parte, ¿qué implicaría cada uno de esos escenarios?
La grieta interna
En el primer lugar se encuentra un grupo de dirigentes y organizaciones como La Cámpora, Nuevo Encuentro y Kolina, quienes han sido críticos de las instancias de negociación con el macrismo, tal como la que representa el acuerdo por la Ley de Emergencia Social aprobada días atrás.
Algunos intelectuales y referentes parecieran dar un cierto marco teórico a este posicionamiento. Ricardo Forster, docente universitario y ex funcionario kirchnerista sostuvo por ejemplo que: “están los que dicen ‘ojalá que le vaya bien al gobierno de Macri’ y yo me pregunto qué significa que le vaya bien al gobierno de Macri (…) Yo no quiero que le vaya bien, yo quiero recuperar un proyecto de sociedad que sea capaz de integrar y no de expulsar”. También referentes sindicales que apoyaron a los gobiernos kirchneristas, como Roberto Baradel, han expresado: “si le va bien a Macri con estas políticas nos va mal a todos los trabajadores”.
Pero entonces, este núcleo duro del kirchnerismo ¿ha optado ahora por la táctica del ‘cuanto peor, mejor’?; ¿Es posible que estos agrupamientos y referentes, que blandieron el mote de ‘trotskista’ a todo aquel que durante el kirchnerismo estableció alguna crítica su gestión, ahora busquen que al gobierno le vaya mal? ¿Se puede explicar desde aquí la coincidencia entre el Partido Obrero y La Cámpora en cuanto a la impugnación a la Ley de Emergencia Social semanas atrás? ¿Puede desde esta nueva táctica entenderse la negativa de Alicia Kirchner a acompañar la ley que reduce el pago de impuesto a las ganancias?
¿O se trata en cambio de una reconversión semántica respecto de los conceptos de ‘bien y mal’ en el marco de un gobierno de derecha? Hay que decir que, de tratarse de esto último, la forma de calibrar el bien y el mal aparecería ahora con un nivel de sofisticación tal, que contrastaría con la simpleza con que se utilizaron esos mismos conceptos años atrás al momento de estigmatizar a los opositores.
En términos propositivos, la estrategia de estos agrupamientos y referentes, además de la construcción legislativa y ejecutiva que ostentan (en el plano nacional, pero también en municipios y provincias como Santa Cruz), buscó movilizar a ciertas capas medias a partir de la consigna ‘vamos a volver’. Las autodenominadas ‘Plazas del Pueblo’, por cierto un apelativo eufemístico en extremo, consisten en entablar reuniones periódicas, en general durante fines de semana, donde algún orador/a se dirige a la concurrencia. Aunque resulta atractivo el carácter federal y la perspectiva de arraigo territorial que las plazas suponen, nada indica que éstas vengan profundizando el desgaste al gobierno, ni fortaleciendo una perspectiva propositiva novedosa, sobre todo en función de subsanar aquello que faltó (o más bien que sobró) para ganar la elección de 2015.
Por otro lado, otro grupo de organizaciones y dirigentes parece alejarse de esta perspectiva y volcarse a una construcción más de mediano plazo, entendiendo la necesidad de construir puentes de diálogo con el gobierno y, sobre todo, de ejercer una autocrítica respecto de los años kirchneristas. En este grupo hay a su vez una subdivisión entre los que practican casi un oficialismo velado, y quienes son opositores de manera directa.
En el primer grupo encontramos principalmente a gobernadores del Partido Justicialista que acompañaron al kirchnerismo, inclusive que fueron fuertes candidatos del mismo (como el caso de Manzur en Tucumán) aunque también hay referentes sindicales de la CGT. Éstos, bien lejos de asociar el éxito de Macri con una tragedia para el país, sostienen que “si le va bien a Macri, le va a ir bien a la Argentina”, como declaró el ex ministro de Salud de CFK y actual gobernador Manzur; o como el caso de Urtubey, el gobernador de Salta que, además de hacer votos continuamente por el éxito de la gestión presidencial, también se opuso a la modificación del impuesto a las ganancias.
El otro grupo es el que está encarnado por una de las construcciones sociales y políticas más significativas del último tiempo: el Movimiento Evita. Éste, que protagoniza la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), ha estado en el centro de la escena desde que, tras un ciclo de movilizaciones y reclamos, logró establecer un acuerdo con el gobierno para la promulgación de la Ley de Emergencia Social. Los kirchneristas de paladar negro criticaron el carácter negociador del acuerdo rubricado por la CTEP y el gobierno (también participaron del mismo la CCC y Barrios de Pie), y denunciaron el carácter dialoguista que este acuerdo implicaba frente a un gobierno de derecha.
Desde las filas de la CTEP y del resto de las organizaciones firmantes, se hizo hincapié en las reivindicaciones arrancadas al gobierno en el marco del acuerdo, todas ellas dirigidas a los trabajadores y a las trabajadoras cooperativistas e informales. Entre lo obtenido se cuentan: bonos de fin de año, aumento en las asignaciones familiares, nuevos puestos de trabajo y, principalmente, el reconocimiento a estas organizaciones y a la Economía Popular en su conjunto como espacio de interlocución política entre el gobierno y los ‘excluidos’. Esto último constituye una conquista simbólica importante en la medida que pueda constituirse una paritaria social periódica que vaya reactualizando los montos que cobran los trabajadores y las trabajadoras cooperativistas, del mismo modo que lo hacen quienes están bajo el amparo sindical.
La tan mentada inclusión de una cláusula por la cual las organizaciones firmantes se comprometían evitar la conflictividad social, no hizo más que profundizar esta suerte de ‘grieta interna’ en el campo otrora kirchnerista: los kirchneristas duros acusaron a los firmantes de negociar la paz social con un gobierno de derecha a cambio de migajas, mientras que los firmantes acusaron a los ‘duros’ de despreciar las conquistas materiales obtenidas para los sectores vulnerables, y de no tener representación entre las clases populares, y mucho menos capacidad de movilización callejera.
Es el poder, estúpido
Ahora bien, si se toman los argumentos políticos esgrimidos a diestra y siniestra lo que se observa es una apelación a diversos argumentos: la necesidad de obtener reivindicaciones, el riesgo de firmar una paz social, los derechos de los más vulnerables, la complicidad con un gobierno que implica una restauración conservadora, etc. Lo que no aparece en el debate público tiene que ver con la estrategia de acumulación de poder que todos estos actores se dan de cara al futuro. Sostengo que, en definitiva, lo que refuerza una u otra postura, más allá de los argumentos políticos que las revisten, tiene que ver exactamente con este elemento velado; al referirme a la estrategia política de acumulación de poder me refiero a la construcción en las bases sociales, por un lado, y a la disputa por las instituciones en el plano electoral, por el otro.
El primer grupo parece afincado en una acumulación de capas medias, que recupere el poderío militante que el kirchenrismo mostró durante su etapa de mayor enamoramiento, es decir post 2010 cuando el surgimiento de lo que la propia Cristina Fernández llamó la ‘generación del bicentenario’. En términos electorales, la apuesta firme de este grupo es ni más ni menos que CFK y su nada despreciable 30% de intención de votos en la provincia de Buenos Aires (lo cual la ubica primera según la reciente encuesta de Analogías).
El segundo grupo parecería apelar, en cambio, a una acumulación de base principalmente en los sectores populares ligados a las actividades de la Economía Popular. Esto no es novedoso: esta tendencia nunca dejó de estar presente en el Movimiento Evita, por ejemplo, lo cual también explica porqué hoy pueden conducir la CTEP y movilizar miles de trabajadores de las barriadas populares. La firma del acuerdo con el gobierno fortalece sin lugar a dudas esta construcción de base que el Evita sigue desarrollando barrio adentro. Por otra parte, en términos electorales este sector parecería apostar a un 2017 en el cual las referencias electorales provengan desde el PJ tradicional, o inclusive desde sectores de izquierda y centro izquierda, antes que del entorno de Cristina Fernández. Aún más, la cercanía establecida con sectores peronistas ligados al Frente Renovador como el dirigente Felipe Solá, que participó del 5º congreso nacional del Movimiento Evita el mes pasado, parecería mostrar que la mira no solamente está puesta en 2017, sino principalmente en 2019.
Con estos elementos, las posiciones que sostienen los movimientos y los referentes, y sus apelaciones al ‘cuanto peor, mejor’ o a su contrapartida: el ‘cuanto mejor, mejor’, pueden pensarse no sola ni únicamente en relación con las reivindicaciones concretas que se logran frente a determinado gobierno, o en las concesiones transitorias que toda negociación implica, sino también con la acumulación política en perspectiva a futuro. Así, tal vez de lo que se trate es de una divergencia en cuanto al sector social en el cual acumular fuerzas, y en las alianzas electorales sobre las cuales se pretende avanzar. Esto permite también reducir las acusaciones cruzadas y las difamaciones, y acrecentar el análisis de las fuerzas reales con las que se cuenta y con las que se pretende contar.