Por Ricardo Frascara
Con una visión onírica, el cronista trata de explicarse cómo pudo concretarse este que parecía un sueño eterno. De la mano de un brillante Juan Martín del Potro, recuperado de sus persistentes lesiones, y presentando Federico Delbonis la versión más clara y completa de su carrera tenística, alcanzaron la victoria deseada en la tierra de sus adversarios, empujados por miles de mujeres y hombres impregnados de celeste y blanco.
Dos muchachos con una raqueta consiguieron tomar la ciudad que había resistido los ataques de los mongoles en 1242. No necesitaron ni siquiera un caballo de Troya para entrar. Lo hicieron a cara limpia, con mirada segura y espíritu gigante. En esto, sobre esa actitud sonriente y humilde, apoyada en el muro de una voluntad de hierro, Juan Martín Del Potro y Federico Delbonis se transformaron en una máquina vencedora. Su intento en tierra croata por supuesto que era alcanzar la victoria, rodear con sus brazos la Gran Ensaladera que se había negado cuatro veces a los argentinos. Pero a medida que pasaban las horas de estos tres días inolvidables para todos, para ellos, para los cuatro mil argentinos embanderados que coparon el estadio, para quienes los vimos poner el pecho a la distancia, el triunfo parecía alejarse. Hasta que el irresoluto tandilense que había perdido los dos primeros sets con Marín Cilic, tocó su corazón y se convirtió, ante millones de ojos de todo el mundo, del tímido Clark Kent en arrasador Superman.
Juan Martín dijo más tarde que vio, ya con su mirada que atraviesa puertas de hierro, que el croata estaba cansado. Ahí fue cuando comenzó su tarea a conciencia. Tomó la vara de criptonita y pasó de dos sets abajo a tres arriba. Locura en el estadio, se abrían las aguas del río Sava y los argentinos hacían vibrar la ciudad que existe con ese nombre, Zagreb, desde 1094. Romanos y austrohúngaros, observaban desde la historia a ese grupo de locos de la raqueta que conmovían su plaza fuerte, rodeados e impulsados por muchísimos más locos con extrañas vestimentas de colores celeste y blanco a rayas. Todos los invasores gritaban y saltaban conformando un espectáculo único, imprevisto; impensable que con tanta alegría se pueda tomar una ciudadela de 641 kilómetros cuadrados. ¿Las armas? Dos raquetas.
Curiosa historia de enredos resulta la Copa Davis. Desfilaron a través de los años cantidades de nombres de tenistas argentinos en su persecución. Nombres célebres, estrellas de primera magnitud, y el trofeo que siempre se les negó a ellos, lo obtiene el equipo estadísticamente más desvalido, de acuerdo con el ranking. Porque Argentina gana el premio máximo del tenis internacional sin tener un top ten; ¿qué digo top ten? Ni siquiera un top twenty ¿Cómo? Ni un top thirty. Es decir estos muchachos batieron en su casa a Marín Cilic (6º del ranking) y a Ivo Karlovic (20º), desde los escalones 38º (Del Potro) y 41º (Delbonis).
El deporte –íntimamente lo sigue siendo en estos trances, aunque dancen millones de dólares en su seno- tiene relámpagos que abren la visión del cielo. Así lo deben de haber sentido estos jóvenes superdotados para concretar una hazaña como esta. Y, no los vi, pero escuché a estos miles de argentinos conquistar un pueblo bailando y cantando. Ya queda en la historia de Zagreb la pareja que forman Delpo y Delbo. Los argentinos que se afanaron la Ensaladera.