Por Simón Klemperer
Pasó el partido contra Colombia, también el de Brasil. El cronista para la pelota y piensa –casi lo que mejor sabe hacer– antes de distribuir las palabras. Una Selección que sigue dependiendo de la genialidad de Messi y un manojo de periodistas que gritan y analizan poco son algunas de las reflexiones que nos trae esta nota.
1. Creía que la tierra era redonda pero ya lo estoy dudando. Pensaba que el fútbol era un juego que se jugaba en equipo, pero ya lo estoy dudando. Pensaba que el todo era más que la suma de las partes, pero ya lo estoy dudando. Parece que el pensamiento futbolero argentino actual está superando cualquier delirio filosófico de los antiguos griegos. Ni Platón, ni Aristóteles, ni Heráclito, ni banquetes, ni crematísticas, ni democracias, ni ninguna de esas tonterías pasadas de moda. Ahora lo que va es ESPN, Fox, TyC y un sinfín de compañías del espectáculo deportivo. Quién quiere un Heráclito si tiene un Pollo Vignolo. Quien quiere un Platón si tiene un Chavo Fucks.
En Argentina hace varios años que estamos viviendo una ilusión. La ilusión de que tenemos un buen equipo de fútbol cuando tal cosa no pasa. Lo que hay es la ilusión que provoca el petiso veloz, un genio que no puede más de genio, y que hace todo que el equipo no hace. Se tira los centros y se los cabecea. Y entonces… entonces tenemos un equipo que es un bodrio, que no da tres pases seguidos, y que hace diez años que tiene una estrategia muy conservadora. Un equipo defensivo, estático, que no divierte, pero que llega a las finales. Pero llega a las finales porque la pulga maravilla mete las pepas él solito cuando es necesario, y todo lo que el equipo no hizo queda olvidado inmediatamente y sepultado bajo los gritos de gol que hace el mini llanero solitario. La realidad queda escondida bajo la emoción que provocan los goles del hombre más solo del mundo.
2. El falso periodismo deportivo de la televisión se ha apropiado de la gran mayoría de los cerebros argentinos. Hay hoy en la Argentina un pensamiento único futbolero. Hay disidencia, claro. Siempre hay disidencia, pero también un pensamiento dominante. En la Argentina actual, esa Argentina que hace décadas no gana un solo campeonato, crece día a día un pensamiento futbolero que de fútbol no habla. Lo que la mayoría de los argentinos necesita es ganar, y no ganan. Los argentinos necesitamos ganar para hacerle honor a la idea que tenemos de nosotros mismos. Pero no, no ganamos, y año tras año crece la frustración y la angustia, y todo se convierte en un escándalo porque no encontramos las razones que nos expliquen esta injusticia universal. En vez de ver que el equipo juega horrible y ver en el fútbol la salida, negamos la realidad y nos enfrascamos una discusión de nombres propios y echamos culpa con ventilador.
Se trata de la gran pantomima ególatra del falso periodismo deportivo que no es ni deportivo ni periodístico, sino un escandaloso chimento de las estrellas de un negocio llamado fútbol. Si hablamos de la televisión, los únicos que se salvan son Diego Latorre y Gonzalo Bonadeo, pero son opacados por el medio. El medio es el mensaje. El resto del pensamiento decente vive en otros medios. Radio y prensa escrita. Pero aún así, siendo Argentina el país en el mundo donde más se intelectualiza el futbol, porque es cuestión de Estado, de academia, de folcklore y de diván, es también el lugar donde la estupidez, el fanatismo y el nacionalismo afloran con mayor potencia. A pesar del pensamiento crítico, el fútbol se mueve en otra dirección, la de la televisión, el escándalo y las falsas preguntas.
3. Argentina es el dejavú permanente. El día de la marmota. Hasta yo me siento idiota escribiendo nuevamente sobre esto. La discusión sobre Messi es tan obvia que roza la vergüenza, sin embargo está ahí, intacta. Discusión que renace antes y después de cada partido, y que no es una discusión futbolística, sino muy otra cosa. Si fuera futbolera sería cuestión de gustos o de formas de ver un juego, y yo no estaría hablando de esto. Pero no lo es porque de fútbol no se habla, sino que es la expresión de una muy fanfarrona manera de pensar: la del fútbol cooptado por la frustración y la prepotencia.
Y que ¿por qué juega en Barcelona y aquí no?, y que ¿por qué es tan pecho frio?, y que ¿por qué no es como Maradona?, y que por qué y que por qué y que por qué… Y entre tantos porqués y porqués, y mientras la selección juega horrible y aburre a todo el mundo, aquí nosotros intercambiamos argumentos prefabricados que nada tienen que ver con el fútbol sino con los egos, y dividimos el país en dos equipos, uno más tonto que el otro. Y así, los antimessis hacen proselitismo de un individualismo maradoniano, y los promessis hacen proselitismo de un individualismo messianico, pero ambos, de un lado y del otro, juegan al mismo juego, el del individualismo y el exitismo basados en la dependencia del genio del genio. Enfrentamiento que repite la lógica de los enemigos que se necesitan para existir y que por tanto, no son enemigos, sino complementarios y partes del mismo sistema. Un sistema destructivo que se olvida que lo importante no son los nombres sino la pelota. Un sistema destructivo que se olvida del funcionamiento colectivo para vivir de la esperanza de lo que puedan hacer los grandes hombres. Pero resulta que el equipo argentino necesita ser un equipo y no este plomo que depende del héroe más petiso de todos, pero que en encima, extraña al otro héroe, ese que dejó tan arriba la bandera de la prepotencia de los grandes hombres.
4. El pensamiento heroico está haciendo estragos en este país. Las figuritas difíciles están haciendo añicos el pensamiento futbolero. El fútbol, esa cosa hermosa que se jugaba con la pelotita y en equipo, dejó de ser juego y dejó de ser colectivo. Estamos viviendo un proceso continuo de exaltación de las personalidades, un proceso que va en aumento y que elimina el placer por completo, tornándolo todo angustioso y aplastando los funcionamientos colectivos para dar lugar a los más atroces individualismos. Campeones del mundo de pensamiento individualista, triunfalista, grandilocuente, esquizofrénico, victimista y chanta.
El cerebro futbolero de cada uno de los habitantes del país es victima de la dicotomía messi-antimessi, y dicha dicotomía es consecuencia de un histórico pensamiento caudillista exaltador de la individualidad. Ese pensamiento de los grandes hombres y los grandes discursos. Y Messi, odiado y amado ya no sabe ni que hacer ni que decir, y amaga con irse para volver sin haberse ido. Una cosa rarísima. Y la verdad es que el pobre Messi debería irse, hacerse catalán, abandonarnos y obligarnos a conformar un equipo de fútbol, no un equipo de metegol donde él sea el único que no está atravesado por el palito ese.
La víctima numero de uno del messismo-antimessismo es la selección argentina, y el culpable de todo es Maradona por haber ganado él solo un mundial, por haber jugado tan bien, y habernos hecho creer que la genialidad de un solo hombre es suficiente para salir campeón. Tener un Dios es lo peor que nos pudo pasar. Y ahora, miles de años más tarde, un fundamentalismo muy extendido quiere un Maradona nuevamente y culpa a Messi de no ser Maradona. Raro fenómeno ese de cuestionar a una persona por no ser otra persona. La verdad, no se entiende por qué a la vieja de Messi no se le ocurrió tener a Maradona en vez de a Messi. Para mí que se olvidó porque durante el parto estaba distraída pariendo.
Finalmente, el problema es que existe una gran cantidad de argentinos que le exigen a Messi ser Maradona porque les gusta ese huevo que ponía el Diego y no esa cara de nada que tiene Lionel. Y es que las grandes figuras juegan con el sentido de identificación, y los argentinos, cancheros y agrandados nos proyectamos al querer ser Maradonas, criticando la humildad messista tachándolo de pechofrío. Al decirle pechofrío solo estamos poniendo sobre la mesa del bar esos huevos enormes que tenemos o decimos tener. De huevos hablamos todos, de fútbol nadie.
5. Ahora, si nos ponemos a pensar en fútbol y no en pavadas, y recordamos partido por partido la inefable década de Batista, Maradona, Sabella, Tata, y ahora el “Patón” Bauza, deberíamos darnos cuenta que es obvio que no hayamos salido campeones de nada. Si nos centramos en únicamente en el Mundial de Brasil intentando dejar de lado la ilusión, veremos como el subcampeón es menos buen equipo de lo que ese segundo lugar hace parecer.
La muy cobarde, fatídica y violenta frase que dice que “los Mundiales no se juegan, se ganan”, construye falsos guerreros durante el mes del evento pero deja solo tierra asolada y destruida cuando el Mundial escampa”. Tan así que que previo a la primera final contra Chile un par de publicidades disfrazaban a Mascherano de San Martín. Pero volviendo al Mundial, para recordar partido por partido: el primero contra Bosnia fue una lagrima que ganamos dos a uno con un gol en contra de Bosnia y uno de Messi de fuera del área cuando no pasaba nada. El segundo, contra Irán, fue una lagrima calcada que también ganó Messi con otro gol de fuera del área en el último minuto, después cuarenta y tres centros al área de Rojo. El tercero, contra Nigeria, fue un partido abierto, relativamente bien jugado, que ganó Argentina pero que pudo haber empatado. Hasta ahí, ver la cara de Sabella daba ganas de llorar. El equipo de los mejores jugadores del mundo no era ni un poquito más que la suma de las partes y el depositario de esperanzas infundadas. Y hay que considerar, no obstante, que nos había tocado el grupo más fácil de la tierra, uno que no seria difícil ni en la Concacaf. A partir de ahí, el partido contra Suiza fue la cuarta lagrima al hilo y se ganó con un gol de Di María, a pase de Messi, en el minuto 117. Y ojo que dije Suiza. Dije Suiza, los de los relojes. Contra Bélgica se jugó más o menos bien y contra Holanda no hubo partido, hubo un pacto de no agresión donde no jugó nadie y pasó Argentina extendiendo la ilusión. Fue un pacto de no agresión entre dos equipos muy tristes, pero nadie dijo nada. Todos silbamos bajito y miramos para otro lado, como si no pasara nada. La alegría de llegar a la final hacía olvidar la tristeza que ese equipo demostraba. Después de cada partido ganado todo se olvida, como se olvidan las peleas de pareja después del polvo. Pero finalmente, no hay polvo que logre lo contrario y las parejas se separan.
6. El frustrado pensamiento individualista cuando, por agotamiento, deja de hablar de la pulga veloz, comienza a hablar del resto de los jugadores y duda, increíblemente, de la calidad de Mascherano, del Kun, de Higuaín, y de cuantos pueda dudar. Los mejores del mundo juegan bien en todas partes pero cuando se juntan juegan mal. ¿Hace falta explicar demasiado lo que está pasando? Una de tres: o soy muy inteligente, o soy muy tonto, o el país ha vivido equivocado.
Es verdad que Higuaín se perdió tres goles idénticos en las finales. Es verdad que se pone nervioso, que le falta temple y que si va manejando con la ventanilla abierta es incapaz de tirar un escupo para afuera, pero también es verdad que la selección argentina no genera más de tres posibilidades de gol por partido, y que las posibilidades de meter gol aumentan a medida que aumentan las oportunidades de gol. Dos más dos. En fin.
Y así, al pobre Messi, que no ha hecho otra cosa que ser él, que ser un buen tipo, lo hicimos pedazos. Porque no hay nada peor en este país que ser un buen tipo. Si es que Discépolo ya lo dijo todo. Ser humilde es de boludos. Aquí tenemos que ser todos agrandados, de opiniones fuertes, y con mucho huevo. Somos campeones de café, sentaditos en la mesa jugando de DT´s. Después, nuestras vida son un desastre, pero da igual.
El problema no es Di María, o Dybala o Di Stéfano, o Di di, o Da da, el problema es la selección que los hace malos a todos. Porque ya lo dijo Heráclito. Pero para que volver a esos griegos que no entienden nada. El día que Argentina vuelva a jugar a la pelota van a volver a ser todos buenos y se van a dar todos vuelta como panqueques.
7. Hasta hace unos meses Brasil y Argentina eran equipos grandes que jugaban mal. Brasil con Dunga a la cabeza. Ahora, a alguien se le ocurrió la descabellada idea de hacerlos jugar bien y Argentina quedó solo en la maldad. Y si la primera consecuencia de la mezcla entre la egolatría porteñocentrica y la chantocracia opinóloga del espectáculo del deporte es la negación del fútbol propio, la segunda consecuencia es la negación del fútbol ajeno. Así, no nos damos cuenta que Colombia hace años que juega bien, no nos dimos cuenta lo bien que jugaba Chile hasta que nos ganó, y no nos damos cuenta, por ejemplo, que Perú juega muy bien y está siempre a punto de explotar. Lo que pasa es ellos no tienen a Messi, pero tienen equipos, y no llegan a finales del mundo, pero juegan a la pelota.
Hay un comentarista cuyo nombre desconozco, uno que hace unos meses trabajaba en el canal público y ahora relata en TyC, cuya negación del fútbol llegó a limites extraordinarios en su relato del partido contra Brasil. Al terminar el encuentro dijo “el poco fútbol, lo puso Brasil, y con poco, nos ganó”. Terrible sinvergüenza. Terrible personaje y terrible la frustración que no lo deja ver el fútbol. Pero antes del final, no se sabe si como demostración de odio a sí mismo u odio a los brasileros, ante cualquier ataque de Neymar decía “menos mal que va a hacer un firulete”.