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    Malvinas según Fogwill: literatura y dictadura

    1 abril, 20138 Mins Read
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    Malvinas según Fogwill: literatura y dictadura

    Por Mariano Pacheco.* Pasadas tres décadas de su primera edición, Los Pichiciegos. Visiones de una batalla subterránea, sigue siendo uno de los libros más consultados por las nuevas generaciones. La novela de Fogwill aporta a un debate actual en torno a la guerra de Malvinas.

    La rareza de Los Pichiciegos se encuentra seguramente en que, si bien es un relato de guerra, la historia está contada desde los bordes de los bandos enfrentados. Recordemos que según las teorías sobre el tema, la guerra es como un duelo ampliado (Clausewitz), y no se puede ser neutral, porque siempre se es el enemigo de alguien (Foucault). En este sentido, Los pichiciegos vienen a romper con la lógica binaria del enfrentamiento bélico, entre otras cosas, porque es una narración descentrada. Es decir, se habla desde “un espacio imaginario muy próximo al campo de batalla pero desplazado del centro de operaciones y de los tópicos convencionales del relato bélico”, según nos sugiere Graciela Speranza para leer la historia de esta “colonia subterránea de desertores que intenta sobrevivir comerciando con el enemigo”. 

    Los Pichis, los protagonistas de esta historia, son los que habitan la pichicera, ese espacio construido en dos semanas, cuando ya los muertos eran llamados “helados” y “fríos” los que habían sido heridos. Cuando algunos se habían cansado de que les dieran la comida fría (para ahorrarse carbón), y otros ya se había vuelto medio locos. Le pusieron Pichicera por los pichis, esos bichos que viven de noche, bajo tierra, y que hacen cuevas.

    La pichicera es una trinchera que está a mitad de camino. No hay batalla o combate directo, tan sólo lucha por la subsistencia. Rechazados por los británicos, dados por muertos, presos del enemigo o “desaparecidos” por los argentinos, los pichis se la van rebuscando. Si vuelven, ya lo saben, los mandan a pelear, o sea, al muere. Los mandan al matadero. 

    Los pichiciegos es un libro polémico que no busca encajar en las narraciones típicas y políticamente correctas. Partiendo del fuerte imaginario que hace hincapié en la cuestión nacional, cuestiona identidad nacional, o al menos con la pichicera, claramente, lo hace. Porque los pichis no son un desprendimiento de las tropas argentinas que continúan hostigando al enemigo desde otro sitio (una suerte de guerra de guerrillas). Pero tampoco traicionan plenamente a su propia fuerza y se incorporan al otro ejército (si traicionan es sólo en función de sus propios intereses, para garantizar su subsistencia). Entonces, ¿cuáles son sus enemigos? ¿Los británicos o los argentinos? En todo caso, tanto unos como otros. Cualquiera que se oponga a su persistencia en el tiempo que dure la guerra. Porque los Pichis se mantienen desplazados del teatro de operaciones donde las fuerzas en pugna se enfrentan y abren un espacio en el tiempo durante el cual se prolongue el enfrentamiento. En ellos no hay causa nacional. Porque la suya “es una guerra sin línea de batalla, sin enfrentamiento y retaguardia… sin batalla”, como han señalado Deleuze y Guattari a propósito del juego del Gó: “pura estrategia…”. En este caso: simple lógica de supervivencia.

    Si para la identidad nacional de los militares las lógicas jerárquicas de la forma-Estado son fundamentales, en cambio, para los Pichis, la jefatura recae en un grupo de cuatro o cinco a quienes denominan Los Reyes Magos, que no son más que sus pares en esa penumbra que les toca vivir. No son un aparato especializado de poder. Tampoco tienen, los Pichis –como sí tiene una identidad sólida– ni una historia común, ni un mito de origen. Tampoco una proyección futura. Duran lo que dure esa guerra. Y es todo.

    También por la parodia se cuestiona en esta narración la identidad nacional. Si hasta Gardel –símbolo por excelencia– es cuestionado en este libro. Él también era un Pichi, dicen. “Un pichicatero”. Gardel: francés, o uruguayo o argentino. No importa. Como tampoco importa la marca de los cigarrillos. Se fuman ingleses o franceses. O argentinos. De allí que Beatriz Sarlo remarque la paradoja de esta guerra, que se hizo para fortalecer una identidad sostenida en la unidad nacional, y finalmente, el accionar del Ejército Argentino no hizo más que debilitar, disolver lo nacional como identidad. Paradoja que se produce, también, porque el Ejército Argentino es una fuerza que se ha formado y se ha definido –siguiendo las reflexiones de Rozitchner– en los límites que el propio enemigo le proporcionó. Si “hasta las categorías de la guerra son producto del enemigo, y forman parte de su doctrina de guerra, que es de Contrainsurgencia y Seguridad Nacional, que fundamenta su plan de guerra”.

    En este sentido, las Fuerzas Armadas Argentinas se constituyeron como fuerza de ocupación –antinacional– en el propio territorio, buscando implantar por la fuerza, en el propio país, la dominación que permitiera el despojo de sus habitantes, sobre todo de sus clases populares. ¡Y después pretendieron que esos mismos sectores pelearan en nombre de la unidad nacional! Los Pichis son un claro ejemplo de esa paradoja. La contracara de esa guerra. De allí que resulte sugestiva la pregunta que, en determinado momento del relato, surge en la Pichicera: ¿Por qué, siendo tantos los porteños, son ahí tantos los “provincianos”? ¿Por qué las trincheras están llenas de “cabecitas negras”? La respuesta salta a la vista. Porque el Ejército Argentino, desde Caseros en adelante, se convirtió en el ejército de una clase (de la oligarquía), con un discurso que pretendió elevarse al discurso de la Nación entera. Una clase que, tal como señala Rozitchner, responde a intereses económicos que son transnacionales. Y es por eso, entre otras cosas, que la guerra estaba perdida antes de comenzarla ¿Cómo ganarla si su existencia dependía de aquellos a quienes debía combatir?

    Es por esto, también, que podemos leer a la guerra de Malvinas en clave de farsa. Porque no se sostuvo ni siquiera desde las categorías clásicas de la guerra. Porque se pensó a la guerra real en términos de “representación” de guerra. Cuando se planteó la batalla en términos de “recuperación” del territorio: ¿se pensó en la respuesta a esa recuperación? ¿Se pensó en los factores favorables y desfavorables? O para decirlo en términos de Mao Tse Tung, ¿no se pensó en que una ofensiva táctica no cambiaría mágicamente la relación de fuerzas, haciendo salir a quien está a la defensiva estratégica? 

    Veamos un ejemplo de cómo ni siquiera fueron tenidos en cuenta algunos de los conceptos básicos de las situaciones beligerantes. Es un ejemplo de la ficción, pero que alumbra claramente el análisis de la realidad. En un momento, ya al final de la novela, los soldados y los oficiales argentinos (¡disfrazados de conscriptos!), se despliegan en retirada. Se cruzan con una columna británica que sigue de largo: ni los atacan, ni los miran. ¿Qué hacen, en ese contexto, los oficiales argentinos? ¡Ordenan atacar! Los soldados, siguiendo la línea de mando, obedecen. La conclusión, absurda, es que los ingleses los matan ahí mismo. Claro, no siguieron el consejo de Sun Tzu: “cuando tus fuerzas sean inferiores a las de tu enemigo, debes directamente abstenerte de combatir”. Los ingleses, lógicamente, continuaron su marcha.

    Para concluir, quisiera rescatar las palabras de Martín Khoan, Adriana Imperatore y Raúl Blanco, quienes han destacado que, tras la guerra, hubo dos versiones que se impusieron de manera hegemónica. Una, “triunfalista”, sostenida por el discurso militar; otra, “del lamento”, impuesta tras la derrota (discurso antimilitarista que se sostiene victimizando al soldado –“los chicos”, dicen–). Ambas comparten el mito de la gran gesta nacional de “recuperación” de las Islas. 

    Seguramente estemos en un momento bisagra. Acorde con los tiempos de revisión crítica del pasado reciente que se impone con cada más fuera en la escena política de nuestro país, la cuestión nacional aparece como un elemento que retorna una y otra vez en los debates y las discusiones sobre el porvenir. Revisitar Malvinas, y las narraciones sobre ella, es también volver a poner en cuestión la dictadura, no solo en tanto Terrorismo de Estado, sino también en torno a las responsabilidades civiles.

    Bibliografía consultada: León Rozitchner, Las Malvinas: de la guerra “sucia” a la guerra “limpia”; Fogwill, Los Pichiciegos; Beatriz Sarlo, “No olvidar la guerra: Sobre Cine, Literatura e Historia”; Kohan, Martín, Oscar Blanco y Adriana Imperatore, “Trashumantes de neblina, no las hemos de encontrar. De cómo la literatura cuenta la guerra de Malvinas”; Esteban Rodríguez y Jerónimo Pinedo, “Maldito punk”, en Estética cruda; Sun Tzu, El arte de la guerra; Guilles Deleuze y Félix Guattari, “Tratado de nomadología: La máquina de guerra”, en Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia; Mao Tse Tung, Selección de escritos militares, Michel Foucaul, “La guerra en la filigrana de la paz”, en Genealogía del racismo; Karl Von Clausewitzs, De la guerra.


    *Nació en Quilmes, provincia de Buenos Aires, en 1980. Actualmente vive en Dique chico, Córdoba. Es periodista y escritor. Autor de De Cutral Có a Puente Pueyrredón, una genealogía de los Movimientos de Trabajadores Desocupados (El colectivo, 2010) y co-autor de Darío Santillán. El militante que puso el cuerpo (Planeta, 2012). Su blog es www.profanaspalabras.blogspot.com. 

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