Por Victoria Seca y Ruper. Un viaje con historias, rostros, olores y tradiciones de la comunidad islámica. En esta primera entrega los encuentros que son anécdotas para unos y para otros significan un modo de vivir.
Situación I. Cualquier parecido…
– Es como te digo, hace cien años los que manejaban el petróleo eran los ingleses, con la compañía denominada “Anglo Iranian Oil Company”
– ¿Ahí también, che? Estos ingleses estaban por todos lados, ¡Y siempre tan poca imaginación para poner nombres!
– La verdad que sí. Pero en el ´51 un gobierno elegido democráticamente nacionaliza el petróleo y…
– Ya sé, no me digas nada: se mete Estados Unidos.
– Exacto. Es la famosa operación “Ajax” que derrocó al primer ministro.
– Pará, ésta también la sé: instauró una sangrienta dictadura.
– Sí, sí, la del famoso Sha, que se mantuvo en el poder hasta la revolución del ’79.
– Pero… ¡Para! Acordate que estamos escribiendo sobre Irán, ¿no te estás confundiendo con un país de América Latina?
– Jajaaja. No, no me estoy confundiendo, aunque algunos crean que la globalización empezó en el siglo XXI.
– Peor: algunos piensan que el imperialismo terminó en el siglo XX.
Situación II. ¿Y la gente qué onda, cómo es?
Shiraz, 16.00 hs.: Al costado de la ruta nos decidimos a hacer dedo.
Shiraz, 16.01 hs.: El primer auto que pasó paró (también paró el segundo por las dudas).
Shiraz, 16.03 hs.: Sentados en el asiento trasero del auto escuchamos TOC. Nos miramos. Toc- Toc. ¿El baúl? El conductor y su mujer, un matrimonio de unos cincuenta años, nos explican en un correctísimo farsi que ¿Qué? ni idea, todavía farsi naim tu nam.
El hombre insiste y en un muy champurreado inglés dice Sheep (oveja). Nos miramos. Bee Bee. Y terminamos de entender: la oveja la llevamos nosotros. En seguida llegamos a su casa, ya que obviamente nos invitaron a tomar un té.
Las cosas y los gestos ayudan a entendernos:
– “Car, new car” – dice el hombre golpeando el capot de un Peugeot 405 estacionado en la puerta.
Esta noche hay un festejo por el nuevo auto. La oveja que sacamos del baúl, aunque no creo que ella lo sepa, es el plato principal. Quizá, alguna de estas cosas en realidad las terminamos de entender al hablar por teléfono con sus hijos, que desde otra ciudad a muchos kilómetros de distancia y a través del celular, nos dicen:
– Mis padres quieren que sean sus invitados. Esta noche hacen una cena por la compra del auto y quieren que ustedes estén y que además se queden a dormir en la casa.
Pero no podemos. La familia que nos aloja también nos está esperando. Lo que no sabemos es cómo nos están esperando. Resulta que, a sabiendas de que uno de nosotros cumple años, han preparado comida típica, torta casera con amigos, guitarreada y hasta un vodka casero. Una fiesta sorpresa: y lo que más nos sorprende es que nos hagan una fiesta sorpresa cuando nos conocemos desde hace apenas ¡veinticuatro horas!
Al otro día seguimos viaje. O puede haber sido la semana siguiente. O la anterior. No importa, cada día, todos los días, nos pasaba cuatro o cinco veces en el día que al grito de¡Aryentin! ¡Maradona! ¡Messi! entablábamos un encuentro.
Comprar una botella de agua para un viaje no es solamente comprar una botella de agua para un viaje, ya lo hemos aprendido. En seguida, vienen las preguntas de rigor del vendedor y todo aquel que ande cerca. Por suerte, después de veinte días, ya más o menos podemos entender y responder algunas cosas en farsi. Pero siempre hay algo más. Uno de los amigos del kiosquero sale haciendo la inconfundible seña de “No se muevan, esperen un minuto”. Y aparece, antes del minuto, con una bolsa llena de naranjas, otra llena de mandarinas y dos manzanas:
– Para el viaje –dice como si fuera lo más normal del mundo andar regalando comida a dos desconocidos. No hay manera de negarse, mucho menos viendo la alegría con que lo hacen. Ahora cargamos nuestras mochilas más las bolsas de fruta, y creo que mientras caminamos los dos pensamos, sin decirlo: “Podríamos vivir en este país eternamente sin gastar un solo centavo”.
No hubo un día sin que nos pasara alguna anécdota de este tipo. Gente que nos daba comida, que nos regalaba algo, que nos invitaba a comer o tomar el té. Si preguntábamos cómo ir a un lugar, no nos indicaba, sino que ¡nos acompañaban! Incluso muchas veces nos pagaban el boleto del colectivo o hasta el taxi. Si la pregunta era dónde hablar por teléfono, inmediatamente sacaban sus celulares del bolsillo y marcaban. Y podríamos seguir contando, pero, ¿son anécdotas? Por las caras que ponen los argentinos cuando les contamos, nosotros diríamos que sí. Pero la verdad, cuando lo contábamos en Irán se nos quedaban mirando con cara de ¿Y después qué pasó?
Por supuesto, se nos planteaba el interrogante: ¿Tanta amabilidad se deberá a nuestra condición de extranjeros, el denominado tarof Iraní? Sin duda, mucha gente nos paraba en la calle al vernos distintos. Pero después de convivir varias semanas con distintas familias, vimos que esto es así entre ellos también. De inmediato está la ayuda al otro, el darle, el invitar. El otro hará lo mismo por nosotros en su momento.
En Irán prácticamente no hay robos. Cuando alguna vez lo preguntamos a nuestros amigos mientras caminábamos por alguna calle oscura, hasta les costaba entender nuestra pregunta, creían que hablábamos de bombas o terrorismo (cosa que tampoco ocurre) por su mala fama en el exterior. Pero la posibilidad de que alguien nos interceptase pistola en mano para sacarnos unos billetes, no pasaba por sus cabezas. En los famosos bazares, los comercios se indican cerrados mediante un palo de escoba atravesado o una soguita de lado a lado de la tienda. La mercadería está ahí, a la mano de cualquiera. Pero cualquiera no mete su mano en tienda ajena. Y no busquen la garita del policía o la cámara de seguridad porque no la van a encontrar. Y no hablamos de pueblitos: en la inmensa Teherán viven 18 de los 80 millones de iraníes, muchos de los cuales orbitan alrededor del Gran Bazar.
Sabemos que ante un idioma nuevo hay tres palabras mágicas que se deben aprender primero que otras. Lotfan, Bebajshi y Mamnun, tres palabras entre muchas otras expresiones hermosas que tiene el farsi, no alcanzan para devolver tanto cariño. “De nada”se dice “que tu mano nunca se canse” cuando ayudamos a hacer una tarea manual, o “dulce para la vida” cuando se trata de comida. Nosotros, cuando nos dejaron, “dimos una mano”.