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    Colombia: la sociedad contrainsurgente y el triunfo del NO

    7 octubre, 20164 Mins Read
    col-10
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    Por Sandra Hincapié Jiménez*

    ¿Cuál es el trasfondo del triunfo del NO en el plebiscito por la paz en Colombia? ¿Qué mecanismos operan desde hace décadas para haber impedido, una vez más, encontrar una solución política al conflicto armado más antiguo del continente?

    Ya son bien conocidos los resultados del plebiscito realizado en Colombia el domingo pasado donde se rechazó, por un estrecho margen, el Acuerdo de Paz entre el gobierno y las FARC. Las opiniones y balances señalan de manera insistente a Álvaro Uribe, para bien y para mal, como el gran protagonista y artífice del triunfo del NO. Sin embargo, más allá de la obnubilación que produce el expresidente en buena parte de la opinión pública nacional e internacional, los números de la votación -50,21% del NO frente al 49,78% del SI, con un 62,52% de abstención- son reveladores de las dinámicas del conflicto armado en las últimas décadas.

    Empecemos por considerar aspectos fundamentales de la realidad del conflicto colombiano, frente al cual se siguen guardando silencios cómplices. En buena parte del territorio nacional hacen presencia ejércitos paramilitares, que defienden y preservan un orden conseguido a sangre y fuego en los últimos 30 años, a través del terror, muertes aleccionadoras, tierras arrasadas, que provocan millones de desplazados despojados de sus tierras y permiten una alta concentración de la riqueza, dejando a Colombia como una de las sociedades más desiguales del mundo (*1).

    El proceso sangriento por medio del cual se han configurado estas estructuras terminó por sedimentar las prácticas de exclusión, segregación y movilización del odio como fuente de identidad, recurso de movilización y construcción social, frente a cualquier proyecto alternativo y contestatario del orden establecido (*2). Como resultado, una parte de la sociedad justifica la “acumulación por desposesión” (*3), se opone a la diversidad sexual, asocia el sindicalismo y la defensa de los derechos humanos con intereses insurgentes indeseables y proclives al “castro-chavismo”, exponiendo a los activistas a un riesgo inminente, presente y constante (*4).

    Es precisamente este sector de la sociedad el que representa el 50,21% de los votos, el que se opuso desde el inicio mismo de las negociaciones a cualquier tipo de acuerdo privilegiando la vía militar. Aquellos que apoyaron el recibir entre aplausos a los jefes paramilitares en el Congreso, acogieron con beneplácito los constantes hostigamientos a los integrantes de los equipos negociadores de La Habana y se constituyeron en férreos oponentes del gobierno del presidente Santos.

    Mientras tanto, un amplio sector social, que representa el 62,52% que se abstuvo de votar, ha visto con indolencia y cinismo el transcurrir de la guerra fratricida, su degradación y prolongación, no se ha condolido por atroces crímenes contra la humanidad que se han llevado a cabo tanto en el campo como en la ciudad (recordemos muy bien que fueron jóvenes de Soacha conurbada con la capital del país donde se desató el escándalo de los “falsos positivos”).

    Este gran sector de la sociedad ha presenciado impávido la llegada a las ciudades de miles de desplazados que engrosan los cinturones de miseria, mientras en el campo los intentos de construir iniciativas de paz y reparación de las víctimas del conflicto han sido sistemáticamente atacados por parte de los ejércitos paramilitares y los poderosos intereses económicos que defienden.

    En este escenario, debe ser prioritario defender el cese de hostilidades y consolidar los acuerdos alcanzados hasta el momento. Además, la construcción de una paz real y sostenible en el tiempo implica la necesaria transformación de la sociedad, el desarme de los ejércitos paramilitares que controlan amplios territorios y el cuestionamiento a los intereses que representan, que también se expresan en el Congreso y cuentan con una amplia base social que se manifiesta en las urnas. Si no avanzamos en ese camino, tal vez condenaremos a quienes dejen sus armas a un exterminio seguro. ¿Vamos a repetir el genocidio de la Unión Patriótica? De seguir así, ¿qué tipo de “paz” nos espera?

    * Investigadora colombiana, docente de la Unidad Académica de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Zacatecas.

    *1 CEPAL (2016) Panorama Social de América Latina 2015, Santiago: CEPAL, 68 p.

    *2 Franco, Vilma Liliana (2009) Orden contrainsurgente y dominación Bogotá: Instituto Popular de Capacitación-Siglo del Hombre Editores, 567 p.

    *3 Harvey, David (2004) El “nuevo” imperialismo: acumulación por desposesión, Buenos Aires: CLACSO.

    *4 Hincapié, Sandra y Jairo López (2015). “Rutinización, indiferencia y cinismo. Fallos, recomendaciones y acuerdos internacionales sobre derechos humanos en Colombia” En: Iberoamericana. América Latina-España-Portugal, Año XV, N°60, Instituto Ibero-Americano (Berlín), el GIGA Institute of Latin American Studies (Hamburgo) y la Editorial Iberoamericana/Vervuert (Frankfurt am Main/Madrid), pp. 7-26. ISSN 1577-3388/ISSN 2255-520X.

    Colombia farc juan manuel santos paz Sandra Hincapié Jiménez Uribe

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