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    Home»Sin categoría»Cultura y política de cara a un nuevo 26 de junio
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    Cultura y política de cara a un nuevo 26 de junio

    18 abril, 20136 Mins Read
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    Cultura y política de cara a un nuevo 26 de junio

    Miguel Mirra, cineasta y documentalista (“Hombres de Barro”, “Darío Santillán, la dignidad rebelde”), reflexiona sobre la necesidad de pensar la cultura y la política de manera integrada y propone una serie de preguntas para el debate.

    Durante el mes de junio de 2012, a diez años de la masacre de Avellaneda y mientras estaba fresca la experiencia de la realización del documental Darío Santillán, la dignidad rebelde, distintos colectivos y movimientos se dieron a la tarea de acompañar la conmemoración organizando múltiples actividades culturales y contraculturales. Las motivaciones eran variadas, así como los objetivos y fundamentos con que se encararon esas maratones culturales a cielo abierto.

    Pero ¿de qué se habla cuando se convoca a los artistas y trabajadores de la cultura? Se habla de denunciar al macrismo, tal como se hace desde el kirchnerismo o desde alguno de sus aliados progresistas; se habla de pedir justicia estatal para nuestros compañeros asesinados por ese mismo estado; se habla de pedir limosnas presupuestarias a los gobernantes contra los que se dirigen nuestras luchas.

    Ahora bien, ¿es de esto es de lo que centralmente tenemos que hablar en el venidero 26 de junio?

    Cuando desde los movimientos culturales reivindicamos a Darío y Maxi, tenemos la obligación de hacerlo como reivindicación de una concepción del trabajo cultural que aporte a la construcción de poder popular para otra sociedad y otro país. No se trata sólo de armar movidas y juntar voluntades para apuntalar construcciones políticas particulares. El debate que nos debemos no es simplemente qué consigna levantar en el terreno cultural o cuáles son las actividades culturales más importantes o quién tiene que resignar sus proyectos en función de otras iniciativas supuestamente mejores. La pregunta pendiente es: ¿Para qué encontrarnos, juntarnos, colaborarnos, apuntalarnos los artistas y los trabajadores de la cultura? ¿En función de qué proyecto de sociedad y de país?

    En mi paso por Cultura Compañera —espacio del que luego me desvinculé por desavenencias respecto a la metodología de su construcción— consideré importante plantear la necesidad de pensar y trabajar en el conjunto del sistema político-cultural en tanto todo indisoluble. Separar lo cultural de lo político para tratarlo como campo autónomo, es colaborar con la construcción de un proyecto político que se aleja de las enseñanzas del proceso de movilización popular visibilizado en 2001-2002.

    Apelar a la prefiguración tampoco alcanza. Y ya no alcanza porque el enemigo aprende de sus errores y copta no sólo grupos o movimientos, sino también metodologías y saberes; puede en efecto proponer soluciones aisladas y parciales eficientes, puede incluso reivindicar la consigna de poder popular, como lo estuvo haciendo el Frente Amplio Progresista a través de sus aliados enla ConstituyenteSocial. Lo que no podrá hacer ninguna de las variantes progresistas es proponer un proyecto de país y de región que enfrente el modelo vigente de saqueo y acumulación por desposesión con el que acuerdan no sólo el kirchnerismo y el macrismo, sino todo el espectro de la izquierda tradicional y la socialdemocracia vernácula.

    Sin un horizonte político claro cualquier propuesta de movilización cultural, sea independiente, autónoma, alternativa o como se le quiera llamar, será absorbida inevitablemente, más tarde o más temprano, por el paradigma civilizatorio que impone el capitalismo. Y ese horizonte político no puede reducirse a la consigna a priori y abstracta por el socialismo porque, después de la caída del muro a nivel mundial y del levantamiento del 2001 a nivel nacional, lo que tenemos que empezar a debatir es justamente el significado profundo del socialismo.

    Ya no nos alcanza la apelación emocional a que nuestros valores son irrenunciables o que nuestra vocación es la de un pueblo que no se rinde ante sus opresores. No nos alcanzan las declaraciones carentes de propuestas políticas concretas sobre las cuáles reflexionar, debatir y sostener nuestra movilización como artistas y trabajadores de la cultura para ir por otra sociedad y otro país. Y no estamos hablando de tener un programa acabado, pero sí una serie de interrogantes a respondernos entre todos/as.

    En resumen, y para el caso concreto de junio de este año 2013, nuestro trabajo pendiente es lograr que los trabajadores de la cultura y los colectivos culturales que nos convoquemos para reivindicar las luchas de Darío y Maxi, podamos abrirnos al debate con los compañeros y compañeras en los barrios, escuelas y facultades, buscando respondernos qué política cultural podemos diseñar y proponer con vistas a un nuevo proyecto de país.

    Porque —es preciso insistir— ya no alcanzan las críticas, las denuncias, los diagnósticos, los reclamos, las arengas, tampoco la mística. Es necesario empezar a elaborar una alternativa política seria a la política cultural del modelo capitalista. Necesitamos decir al conjunto de la sociedad qué proponemos, o al menos qué imaginamos, para la sociedad y el país que queremos, ahora, no mañana. Qué política editorial queremos para la publicación de libros a nivel nacional, en función de qué objetivos buscamos reconfigurar la educación artística, cómo distribuir el espacio radial y audiovisual, qué destino dar a la producción cinematográfica, qué hacer con los espacios culturales estatales, cómo armar un programa nacional de producciones teatrales, cómo rediseñar la red nacional de bibliotecas populares, etcétera.

    Más de una vez la respuesta a estas preguntas ha sido tratarlas como secundarias y dejarlas para más adelante. Pero no hay un más adelante si de verdad nos proponemos construir en serio poder popular, más allá de las valiosísimas experiencias territoriales particulares. La imperiosa necesidad que nos obliga a elegir entre socialismo o barbarie es ahora y abarca todos los aspectos de la vida política, social y cultural. Si seguimos hablando de la transición para un futuro incierto, como hacen algunos economistas, perderemos de vista que el capitalismo nos lleva ahora mismo, no mañana, a una catástrofe. Y entonces la transición está planteada ahora, no mañana.

    Como cierre, vale la pena recordar lo que decía el líder revolucionario africano Amílcar Cabral, en plena guerra de liberación en Guinea y Cabo Verde: “…el pueblo es el portador de la cultura, él mismo es la fuente y, al mismo tiempo, la única entidad verdaderamente capacitada para preservar y crear la cultura, es decir, para hacer historia. Podemos, de esta manera, comprender que en la medida en que el dominio imperialista es la negación del proceso histórico de la sociedad dominada, también ha de ser por fuerza la negación de su proceso cultural. Por ello, y porque toda sociedad que se libera verdaderamente del yugo imperial reemprende las rutas ascendentes de su propia cultura, la lucha por la liberación es, ante todo, un acto cultural”.

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