El 24 de marzo de 1980 fue asesinado el arzobispo de San Salvador, Oscar Arnulfo Romero. Sus discursos en contra de la represión al pueblo y en defensa de los Derechos Humanos fueron el motivo por el que un grupo de sicarios del gobierno le disparó mientras celebraba misa.
En la capilla del hospital de La Divina Providencia en la colonia Miramonte de San Salvador monseñor Romero, arzobispo de esa ciudad, estaba celebrando misa. Era lunes 24 de marzo de 1980 y la guerra civil en El Salvador se intensificaba. Miles eran perseguidos, asesinados y desaparecidos. Un día antes, el domingo 23, Oscar Arnulfo Romero había hablado a través de la radio diocesana YSAX. En su alocución hizo un llamamiento, “de manera especial, a los hombres del ejército (…) Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: ‘No matar”.
Ese lunes, momentos antes de la Sagrada Consagración, un disparó impactó en el pecho de Romero. Había sido asesinado por un sicario a los 62 años de edad.
La injusticia que cambió a un hombre
Oscar Arnulfo Romero nació el 15 de agosto de 1917 en Ciudad Barrios, El Salvador. A los 13 años ingresó al seminario y en 1937 viajó a Roma dónde continuó sus estudios en la Pontificia Universidad Gregoriana. Allí fue alumno de Giovanni Batista Montini (luego coronado papa bajo el nombre de Paulo VI). En 1942, fue ordenado sacerdote.
En 1970, el papa Paulo VI lo designó obispo auxiliar de San Salvador y en 1974 fue nombrado obispo de la diócesis de Santiago de María en el departamento de Usulután. El 3 de febrero de 1977 fue finalmente nombrado como arzobispo de San Salvador, para suceder a monseñor Luis Chávez y González.
En su momento, fue considerada una maniobra de los sectores conservadores de la iglesia ya que candidatos, a priori más progresistas, fueron descartados. Sin embargo Romero sorprendió a propios y extraños.
El 20 de febrero de 1977, dos días antes de su asunción como arzobispo, se celebraron elecciones en el país. En el medio de un fraude escandaloso fue nombrado ganador Carlos Humberto Romero, candidato del Partido de Conciliación Nacional (que gobernaba desde 1962). Esto desató fuertes protestas que fueron respondidas con una brutal represión.
A su vez, el gobierno fraudulento no tuvo problema en expulsar y perseguir también a miembros de la Iglesia. Sacerdotes ligados a la “opción preferencial por los pobres”, doctrina que tenía sus bases en el documento de la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano realizada en Medellin en 1968, también fueron perseguidos e incluso asesinados.
Esta nueva situación produjo en monseñor Romero un cambio. Los tres años que estuvo al frente del arzobispado (1977-1980) estuvieron marcados por permanente lucha en defensa de los derechos de los campesinos, los trabajadores y el pueblo salvadoreño en general. Durante los tres años, sus homilías, transmitidas por la radio diocesana YSAX, denunciaron la violencia del gobierno militar.
Un triste encuentro con Juan Pablo II y una beatificación que nunca llega
En 1979 Romero viajó al Vaticano para entrevistarse con el papa Juan Pablo II. A pesar de haber pedido con mucha antelación la audiencia, cuando llegó a Roma nadie lo quiso atender. Fue así que entonces, el arzobispo decidió acudir a la misa oficiada por el papa un domingo. Luego del acto religioso Juan Pablo II bajó, como era costumbre, al salón donde lo esperaban multitudes para la tradicional audiencia general. Romero, mezclado entre los fieles logró acercarse al papa, presentarse y pedirle una audiencia. Juan Pablo II accedió y lo convocó al día siguiente.
Ni bien llegó a la audiencia, Romero le entregó al papa una enorme recopilación de documentos y denuncias sobre la represión y las violaciones a los Derechos Humanos en su país. Juan Pablo II, sin mirar los documentos, le contestó que no tenía tiempo para leer tantas cosas. Romero insistió y le contó de los asesinatos a curas, el papa continuó indiferente y le dijo: “Usted, señor arzobispo, debe de esforzarse por lograr una mejor relación con el gobierno de su país”.
Romero regresó desconsolado a su país pero continuó con su prédica. Un año después lo mataron de un tiro en el pecho. En 1993 una Comisión de la Verdad de la ONU señaló como responsable intelectual del asesinato al mayor del Ejército Roberto D´Aubuisson (fallecido un año antes), fundador de la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA).
En 1994 la Arquidiócesis de San Salvador pidió permiso a la Santa Sede para iniciar el proceso de canonización de Romero. El proceso diocesano concluyó en 1995 y el expediente fue enviado a la Congregación para la Causa de los Santos, en la Ciudad del Vaticano. En 2000 el tema fue transferido a la Congregación para la Doctrina de la Fe (en ese entonces dirigida por el cardenal alemán Joseph Ratzinger, posteriormente papa Benedicto XVI) para que analizara concienzudamente los escritos y homilías de monseñor Romero. El análisis del expediente concluyó en 2005 sin embargo, ocho años después, no ha habido avances. Mientras tanto, Juan Pablo II, quién desmereció las denuncias de Romero y lo abandonó a su suerte, fue beatificado en 2011, tan solo seis años después de su muerte. Las prioridades en la Santa Sede parecen claras.
Sin embargo, el pueblo latinoamericano ya ha canonizado a su San Romero de América. El mismo pueblo que recuerda sus palabras cuando el 23 de marzo de 1980 exhortó a las fuerzas de seguridad a no reprimir al pueblo del que ellos también eran parte. Romero concluyó aquel día diciendo algo que otros, en ese mismo tiempo, deberían haber escuchado: “La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión”.