Por Facundo Martin. Sobre “Un revisionismo histórico de izquierda y otros ensayos de política intelectual”, de Omar Acha. Ediciones Herramienta, Buenos Aires, 2012, 206 páginas.
Iniciemos este comentario señalando que la expresión “política intelectual” que aparece en el título tiene una densidad conceptual propia. Este original trabajo de Acha busca desentrañar una política de la escritura de orientación progresista que, a su criterio, subyace al nervio principal de la historiografía argentina. Con independencia de sus posiciones ideológicas, de izquierda o de derecha, la noción de progreso estructuraría secretamente las maneras de tramar privilegiadas por los historiadores. El autor pretende, pues, explicitar críticamente esta vigencia solapada del ideal del progreso en la disciplina histórica vernácula y a la vez sugerir las bases de una matriz alternativa, orientada a partir de una relectura de Marx.
El libro se organiza en dos partes. La primera, “Trances del bicentenario”, sitúa las coordenadas contemporáneas de la invectiva contra el progreso. Es de especial interés la reconstrucción histórica del anodino “progresismo intelectual argentino”. Esta investigación escruta la significación política de la expresión “progresista”, usada a menudo de manera ingenua, pero que atestigua un inextinguible ideario modernizador en el horizonte de expectativas de la intelligentzia académica moderada de nuestro país. El progresismo argentino está marcado indeleblemente por la derrota del proyecto revolucionario en la última dictadura militar y la redefinición hacia la socialdemocracia o el justicialismo como límites de todo proyecto popular. Por ende, apela a la promesa de la modernización como médula político-ideológica de una quimérica democracia inclusiva, benefactora, respetuosa de los derechos humanos y en continuo crecimiento económico.
En la segunda parte del libro se esbozan unos incipientes “ademanes revisionistas” hacia una clave no progresista para la historia nacional. Las páginas teóricamente más densas del libro ofrecen una revisión de la noción de progreso basada en una relectura original de la obra madura de Marx. El Marx de los Grundrisse y El Capital se desprende, en esta interpretación, de toda apologética de la modernización. La crítica del capital habilita la crítica de la historia. La subsunción de todo acaecer humano en el cuadro de un despliegue temporal progresivo cuyo ápice sería la moderna sociedad burguesa es la operación del capital por excelencia: “el capital es el padre de la historia” (pág. 99).
La crítica de la historia que Acha propone sienta las bases de una relectura de Marx que trastoca algunos debates contemporáneos. Por un lado, el nuevo planteo se diferencia de la crítica posmoderna de la historia. La posmodernidad, para Acha, oculta la pregnancia objetiva del capital como sujeto de la historia efectivo en la sociedad capitalista, perdiéndose en microrelatos “que ocultan la primacía del capital en la mediación de las relaciones sociales” (pág. 134). Acha comparte la hostilidad de los posmodernos hacia la totalización de la historia universal, pero nos pone en aviso contra el peligro de que esa hostilidad lleva a impedir la comprensión crítica de la vigencia de una historia universal totalizante, ordenada por la expansión del mercado mundial. A la vez, Acha se diferencia de las lecturas marxistas evolucionistas, que identifican sin más el camino de la emancipación humana con el desarrollo de las fuerzas productivas y construyen una visión laudatoria de la historia universal. Frente al marxismo tradicional, Acha plantea que la idea de historia universal se monta sobre el capitalismo desplegado y no puede componer sin más el ideario emancipador. Una crítica marxiana de la historia constituye, pues, el nervio teórico del revisionismo histórico de izquierdas, diferente tanto del marxismo tradicional como de su neutralización posmoderna.
La propuesta de un revisionismo histórico de izquierda implica un posicionamiento político-ideológico, pero también una reformulación posible de la política de la historia. Acha nos insta a pueda romper con la matriz modernizadora que ha gobernado (allende algunas salvedades “reaccionarias”, que son rescatadas) nuestra historiografía. Este anhelo revisionista interpela a una nueva generación de intelectual de izquierdas que contabiliza el saldo terrible de la derrota secular del proyecto emancipador, empero sin pasarse a las filas de una progresía desprovista de filo crítico. Esta nueva generación, antes que gestos intuitivos aislados, necesita darse un programa de trabajo (historiográfico, sociológico, filosófico) original capaz de repensar el legado marxiano para fundar una intervención cultural radical. El libro que reseñamos es, sin duda, una promisoria provocación para iniciar ese camino.