Por Carolina Ayala / Foto por Nadia Sur
Hoy, 28 de septiembre, día de lucha por la despenalización y legalización del derecho al aborto en América Latina y el Caribe, un relato necesario. De la maternidad como deseo y el aborto como decisión personalísima, y a la vez política.
Hace un tiempo, alguien me dijo que yo estaba a favor del aborto porque no era madre, y porque nunca había estado embarazada. Hace poco, esa misma persona me dijo que no entendía -ni entiende- cómo ahora que soy madre sigo estando a favor del aborto. Antes hubiese dicho “no estoy a favor del aborto, estoy a favor de su legalización”; pero no: estoy a favor de que quien quiera hacerse un aborto pueda hacerlo, por el motivo que sea. Y, por supuesto, estoy a favor de su legalización. Ahora, porque estuve embarazada y porque soy madre -además- de una niña, sigo estando a favor de esas cosas. No me animo a decir que “ahora aún más”, pero quizás sí. Y las razones son muy simples.
Estar embarazada no es una pavada. Estar embarazada no involucra solamente lo físico -engendrar y llevar en el útero durante 9 meses a lo que será un ser humano-, sino que involucra fundamentalmente a los aspectos psíquicos y emocionales. No es un hecho solamente biológico: es psico-socio-cultural. Todo lo que se teje en él, con él, en torno a él, involucra esas dimensiones, positiva o negativamente. E involucra no sólo el embarazo en sí mismo, en donde el cuerpo -que es de una está ocupado por un embrión, un feto que luego será un bebé; un cuerpo que a una le pertenece y que sólo presta por un tiempo- sino, sobre todo, el después. Pero durante 9 meses -o el tiempo que dure el embarazo-, una vive con algo dentro, que está adentro todos los días, todas las horas del día. Eso no es una pavada: hay que convivir. Y no es gratis. Esa convivencia diaria, durante tanto tiempo, puede ser maravillosa o puede ser una tortura, una pesadilla. No quisiera pensar en cómo eso que para mí fue tan lindo podría haber sido mi peor pesadilla. Lo pienso y se me eriza la piel.
Yo tuve un embarazo buscado, deseado; tuve que hacer reposo para cuidarlo; tuve el deseo y el amor puestos en él. Dos ingredientes fundamentales, sin los cuales no hubiese podido transitar el embarazo: deseo y amor. Concebí a la que luego sería mi hija como un ser desde temprano (no desde el momento en que me enteré de que estaba embarazada, ya con nueve semanas en curso, sino un tiempo después, cuando el temor a la pérdida había terminado y pude comenzar a fantasear realmente con el/la hijo/a); le hablé, le canté, le puse música, le hice caricias a través de la panza; cuando supe que sería una niña la llamé por el nombre que su padre y yo habíamos elegido para ella. Sentí cada movimiento, cada patada, cada vuelta. Hice todo eso porque había un deseo, íntimo, personalísimo; hice una construcción: de mí, como futura madre (no era madre, ni lo sería, hasta después del parto) y del feto no como feto pero tampoco como hija sino como “futura hija” (pues no sería mi hija hasta después del nacimiento). Yo fui madre el 26 de diciembre a las 3.37 a.m.; Lucía fue mi hija desde el 26 de diciembre a las 3.37 a.m., cuando nació, cuando respiró, cuando le dimos nombre.
A veces pienso cómo hubiese sido pasar esas 25 semanas desde que me enteré de que estaba embarazada hasta que Lucía nació si ese hubiese sido un embarazo no deseado (entendiendo no deseado como no deseado de ser llevado adelante, no sólo como no haber sido deseado en la concepción). Y me respondo sin dudarlo, porque la sensación me pasa por la mente y por el cuerpo: hubiese sido terrible vivir día a día con eso dentro de mí; eso que no hubiese sido un hijo; eso que hubiese sido una tortura. Quizá -pienso- luego me hubiese acomodado… ¿Y si no? De nuevo, lo único que puedo sentir al pensarlo es horror. Y lo digo sin miedo, sin vergüenza; lo digo deseando volver a tener otro embarazo amoroso como el que tuve, anhelando en un futuro convertirme en madre por segunda vez.
Mi hija nació siendo niña, y todas sabemos lo que eso significa en este mundo. Entre tantas otras cosas, significa que biológicamente tiene la capacidad de concebir. La capacidad, pero no la obligación, y quizás nunca la necesidad ni el deseo de hacerlo. Quiero que pueda elegir: que pueda elegir no concebir, si no lo quiere; que pueda elegir no hacerse madre, si no lo quiere; o sí a ambas, si lo quiere, si lo desea. Quiero que -si lo hace-, sea por una elección; quiero que lo desee y que sea feliz transcurriendo el embarazo, porque sea fruto de su libre y pensada elección, y no su única posibilidad. Quiero que mi hija, si alguna vez se embaraza sin quererlo, pueda elegir libremente, en su mente, su cuerpo y su corazón, no convertirse en madre. Quiero que pueda decidir lo que quiera decidir y que la legalidad la ampare y la acompañe; quiero que pueda elegir sin tener miedo ni vergüenza; quiero que exista el amparo legal y -qué ilusión, ¿no?- que no exista una condena social por abortar.
Todo eso no lo quiero sólo para mi hija: lo quiero para todas nuestras pibas, para todas las mujeres; lo quiero para mí, para mis amigas, mis compañeras, mis primas, mis sobrinas, mis alumnas, mis colegas, mis vecinas; para todas las pibas de los barrios pobres a quienes no conozco. Lo quiero para todas.
La biología no es destino; el ser humano es, ante todo, un ser socio-cultural. Por eso, la maternidad es un acto sociocultural, inscripto en las formas y las convenciones sociales. Las formas de ser madre también lo son, aunque no es este el eje de este escrito.
Tener la posibilidad de no implica tener la obligación de; menos, aún, cuando el transcurrir un embarazo pone en peligro la integridad psico-socio-afectiva de las mujeres e incluso -ya que se defiende a la vida así, en forma tan vaga y general- al niño/a que nace de esos embarazos no deseados. Convertirse en madre de alguien no debería ser un gesto de resignación, una encerrona de la que no se puede salir porque no hay otra opción posible, o porque esa opción implica la diferencia entre la vida y la muerte.
Nota central:
28 de septiembre. Por todas, una declaración política por el aborto libre