Por Florencia Maffeo* / Foto por Tadeo Bourbon
“Gritos toda la noche, el vecino y un cuerpo. Por el camino de tierra te vas. Mujeres bellas y fuertes se han ido, mi amigo, y no volverán”. Hoy #NosotrasParamos y nos movilizamos. Reflexiones urgentes para un día que será historia.
“¿Vos estás enojada con haber nacido mujer?” Me preguntó mi psicóloga, en medio de una sesión difícil, haciendo referencia a cómo el mundo me ha leído durante 29 años. No entendí la pregunta, y entonces indagó “A ver, contame la historia de las mujeres de tu familia, de tus abuelas. ¿Cómo las describirías? ¿Fuertes? ¿Sufridas?” Empecé a reflexionar. Si hay algo que destaca a las mujeres de mi familia es que son trabajadoras. Dos abuelas que trabajaron (una de ellas aún lo hace) desde jóvenes. Mis bisabuelas tampoco se quedan atrás, y la reconstrucción del árbol genealógico me lleva hasta una tatarabuela anarquista. Mujeres que trabajaban el campo, empleadas domésticas, obreras de fábricas textiles y tabacaleras, cocineras que sostenían pulperías donde comían obreros de fábricas de ladrillos, docentes y cuidadoras. Mujeres que además fueron jefas de hogar, algunas sostuvieron solas a sus familias. El trabajo doméstico no era algo que podían evitar, cuidar a lxs hijxs tras la jornada laboral, administrar la casa, limpiar, planchar, cocinar, coser y tejer para que la ropa que el sueldo no llegaba a comprar pudiera vestir a hijxs y nietxs, cocinar para toda la familia, poner la mesa y lavar los platos, mientras los varones siguen hablando de futbol y política.
No estoy enojada con haber nacido con genitales femeninos. Me enoja que mi útero, mis pechos, los labios carnosos que cubren mi vagina sean lo que marque la violencia que sufro y he sufrido a lo largo de mi vida. Cuando salgo a la calle y me gritan de todo. Cuando tuve un jefe que me marcó el largo de mi pollera. Cuando tuve una pareja varón que me decía que era una inútil, y no compartía las tareas de la casa. Cuando el hecho de ser mujer marque mi salario, las tareas que puedo y no hacer. Cuando veo que compañeras travestis ni siquiera pueden llegar a un salario porque el mercado laboral las excluye sin más. Cuando me entero de otras lesbianas que se suicidaron por no soportar el disciplinamiento heterosexual. Cuando por identificarnos con lo femenino, entramos en el “son todas putas”. Cuando…
Hoy las mujeres, travestis y lesbianas paramos. Dejamos nuestras tareas, fuera y dentro de la casa. ¿Aumento de sueldos? ¿Reconocimiento del trabajo reproductivo gratuito que hacemos dentro de nuestros hogares, desde hace miles de años? ¿Reclamo para ganar lo mismo que los varones? No, no y no. Hoy paramos para que dejen de maltratarnos, violentarnos y matarnos por el solo hecho de haber nacido con vagina y/o ser identificadas con lo femenino. Mujeres, travestis, trans y lesbianas nos negamos a seguir siendo el objeto de odio del machismo estructural de esta sociedad heteropatriarcal.
Muchxs no lo valorarán. En unos días será una anécdota. Nosotras sabremos que no, estaremos seguras que habremos visibilizado que administrar mejor la plata en el hogar no es un don natural sino algo aprendido desde pequeñas, que no existe el instinto maternal, sino la socialización continua del servicio maternal obligatorio, que nuestro shortcito corto del verano no es la incitación a que nos violen, sino que la violación y su amenaza es un dispositivo de control de nuestra sexualidad, que el aborto es criminalizado sólo cuando es voluntario porque nuestros cuerpos son objeto de expropiación del capitalismo patriarcal para ser fábricas-paridoras, que la violencia es la pedagogía de la crueldad.
Hoy las mujeres en Argentina paramos y nos movilizamos. Aunque la mayoría de los sindicatos- conducidos por varones nacidos con testículos y pene, que se los miden todos los días- no ha brindado protección sindical a las trabajadoras afiliadas en ellos. Aunque al mismo tiempo, el gobierno actual, de signo conservador y liberal al mismo tiempo, toma el té con esa dirigencia burocŕatica, y convoca a una reunión por la “paz social”, ignorando, como tantos otros gobiernos, que la paz no existe mientras más de la mitad de la población sea objeto de violencia.
Y si vos crees que nada de esto es cierto, que las “feminazis” (horrible término porque el feminismo no ha matado a nadie, en cambio el machismo nos mata todos los días) somos exageradas, te invito a que hagas la lista de las cosas que hacen (y han hecho) las mujeres y varones de tu familia, tus amigxs y vecinxs, y compares quienes tienen el mayor porcentaje de tareas para sostener la vida cotidiana, aquella que hace que disfrutes un plato de comida, vistas ropa limpia, te laves los dientes por la mañana y por la noche, antes de dormir en una cama de sábanas mullidas.
Y cuando termines esa lista, les preguntes a tus amigas, parientas y vecinas si alguna vez se sintieron menospreciadas, abusadas, inútiles, maltratadas, golpeadas, insultadas, basureadas, por el hecho de identificarse como mujeres. Y pensá cuántas veces avalaste los comentarios sobre la zorra del barrio, sobre la ex-mujer de tu compañero de trabajo que es tan mala madre que le pide cambiar la fecha en la que él va a ver a los pibes pero hace años que no cobra la cuota alimentaria, sobre la pollera de la vedette del momento, sobre tu prima que no quiere ser madre, el uso de la palabra puto como insulto, y el pensamiento de que “a esta le falta un buen garche” porque se opuso a lo que pretendías.
Pensalo. Porque la transformación no depende de una, de dos, de cientos de miles de mujeres. Involucra a cada persona. Y a ser multiplicadorxs del cambio que buscamos generar.
*Socióloga feminista, torta y abortera, mujer cis.