Por Lea Ross*
Retomamos un polémico artículo, publicado en 2014 en la revista El Amante, sobre la imposibilidad que tiene la cinematografía nacional de construir su propio imaginario colectivo.
“Los cuatro elementos del cine argentino” es un artículo que escribió el crítico de cine Leonardo D’Espósito, en la edición número 266 de la revista El Amante. Se trata de un polémico ensayo escrito en 2014, año en que Relatos salvajes se estaba volviéndose un éxito en taquilla.
Según el autor de la nota, en este período actual del “boom” de las películas argentinas, han surgido distintos modelos, que se sintetizan en cuatro directores: Juan José Campanella (Luna de avellaneda, El secreto de sus ojos), Damián Szifrón (Tiempo de valientes, Relatos salvajes), Pablo Trapero (Mundo grúa, Carancho) y Mariano Llinás (Balnearios, Historias extraordinarias). No explica porqué, pero el autor asevera que el resto de los directores argentinos no serían más que la combinación de estos cuatro modelo-cineastas.
Pero a su vez, continuando con D’Espósito, existe en el actual cine argentino cuatro elementos, que se combinan y que están presentes en los cuatro modelos, “de los cuales destila su manera de representar el mundo, su mundo”. Estos elementos son: Hollywood, Italia, televisión y Jorge Luis Borges.
Tanto Hollywood como Italia vienen siendo los dos virajes “externos” que viene teniendo el cine argentino en su búsqueda por construir su propia identidad. Hollywood, porque fue el que logró crear el lenguaje puro y universal desde el cine. Ahí es donde apuntan, por ejemplo, Campanella y Szifrón, a tal punto que quedaron nominados en los Oscar. Mientras que la presencia italiana se mantiene presente con más sutileza en el cine actual, y que ha sido bastante explícita desde la comedia Esperando la carroza y en las tragedias de Leonardo Favio.
“Lo cierto, y esto es algo central, es que el cine argentino elude constantemente -porque no le pertenece de ningún modo- cualquier destino latinoamericano -señala el autor de El Amante, acercándonos a su polémica tesis-. (…) La verdad del asunto es que nuestro país no es una tierra de nativos irredentos que luchan ahora y siempre contra los conquistadores y el Imperio, sino un suburbio del Imperio que incluso pudo haber sido metrópolis, o que logró serlo por un tiempo”.
Así como el cine argentino tiene un viraje “externo” hacia Hollywood, fascinado por el mundo de las estrellas, o desviándose por las tierras italianas desde la nostalgia del exilio de las migraciones, también existen virajes “internos” cuyo destino es la televisión y la literatura de Borges.
La televisión es el refugio de los mitos actuales de los argentinos, el que ha expresado de manera audiovisual y desde lo instantáneo una forma de leer la realidad. Y Borges, para D’Espósito, “fue el primero en darse cuenta de que, a pesar del exilio -o quizás como paradigma mítico del exiliado- formamos parte del mundo”.
Tanto refugio externo a Hollywood como a Italia, ha generado en el cine argentino una crisis de identidad donde, al igual que los personajes borgeanos, sucumben dentro de los laberintos hasta entrar en el suicidio heroico o en la ironía. Por lo menos, así lo confirmar los personajes de Pablo Trapero, atrapados en sus laberínticos plano secuencia. No tenemos un porvenir, solo tenemos el presente, lo instantáneo, lo televisivo.
Así las cosas -y finalmente llegamos a la polémica tesis de Leonardo D’Espósito- el autor está “convencido de que no hay, hoy, un cine argentino. Que la Argentina, como imaginario, punto de vista e idea integral (idea buena o mala, repito que este artículo no implica valoración de nada) no existe. Y su cine es igualmente inexistente”. En otras palabras, el cine argentino ha muerto.
D’Espósito recalca que otra explicación de por qué no hay cine argentino pueda deberse a que “nuestro país solo importan las palabras. Somos un territorio literario y no visual. (…) Todo cine realizado en la Argentina no es más que literatura disfrazada”. A Hollywood se le admira al guión, al argumento, a la trama. Lo italiano no es más que un modo de hablar. Todo lo que pasa en la televisión lo comentamos, discutimos lo que dijo un funcionario público, lo que pasó en una telenovela o serial, o algún escándalo farandulero. Y ni hablar del rol de Borges en la palabra.
Esta tesis general no deja de ser polémica, en cuanto a su concepción librecambista. Aunque no sea explícito, D’Espósito le echa la culpa de esto al Estado (¿kirchnerista?) al ser el INCAA -que la critica por haber “desindustrializado” al cine- el encargado de mantener la supervivencia y el mantenimiento de proyectos fílmicos, sin lograr la construcción de un imaginario colectivo desde el cine, contraponiéndolo con Hollywood que sí lo logró a partir de su agrupamiento en unidades de negocios. Como si eso se lograse mediante una “mano invisible” que ordenara todos los símbolos cinematográficos para que se construya algo.
Sin mencionar que el foco del autor pasa por el cine mainstream, donde los cuatro modelo-cineastas mencionados se dedican a la ficción, cuando en realidad gran parte de las producciones anuales son del género documental.
De cualquier manera, este planteo existencialista ya se ha arrojado. Tal vez en el vacío. O en algún otro viraje.
*Periodista de Córdoba. Columnista de cine en La luna con gatillo: una crítica política d ella cultura, programa que se emite los jueves de 15 a 17 horas por radio Eterogenia (www.eterogenia.com.ar)