Por Matías Rey. El pasado domingo, luego de más de diez años de sequía, la formación original de Malón (O´Connor-Romano-Strunz-Cuadrado) volvió al ruedo en un repletísimo Estadio Malvinas Argentinas.
Eso fue lo que más impactaba al acercarse al recinto: la masividad de la convocatoria. No es sopa llenar el Malvinas, de capacidad algo mayor que Obras, para una banda de metal nacional, de nula visibilidad mediática y con un muy breve historial -que comenzó en 1995 y se eclipsó en el 98, dejando apenas dos discos de estudio-.
Pero el amor es más fuerte. Ya del otro lado del terraplén de las vías del Ferrocarril General San Martín se veían cuadras y cuadras de pelilargos sin más que remeras negras y su terrible ansiedad. Cuando accedí al recinto, desde una ubicación relativamente panorámica, comprobé lo que desde el aire se presentía: en ese lugar no entraba ni un alfiler.
Y de pronto, todo explotó. Cayó el telón y la banda salió a morfarse el mundo con “Síntoma de la infección”, en una versión casi inaudible ante el adrenalínico coro de los presentes. Sin dar tiempo ni respiro, pasan a otro tema y deben interrumpir el concierto segundos después. Insólito: el pogo, y la presión de un campo sembrado con miles de metaleros al palo, quiebra una parte de la valla que protege el escenario. “Tenemos que parar cinco minutos para que arreglen esto y volvemos”.
Se podía pensar que semejante “coitus interruptus” arriesgaba con sellar definitivamente la suerte del show. Pero no. Malón volvió a los cinco exactos minutos y fue como si nada hubiera pasado. Las canciones se suceden y no hay con qué darle. Ni a ellos, ni a su público. Es verdad que la fuerza del doble bombo de Strunz y los machaques del queridísimo “Tano” Romano conspiran contra la limitada acústica del Malvinas, y de a ratos producen un efecto “bola de ruido”. Pero a nadie parece importarle: este infierno está encantador.
La lista de temas contiene, literalmente, un 50% de canciones de Hermética, conjunto antecesor de Malón -tres de sus cuatro músicos lo integraban-. Y la significación del gesto no se agota en los antecedentes: la “H” (como la llamamos sus seguidores) es sin dudas la mayor leyenda del metal criollo y, como dijera otro cronista, la vuelta más pedida del rock nacional junto a Los Redondos. La respuesta de nosotros, la audiencia, ante semejante grosería tribunera es de adoración total: canciones como “Memoria de siglos”, “Gil trabajador” o “Evitando el ablande” son entonadas a voz en cuello por el campo y las plateas -y hasta tengo mis dudas sobre los “coca-coleros”-. O´Connor de a ratos deja de cantar, rendido ante la inutilidad de competir con miles de personas.
El estadio hirvió también con los temas propios de Malón. Ese impecable y desolador retrato de la miseria obrera que es “Cancha de lodo” (“tengo las manos cansadas / de hacer ladrillo ajeno / mi sangre se está mezclando / con el barro del pisadero”), la furia marginal y suburbana de “Castigador por herencia” y la poética reparación histórica del “Grito de Pilagá” logran que miles de personas se transformen en una sola unidad muscular sudorosa. Incluso, temas como “Gatillo Fácil”, “30.000 plegarias” -conmovedora oda a los desaparecidos- o “Malón mestizo” suenan revividas y con una particular emotividad a 10 años del 2001, fecha que sintetiza una etapa de la historia argentina que Malón supo retratar como pocos, en sus dorados comienzos de segunda mitad de los noventa.
El final fue con un himno de Hermética, “Tú eres su seguridad”, que suena mientras uno llega a dudar de la estabilidad de los cimientos del estadio. A pesar del paso del tiempo, de la poca difusión y de algún reencuentro jamás ocurrido, la magia está intacta y el campeón invicto.