Por Laura Capote
Mientras se redefinen los acuerdos entre el gobierno colombiano y las FARC, y se busca destrabar el inicio de la mesa con el ELN, emerge una novedosa movilización social que inunda cotidianamente las calles colombianas en un grito unido por la paz.
A pesar de la derrota del “Sí” en el plebiscito del 2 de octubre, en el que se le consultó al pueblo colombiano si apoyaba el acuerdo final para terminar la guerra y alcanzar una paz estable y duradera, la posibilidad de construir nuevas esperanzas de transformación social no cesan de florecer y siguen surgiendo y acumulando voluntades, pasos y puños levantados dispuestos a defender la vida y la dignidad de un país que no tolera más la guerra, exigiéndole al Estado que implemente los acuerdos alcanzados en La Habana con la insurgencia de las FARC–EP y que instale de una vez la fase pública de la mesa de negociaciones con el ELN.
El nuevo escenario que vive el país, y el curso que han tenido las diferentes iniciativas ciudadanas, nos ha permitido reflexionar sobre el sentimiento inicial que invadió las horas y días siguientes a los resultados que dieron al No en el plebiscito la victoria: una votación con el 63% de abstención y un 50% que se había inclinado por el No se presentaba entonces como el correlato de un país desinteresado, despolitizado, despreocupado por la suerte de la guerra y la paz en la Colombia rural.
Sin embargo, del rencor y el sinsabor protagonistas durante la semana posterior al 2 de octubre, fuimos transitando a una oleada de convocatorias espontáneas en las principales ciudades del país. Muchas de estas personas, efectivamente, no acudieron a las urnas, incluso muchas votaron por la opción del No, pero se sintieron convocadas a construir desde escenarios callejeros y asamblearios propuestas de paz en las que se sintieran incluidas las diversas lecturas políticas presentes en la coyuntura política.
La urgencia para proponer nuevas formas de hacer política y para debatir sobre el contexto de incertidumbre que atravesamos se hizo presente en las principales plazas de las ciudades, en las universidades, también en los barrios, donde muchos y muchas sintieron por primera vez la responsabilidad de aportar frente al rumbo que está por tomar el país a favor de la paz y la transformación de la realidad que se vive en Colombia a causa del conflicto político, social y armado hace más de medio siglo.
El resultado adverso del plebiscito ha generado espacios de participación política a donde se lleva la preocupación por la paz, más allá del resultado mismo. Las expresiones artísticas y culturales han sido diarias desde entonces; progresivamente, la agenda política de nuestro país ha copado las universidades con charlas, debates y bailes por la paz; muchos barrios están haciendo pedagogías de paz y en otros persisten campamentos donde se exige que inicie la implementación de los acuerdos firmados.
Movilizaciones masivas en las principales plazas urbanas del país recibieron con alegría, respeto y reconocimiento a comunidades campesinas, indígenas, afrodescendientes y de víctimas del conflicto que viajaron desde las regiones rurales a la capital para exigirle al Estado el cumplimiento de los acuerdos y su implementación inmediata, generando actividades y espacios en defensa del cese bilateral de fuegos y hostilidades, proponiendo espacios como las Vigilias por la Paz, iniciativas que han pasado a ser parte de la agenda política de prisioneros y prisioneras políticas e inclusive de la guerrilla en varios de los campamentos, demostrando que el clamor por la paz y la reconciliación requiere de la armonía entre la Colombia urbana y la rural, diferencias evidenciadas en el plebiscito y que deben desaparecer si queremos una nueva Colombia erigida sobre las bases inamovibles de la unidad y la paz con justicia social.
Indudablemente, algún porcentaje de ese 63% inicial se encuentra hoy movilizado, tomándose las calles y los campos, llorando y abrazándose, siendo creativo a través de herramientas como la música y el teatro como elementos generadores de conciencia para el futuro, por la construcción de una Colombia que supere la guerra y genere por fin escenarios de participación democrática reales donde las clases populares tengan la posibilidad de ser artífices de su propio destino.