Por Roma Vaquero Diaz – @RomaVaqueroDiaz
Dos performers argentinas dialogan y analizan el cuerpo y el género en el arte. Acciones y reflexiones que apuntan a golpear al sistema patriarcal y neoliberal.
Cristina Coll y Laura Bilbao son dos artistas argentinas de performance que provienen de recorridos y procesos diferentes, pero que se encontraron en el espacio cultural Peras de Olmo para participar de la serie Open Field, con Cabecita de Mickey y Borramiento. Ambas producciones transitaron a través de la huella y de las marcas que se trazan y se borran sobre el cuerpo social. Coll, aludiendo a las iconografías infantiles que graban el mundo de las imágenes durante el crecimiento, y Bilbao, construyendo su acción centrada en las laceraciones producidas por los centros hegemónicos de poder y el neoliberalismo.
En este diálogo nos relatan que sus formas de accionar toman caminos que se diferencian. Cristina Coll estructura secuencialmente sus performances, mientras que Laura Bilbao se lanza al encuentro de un público activo, que sea coautor y cómplice de sus acciones. Sin embargo, estos haceres no están cerrados, ya que ellas reflexionan acerca de estos y les abren la puerta a nuevas posibilidades.
La performance, un arte con características propias
Cristina Coll (CC): La performance es como una multimedia de uno mismo, que se aprovecha de todo lo que uno hace y todo lo que uno es. No es igual que el teatro. Los artistas visuales no somos como los actores, lo que decimos está más cerca de la realidad, no tiene un libreto hecho por otro y el espacio donde se realiza también es muy importante. Aunque encuentro mis performances muy cercanas al Biodrama de Vivi Tellas, porque hablo de mí y pongo el cuerpito para hablar de mí, no represento a nadie, hablo de cosas cotidianas.
Laura Bilbao (LB): La performance no es igual al teatro o a la danza. Lo siento muy claro porque tengo una formación actoral y sé diferenciar claramente que no estoy haciendo teatro, que de repente empiezo a trabajar en las artes visuales. Esta diferencia se hace visible en que no ensayo, en que la performance tiene un final posible, como para darle un cierre. Pero no estoy contando una historia que tengo que hacer creer o suspendo el tiempo de la realidad para meterte en un cuento y no interpreto a un personaje. Aunque diga un texto, éste tiene relación con la acción que voy a hacer, pero no en el sentido de ponerme en la piel de un personaje y que el texto salga de otra boca que no sea la mía. En algunos festivales, por ejemplo, se presentan como performance muestras de danza aérea que están muy bien, pero no es arte de performance. Se toma la palabra performance como rendimiento pero no como arte acción. Ahí se vislumbra más claramente las diferencias entre las disciplinas.
CC: Encuentro que mis performances están más estructuradas que las de Laura, porque ella espera que el espacio le dispare la acción. Yo tengo pautas para el final, tengo la necesidad de decir “se terminó”, o estructurar la acción, porque sino me siento despoblada, es una situación que tiene que ver con los cuerpos. Me gustaría esperar la reacción del público como Laura; viendo accionar a los otros se aprende mucho.”
LB: Al principio, cuando empecé a trabajar en la performance, me llenaba de objetos, los llevaba por las dudas y cada vez estoy intentando que sean menos; si uso un objeto que sea para ejercer una acción.
CC: Uno necesita agarrarse de algo, necesita encontrar una forma de sostener el cuerpo. Pero lo importante es ponerse y poner el cuerpo, eso es una performance.
La performance como elección
L B: Elijo la performance por la inmediatez. A veces tengo muchas ideas y se me pasan, caducan si no las hago. Entonces las llevo a la acción. No tengo mucha disciplina, no necesito juntarme con personas ni ver qué me tengo que poner, buscar la manera en que todos coincidan los horarios ni ensayar. Con la performance tengo una idea y la hago. Me gusta que no sea espectacular, que no haya que pagar una entrada, me gusta porque es humilde. Me había alejado del teatro porque sentía que no me terminaba de cerrar, ensayar nueve meses para actuar dos días y que tuvieran que pagar la entrada para venir a verme.
La primera performance que puedo reconocer como tal, que en ese momento no sabía que lo era, fue en 1999. Un amigo me dice: “¿Nos vamos a Nueva York la semana que viene para hacer unas fotos?”. Y acepté. Estando allá, él tenía unos trajes hechos de telar y comenzamos a accionar revisando basura en las calles. Él realizó el registro y la llamamos Homeless Fashion. Luego realicé una producción con artistas de distintas disciplinas. Me interesaba trabajar la relación actor espectador, una mínima unidad teatral más objetos artísticos. Investigar el espacio dramático de la obra plástica. Por lo tanto, en un espacio cerrado se montaron obras de los artistas convocados y las fui interviniendo en performance para un espectador que realizaba el registro. En este proceso de armar la cosa, no entendía dónde estaba la obra, no entendía que mi obra era esa. Hasta que alguien empieza a avivarme de que eso era arte acción. Comienzo a indagar en el tema y lo sintetizo en una unidad de instalación que era la obra, la proyección y la performance que iba a estar en ausente. Este proceso duró un año. En 2004 lo presenté en una convocatoria y quedó. Se llamó En los límites del ego, la ausencia es infinita. Áura Egó.
Ahora estoy en otra situación, más chiquita, más cerrada y más investigativa. Hoy tengo una pulsión muy fuerte de utilizar menos objetos, de despojarme. Estoy investigando el neo-nudismo, el prender una cámara web dentro de la casa y poner el cuerpo, para preguntarme qué sucede con el inconsciente colectivo en relación a la virtualidad y las redes sociales. Por eso, no sé si en un comienzo elegí a la performance, porque llegué a ella como de casualidad; pero hoy sí la elijo.
CC: Empecé a realizar acciones en 1996. Antes venía pintando y me representaba. Me acuerdo que en la primera performance había puesto una tela que ocupaba un espacio vertical, pero también horizontal en el piso; quería pintar la Pirámide de Mayo con las Madres de la Plaza realizando la ronda. Empecé a pintar todo de marrón no sólo la tela que colgaba, sino también aquella que se encontraba donde yo estaba. De alguna manera yo también estaba dando la vuelta con las Madres y saliendo del plano, integrando la tridimensión. Pero aún no me animaba a accionar en público. Le pedí a alguien que me filmara y realicé una de mis primeras performance de género que se llamó En el baño, en la cual me travestía. Primero me afeitaba el rostro y las piernas, me ponía un traje de hombre y salía a la calle. Me subí a un colectivo, fui a un bar, al trabajo de mi papá. Este registro quedó como un cortometraje y lo empecé a presentar en concursos de video experimental, video arte, pero no entraba en ninguna categoría. Lo presento en el año 2000 en Sueños Cortos, que recién empezaba, y saca una mención. Después me asusté porque parece que me salió bien, y seguí pintando.
El trabajar con género siempre me llama. En una época me sentía cómoda con el travestismo, porque era como una máscara que no dejaba sacar quien era yo y hacía de hombre. Luego realicé fotoperformances donde me llamaba Roberto y buscaba los límites entre el binomio femenino-masculino; después me ponía en el medio y no sabía qué era, qué parte del binomio. La investigación de la performance me acompañaba en mi propia búsqueda personal de género.
La experiencia corporal como camino para la performance
LB: No es fácil ver performance porque el performer interpela, desordena, es incómodo. Trabaja con el conocimiento de su propio cuerpo y lo presenta.
CC: Al principio, poner el cuerpo se siente como un cachetazo, pero se insiste porque hay algo que se necesita seguir haciendo y cuando entendés que el arte es un juego te vas salvando. No me interesa saber si el arte que hago es feminista o no, siempre hice cosas en contra de lo patriarcal. Tuve que aprender a ser gay porque no me lo esperaba. En esta cultura antropocéntrica y patriarcal tuve que aprender porque no era fácil. Ahora tengo que aprender a ser persona, descubrir quién era antes de todo ese aprendizaje. Eso es lo que estoy tratando de descubrir en este cuerpo, cómo puedo llegar a ustedes con lo que yo soy, pero sin que ustedes me estén mirando desde un solo lugar.
LB: Tuve que aprender a no ser gay. Porque de chiquita si me subía a un árbol era varonera, si jugaba con mi papá y mi hermano a la pelota también. De chiquita te van enseñando qué es lo que hay que hacer para ser mujer. Yo no era una mujer femenina que se pintaba, que se ponía la pollerita. Entonces, ¿cómo pararme frente a los otros? Tengo un cuerpo, este cuerpo. Nunca lo feminicé, nunca lo construí desde lo que el patriarcado dice que una mujer debe ser. Nunca partí desde el dejar conforme al otro. Cuando era más chica, me sentía un poco diferente hasta que, en un momento, exploté con mi propia personalidad y empecé a tener un levante bárbaro. Pero fue un proceso que tardó, tuve que vencer un montón de cosas, siempre fui muy alta, deportista, distinta.
CC: ¡Menos mal lo de la performance entonces! Porque la performance te ubica en un lugar y dice: “Bueno, yo soy esto, loco. Si no te gusta, ándate”. Te da un saber que te provee seguridad, te permite ver qué es lo más importante de todo esto: lo que se es. Con la performance, de alguna manera, uno explota y al mismo tiempo tiene un soporte de formación que te permite llevarlo adelante. Y al modelo patriarcal le da una patada.
LB: Con la performance encontrás tu propio lugar muchísimo más rico, con más personalidad, más propio, y entendés que algo pasa porque no estás copiando ni reproduciendo. Te das cuenta de que podés manejar tu cuerpo de otras maneras. Ser de otras maneras. Lo más importante es seguir haciendo y ser auténtica en la búsqueda.