Por Matías L. Marra. En el marco del tercer Festival de Cine Político de Buenos Aires, Marcha entrevistó en exclusiva a Jorge Sanjinés, el director de cine boliviano contemporáneo más importante, quien presentó Insurgentes, su última película. En esta primera parte, habla de su proceso creativo y sus estrategias.
-La construcción del sujeto originario en sus películas está ligada a la reivindicación y la lucha por la dignidad. Pero no se trata sólo de su tematización, sino también de su puesta en imagen y sonido. Su cine reivindica el lugar de la dignidad para los pueblos originarios en el cine. ¿Cómo cree usted que se debe trascender la tematización y desarrollar una escritura fílmica que dignifique?
-Bueno, es un tema complejo. Porque [somos] latinoamericanos que no somos indios, que no pertenecemos a esa cultura. Tenemos colonizada hasta el alma. Es muy difícil entender esa realidad cuando uno tiene colonizada el alma. La colonización, no solamente nos ha sacado nuestros recursos, sino que nos ha colonizado el alma. Nos ha inoculado el individualismo. Nos es muy difícil entender la vida como debería entenderse, como la entienden los indios. Como la ven los indios. Y eso es muy importante. Porque no va a haber un proceso de liberación verdaderamente profundo sino descolonizamos el alma de todos, alienados por el individualismo. Y es la gran lección de los pueblos indígenas.
Siempre desde el grupo Ukamau le hemos dado una gran atención a la cultura indígena, [ya que] la mayoría de la gente de Bolivia es indígena, para proponer una reflexión sobre los valores de esa cultura. El más importante es la capacidad que tienen ellos, a través de su filosofía y de su vida, de ver la vida desde el nosotros y no desde el yo. Los indios se piensan primero como grupo y después como individuos. Primero el nosotros y después el yo. Eso es muy difícil de comprender, porque al ser cultivados desde el otro lado, siempre miramos al mundo desde el yo. Yo primero, después de los demás. Eso nos han enseñado en la familia. Cuando uno se desarrolla, le parece natural mirar la vida desde el yo. Cuando lo natural es que se mire desde el nosotros, como hacen los animales.
Hemos sido animales en algún momento, hemos actuado de manera orgánica igual que los animalitos. Los pájaros, por ejemplo, cuando hacen sus viajes migratorios cruzan inmensas distancias, y vuelan al unísono. Van en bandadas, y de pronto [se mueven], y todos se mueven matemática y automáticamente sincronizados. Porque están en el nosotros, no en el yo. Un pájaro que quiera volar por su cuenta, está perdido. Se cae, se muere, lo dejan.
Y nos pasa a los seres humanos. Los indios han mantenido esa capacidad de entender al mundo desde lo colectivo. Y esa es la aspiración revolucionaria más importante. Porque la sociedad humana va a cambiar cuando recupere esa capacidad de ver la vida desde el nosotros.
-Usted cuenta en su libro Teoría y práctica de un cine junto al pueblo que para empezar a filmar Yawar Mallku tuvieron grandes inconvenientes ya que la gente desconfiaba del equipo técnico, y que la solución estuvo en el vaticinio de las hojas de coca, que indicaron que ustedes tenían buenas intenciones. Se trata totalmente de un cine junto al pueblo, donde opera una visión respetuosa. ¿Cómo ha sido el proceso de construcción del Otro a nivel creativo? ¿Qué tan cerrado era el guión a la hora de filmar?
-En Yawar Mallku se da una situación, una anécdota, que va a definir el lenguaje que viene después. Porque ahí en esa experiencia, cuando no pudimos conectarnos con la comunidad de inmediato, cuando habíamos cometido el error de entender que el poder de la comunidad estaba en el yo del jefe. Lo habíamos contactado porque era el jefe de la comunidad que nos había invitado a esa comunidad. Él había visto la película anterior nuestra [Ukamau], y decía “¿Por qué no hacemos una película en nuestra comunidad?”. Nos pareció muy bien, porque estábamos buscando una. Y como el jefe [era] nuestro amigo, creíamos que todo estaba resuelto. Lo que no entendíamos, es que el jefe era solo el representante del poder político. [Pero] el poder político no era él: era el pueblo, era la comunidad, era el colectivo. Ahí nosotros estamos violentando. Nos habíamos introducido a la comunidad sin consultar la voluntad de los demás, porque pensábamos como buenos egoístas, individualistas, citadinos, que si el jefe era nuestro amigote, ya teníamos todo resuelto. Como aquí, que un amigo de Macri puede hacer cualquier cosa (risas). Pensábamos así, deformados: por eso digo que tenemos colonizada el alma. Nos pasaba eso.
Y cuando no sabíamos que hacer, el último día, cuando ya estábamos por irnos, ya habíamos empacado porque la situación se puso incluso peligrosa, dijimos “aquí no vamos a crear un problema, vamonós”. Pero entendimos, pedimos disculpas. Se nos ocurrió plantear que ellos, en un acto de reconocimiento a la propia cultura de ellos, lo decidan a partir de la lectura de las hojas de coca. Y así fue.
Y a partir de ahí cambió el lenguaje. Porque ahí entendimos que el yo no era prioritario en el mundo indígena. El yo está expresado simbólicamente por la narrativa europea que le da importancia al primer plano. Uno ve películas latinoamericanas y son todas [en plano cerrado]: primer plano, primer plano. Muy europeo: el individualismo.
Por eso descolonizamos el lenguaje y empezamos a usar un plano de integración, abierto.
-En Insurgentes, su última película, reconstruye distintos momentos de lucha de los pueblos originarios. Pero esto no es una exposición sino que está dado por una escritura poética que, nuevamente, dignifica a un sujeto oprimido a lo largo de la historia. Cierta crítica, no obstante, insiste en que su cine es panfletario. ¿Qué herramientas se da usted para narrar la lucha, a la vez que construye su poesía, sin caer en lo panfletario?
-Dijimos, escribimos y sostenemos que nosotros nos valemos de la belleza no como objetivo, sino como medio. No hacemos de la belleza el objetivo, pero si lo reverenciamos como medio, para evitar el panfleto. Nuestras obras deben comunicar sus contenidos, pero al mismo tiempo ser obras de arte. Ahora, los que dicen [que es] panfletario, ¡ellos son los que hacen panfleto! La visión de ellos es panfletaria.
-Hay una cuestión que usted reivindica, que es el entretenimiento y está justamente la obra de arte ligada a eso. Nunca hay que olvidar esa condición de las películas.
-Claro, hay que fascinar. Un buen cineasta, para mí, es alguien que sabe fascinar con su historia. El espectador quiere que lo fascinen. Busca que lo fascinen. ¿A qué vas tú a ver una película? ¡A que te fascinen! En el fondo es eso. Quieres que ser impactado. Y es lo que hay que hacer.