Por Aníbal Garzón
A contramano del reflujo de los proyectos progresistas en América Latina, Daniel Ortega arrasó con el 72,5% en las elecciones del domingo pasado y camina a su tercer mandato consecutivo como presidente nicaragüense. ¿Cuál es la razón de su hegemonía? ¿Por qué ha logrado mantener un apoyo popular masivo tras diez años de gobierno?
La contundente victoria del sandinismo no fue sólo frente a las otras cinco fuerzas políticas que compitieron en los comicios, sino también frente a una campaña de boicot electoral -liderada por el Frente Amplio por la Democracia (FAD)- que promovía la abstención. Pero la estrategia abstencionista no cuajó y la participación fue del 68,2%.
Las claves del triunfo
La primera causa hace referencia a los indicadores macroeconómicos. Según un informe oficial, el PIB creció en los últimos diez años un promedio del 3,8% anual, y la CEPAL proyectó la ubicación de Nicaragua como el cuarto país latinoamericano que más crecerá en 2016. Crecimiento muy enfocado en sectores como construcción, turismo y extracción de materias primas. Otro indicador es la reducción de la deuda pública del 85,7% en 2006 al 48,1% en 2015. Datos que han enfrentado la crisis económica internacional de 2008 obteniendo incluso las felicitaciones del subdirector gerente del FMI, el chino Min Zhu, por su “estabilidad nacional financiera”.
El analizar los datos macroeconómicos únicamente, como hace el paradigma neoliberal, no nos da información sobre otra causa de suma importancia: el bienestar social. América Latina, tristemente y muchas veces por imposiciones externas, es experta históricamente en crecer en cifras económicas pero decrecer en cifras sociales, aumentando la exclusión, la desigualdad y la pobreza. Rompiendo con esa historia, la política económica intervencionista llevada a cabo por el gobierno sandinista, con programas sociales como Hambre Cero, Plan Techo, Usura Cero, Merienda Escolar, Bono Productivo, o Casas para el Pueblo, ha hecho reducir la pobreza del 42,5% al 29,6%, y la pobreza extrema del 14,6% al 8,3%, según un estudio del Instituto Nacional de Información al Desarrollo (Inide).
Todas estas políticas públicas que hacen frente a las secuelas del neoliberalismo de los años ´90 han hecho que el consumo por parte del Estado enfocado en reducir la pobreza haya reactivado la economía nacional (aumentando el PIB mediante inversión pública) y paralelamente provocando un ascenso social por parte de capas populares (reducción de pobreza). La disminución de la pobreza, y por ello de la exclusión social, gracias a políticas públicas del gobierno, también han tenido un buen impacto en la seguridad ciudadana. Nicaragua, según el Informe Regional de Desarrollo Humano 2013-2014 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) titulado “Seguridad Ciudadana con Rostro Humano”, es un modelo a seguir. Una realidad muy diferente a países vecinos, como Honduras y El Salvador, con altos índices de criminalidad.
Justamente Nicaragua presume de la casi inexistente presencia de bandas criminales como las “Maras”, afirmación que se complementa con los datos del Índice de Paz Global (GPI 2014) del Institute for Economics and Peace (IEP) que sitúan al país como el sexto más seguro de toda Latinoamérica.
Y la tercera causa es la independencia pragmática de Nicaragua en sus relaciones internacionales, una estrategia que legitima su modelo político y económico. En los años ´80, durante el conflicto armado nacional de los “Contra” en plena Guerra Fría, Estados Unidos bajo el gobierno del republicano Ronald Reagan y usando sus satélites latinoamericanos violó militarmente la soberanía de Nicaragua para impedir el Desarrollo Nacional del proyecto Sandinista. Un proyecto socialista enfocado en establecer relaciones con el bando soviético. Nicaragua, en un momento de hegemonía neoliberal y dictaduras militares en Latinoamérica, sólo disponía del apoyo de Cuba.
En los ´90, con la victoria electoral de la conservadora Violeta Chamorro, más por una población cansada de la guerra que por su proyecto económico de austeridad, el giro fue de 180 grados. Nicaragua se convertía en un satélite más de Estados Unidos aplicando las recetas neoliberales del “Consenso de Washington”.
Pero tras la vuelta al poder de Ortega en 2006, y bajo un creciente mundo multipolar y el nacimiento de gobiernos progresistas en Latinoamérica, su proyecto pragmático ha hecho mantener a Nicaragua en estructuras contradictorias. En entidades regionalistas vinculadas con Estados Unidos, como ser miembro del Sistema de Integración Latinoamericana y cumplir con el Tratado de Libre Comercio (TLC), pero a la vez insertarse en nuevos entes críticos con los TLCs como el ALBA-TCP junto a Venezuela, Cuba, Bolivia y Ecuador, entre otros.
Y traspasando los límites continentales, Nicaragua se ha acercado a un nuevo gigante internacional: China. Nicaragua y China firmaron un acuerdo económico histórico para construir con la empresa asiática HKND Group un Canal Interoceánico que competirá con el de Canal de Panamá en el comercio internacional Atlántico-Pacífico. Un proyecto multimillonario y de impacto geopolítico, que ha hecho renacer en la Casa Blanca el malestar hacia Ortega. Aun así, Estados Unidos sabe que el siglo XXI no son los 80 y China no es la antigua URSS.
La contundente victoria de Ortega en las elecciones no sólo ha tenido el impacto nacional en Nicaragua ratificando la hegemonía del sandinismo. También ha sido una refutación a lo que algunos teóricos han llamado el “fracaso progresista” por la victoria de Mauricio Macri en Argentina, el avance de la derecha en Venezuela en las últimas elecciones legislativas, o la derrota de Evo Morales en su referéndum de reelección. Además, estrategias no democráticas como el golpe parlamentario en Brasil. Parte de 2015 y 2016 fue un punto de reflexión para los movimientos progresistas en América Latina tras estos déficits, pero la victoria de Nicaragua puede ser el punto para iniciar un nuevo superávit. Posiblemente, alimentado de nueva dialéctica entre Norte y Sur con respuestas a las nuevas estrategias de injerencia por parte de Donald Trump. Próxima parada: Ecuador, febrero de 2017.
Anibal Garzón / https://anibalgarzonbaeza.wordpress.com/