Por Aram Aharonian*
La muerte de Fidel Castro, previsible por su enfermedad avanzada y nueve décadas de edad, nos obliga a asumir la cantidad de transformaciones históricas ocurridas en nuestra América y en el mundo en los últimos 60, 70 años. Sin dudas, la Revolución Cubana dividió la historia de nuestro continente en un antes y un después.
Es difícil sintetizar la vida de un hombre –sus ideas, su lucha permanente- que durante siete décadas influyó en nuestras vidas: su paso por el activismo estudiantil, el internacionalismo revolucionario, la organización de un movimiento armado, la cárcel, el exilio, la guerrilla… Es más, junto a sus “barbudos” Instauró un gobierno socialista a apenas 150 kilómetros de Estados Unidos.
Pero, sobre todo, la construcción de una sociedad nueva en una péquela isla caribeña que soportó durante décadas y décadas toda la hostilidad por parte de la mayor potencia militar y económica . Tras la Revolución (y por ella), Cuba debió soportar ataques armados abiertos, invasiones, terrorismo, bloqueo económico, guerra bacteriológica y propagandística. Y Fidel sobrevivió no solo a la invasión gringo-mercenaria de Bahía de Cochinos (Playa Girón) sino también a 638 atentados contra su vida y el colapso del llamado “socialismo real” tras la caída de la URSS. Duro de matar.
Sobreviviente único de los grandes protagonistas de la guerra fría, gobernó 47 años la isla y continuó como referente obligado en Cuba después de que enfermó y asumió el gobierno su hermano Raúl, cinco años menor, el 31 de julio de 2006. Eduardo Galeano hablaba (en Espejos) de “la tozuda voluntad y el anticuado sentido del honor de este caballero que siempre se batió por los perdedores”.
Fidel Castro contribuyó a modificar sensiblemente la orientación de América Latina y el Caribe en su conjunto. Hoy, cuando los intentos de restauración conservadora reaparecen en la región, hay que aprender de su ejemplo: de las adversidades también se construyen victorias.
Cuba fue, para varias generaciones de latinoamericanos y caribeños, de africanos y asiáticos también, fuente de inspiración para diferentes propuestas e intentos transformadores, unos por la vía armada, otros por la pacífica. Y fue Fidel y su credibilidad, factor esencial en el avance de las conversaciones de paz entre guerrillas y gobiernos en Centroamérica en la década de los noventa y en el reciente acuerdo de las FARC y el gobierno colombiano, tras tres años de negociaciones en La Habana.
Y hoy cabe recordar también, que Cuba fue (y es) la nación más solidaria del mundo, aportando médicos, enfermeros y asistencia sanitaria, cursos de alfabetización y maestros, ingenieros, asistencia técnica ante calamidades climáticas… a los países que lo necesiten, sin distinción de su gobierno o ideología.
También fueron los soldados internacionalistas cubanos – con la conducción de Fidel- decisivos en la derrota militar del régimen racista sudafricano en Angola y en el surgimiento de naciones libres en el llamado Cono Sur Africano, uno de los tantos triunfos de la Revolución Cubana que los medios hegemónicos han invisibilizado, ocultado, tergiversado, manipulado, ninguneado.
Su vida articula varias generaciones de sucesos latinoamericanos. Quizá fue el último referente del siglo veinte. Una decena de presidentes estadounidense –desde Dwight “Ike” Eisenhower a George W. Bush– intentaron derrocarlo, hasta que Barack Obama hace dos años anunció el fin de la hostilidad hacia Cuba, lo que no significa que haya terminado.
A los 90 años, y en viernes, se convirtió en mito, en momentos en que el futuro es incierto para su país: la normalización de las relaciones con Estados Unidos se encuentra entre signos de interrogación por la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.
En su última carta, al cumplir sus nueve décadas en agosto, Fidel manifestaba su preocupación por la especie humana ante el mayor riesgo de su historia: los habitantes del planeta pasaron de mil millones a fines de 1800, a siete mil millones a principio de 2016. ¿Cuántos tendrá nuestro planeta dentro de unos años más? “Los científicos más brillantes, que ya suman varios miles, son los que pueden responder esta pregunta y otras muchas de gran trascendencia”.
“Grandes potencias como China y Rusia no pueden ser sometidas a las amenazas de imponerles el empleo de las armas nucleares. Son pueblos de gran valor e inteligencia. Considero que le faltó altura al discurso del Presidente de EEUU cuando visitó Japón, y le faltaron palabras para excusarse por la matanza de cientos de miles de personas en Hiroshima, a pesar de que conocía los efectos de la bomba. (…). Es por eso que hay que martillar sobre la necesidad de preservar la paz, y que ninguna potencia se tome el derecho de matar a millones de seres humanos”, agregaba.
Al conmemorar los 60 años de su ingreso a la Universidad de La habana, habló sobre la necesidad de usar la ciencia y la técnica en beneficio propio y de la humanidad, sumarse a los que luchan por la supervivencia de la especie, por una oportunidad para la especie humana a la cual pertenece. “Es muy justo luchar por eso, y por eso debemos emplear todas nuestras energías, todos nuestros esfuerzos, todo nuestro tiempo para poder decir en la voz de millones o de cientos o de miles de millones: ¡Vale la pena haber nacido! ¡Vale la pena haber vivido!”
Somos muchos los que hoy sentimos esa sensación de orfandad, un profundo sentimiento de pérdida. Se nos fue el último grande del siglo veinte, se apagó el faro. Sí, valió la pena haber luchado, Comandante.
*Artículo publicado en Nodal