Por Juanma Olarieta
Los materialistas siempre empiezan sus artículos recordando que es el ser social lo que determina la conciencia social (incluida la conciencia religiosa), y no al revés. Por el contrario, los idealistas opinan lo contrario.
Creen que la conciencia social y religiosa es algo en sí misma. Los desvaríos que se han escrito sobre Erdogan, el AKP y la crisis de Estado en Turquía así lo demuestran: el islamismo disfruta de una vida propia que, además, es independiente de la acumulación de capital, la lucha de clases, la historia de cada país, el Estado o las relaciones internacionales. El islamismo es siempre el mismo. Da igual hablar de Afganistán, Egipto o Arabia saudí.
A esa distorsión se añade otra: la de suponer que el islamismo no es más que una religión, otra más, que consiste en rezar, leer el Corán o ayunar durante el Ramadán. Ese tipo de bobadas encubren lo fundamental: el islamismo es una fuerza (económica, social y política) organizada, y sus integrantes no son precisamente imanes o ayatollahs sino capitalistas. El islamismo está más cerca de la empresa que de la mezquita. Hay bancos islámicos, asociaciones de empresarios islámicos, partidos políticos islámicos, ONG islámicas, universidades islámicas…
Los factores que influyen en la formación de una clase social no son sólo económicos, sino ideológicos, culturales, geográficos, históricos… En ningún otro país es necesario tenerlo en cuenta que en Turquía. Antiguamente los turcos llamaban Rumelia a la región oriental del Imperio Romano, que ellos ocuparon en el siglo XV y que hoy se circunscribe a una pequeño pedazo de tierra en la parte europea de Estambul, que siempre ha sido la vía de entrada en Turquía de la influencia colonial e imperial de las grandes potencias europeas, frente a una península de Anatolia rural, atrasada, marginada y despreciada. En Rumelia está la casta y en Anatolia los indignados.
La penetración del capitalismo cambió esa situación. La emigración del campo a la ciudad hizo el resto. En 1970 Estambul tenía 2 millones de habitantes; ahora tiene 14 y todos ellos han llegado procedentes de Anatolia. Son la clientela islamista.
En 1970 Necmittin Erbakan crea el MNP (Partido del Orden Nacional), el primer partido político islamista, que dos años después se transformó en MSP (Partido de Salvación Nacional), una organización típica de una burguesía de origen anatólico y rural que aspiraba a salir de su marginación.
El partido contó con el apoyo de dos cofradías religiosas, Nakshibendi y Nurcu, con una extensa red de afiliados que en las elecciones de 1973 les otorga casi un 12 por ciento de los votos, un éxito absoluto que les permite entrar en algunos gobiernos de coalición.
A finales de los setenta el Estado turco entra en una profunda crisis económica, a la que siguen importantes luchas revolucionarias del proletariado, hasta que, finalmente, el golpe de Estado de 1980 prohibe los sindicatos y las huelgas y extiende la represión y la guerra sucia contra las diferentes organizaciones comunistas y revolucionarias.
A partir de entonces los generales del ejército empiezan a apoyar el islamismo, un fenómeno paralelo al que Estados Unidos despliega en Afganistán y otros países árabes para luchar contra los comunistas y revolucionarios. La educación religiosa se introduce en las enseñanza y utilizan al MSP de Erbakan para construir más mezquitas, levantar escuelas coránicas privadas, crear fundaciones…
Después de tres años de represión feroz, accede al gobierno Turgut Özal, quien gobernó durante diez años, hasta que fue asesinado en 1993. Su etapa se puede calificar de muchas maneras paradógicas, como todo lo que concierne a Turquía. Se podría decir que fue un neoliberal al estilo de los de su época (Thatcher, Reagan). El neoliberalismo de Özal perjudicó notablemente a los grandes monopolistas rumelianos que habían medrado a la sombra del Estado. Con las nuevas formas de acumulación de capital de los ochenta emergieron unos capitalistas distintos: los “Tigres de Anatolia”, una burguesía “piadosa” que explota por la mañana y reza por la tarde.
Lo mismo que esa burguesía, en cierta manera Özal, miembro de la cofradía Nakshibendi, también era un islamista de esos que llamarían ahora “moderado” y cuyo discurso se podría calificar también de “populista”. Frente a la oligarquía rumeliana de Estambul, los islamistas turcos alardeaban de representar la voz del pueblo llano, por fin elevado a lo más alto del poder político. No había distinción de clases sociales, ni tampoco había una separación geográfica porque la emigración había poblado Estambul de barrios de obreros, campesinos, artesanos, comerciantes, parados…
Pero sobre todo Özal fue uno de los primeros civiles que en la Turquía moderna se impuso a los militares, de cuyo golpe había sido cómplice y de los que, finalmente, resultó víctima. Es otra paradoja típicamente bizantina. Incluso fue asesinado con veneno, que es otro bizantinismo. Le enterraron junto a Adnan Menderes, otro presidente asesinado por los militares 20 años antes, en plena Guerra Fría, cuando pidió ayuda de la Unión Soviética. En un país de la OTAN eso fue una herejía. Özal se consideraba un continuador de Menderes y, a su vez, Erdogan lo es de Özal. Es como reclamarse heredero de una muerte bizantina.
En los ochenta el islamismo se expande en Turquía tan inconteniblemente como el propio capitalismo. En 1984 se crea el segundo partido islamista, el Refah (Partido del Bienestar), cuyo dirigente en la sombra seguía siendo Erbakan.
También fue entonces cuando se expandió la red de Gülen, miembro de la cofradía Nurcus. En 1990 la “burguesía piadosa” crea la Müsiad (Asociación de industriales y hombres de negocios indepedientes), que es una especie de patronal islamista de las pequeñas y medianas empresas porque la existente, Tusiad, sólo aceptaba a las grandes.
Emerge con fuerza la prensa islamista, las cadenas de televisión, las revistas, los vídeos…
El Refah sustituyó al MSP y al ANAP, el partido de Özal, que desapareció con su dirigente. El movimiento islamista fue recaudando cada vez más afiliados y más votos, hasta el punto de que a mediados de los noventa ganó las elecciones locales en Estambul y Ankara. Erdogan fue elegido alcalde de Estambul y a Erbakan le nombraron primer ministro en 1996.
No era islamismo. La fuerza de aquel movimiento no procedía del cielo sino del suelo, del desarrollo de la burguesía misma, una parte de la cual empieza a asomar la cabeza en las instituciones oficiales. Desde el gobierno, Erbakan inicia un nuevo reparto del pastel del Estado: los contratos públicos se empiezan a adjudicar a los “Tigres de Anatolia”, cuyo poder sigue creciendo inconteniblemente… en perjuicio de los viejos rumelianos de siempre, que acuden al ejército para que les ayude.
El poder de la burguesía “piadosa” no puede ser más efímero. Ella tiene el gobierno pero los viejos rumelianos tienen el Estado. Al año siguiente de su llegada, el MGK (Consejo de Seguridad Nacional) y luego el Estado Mayor del ejército exigen a Erbakan que restrinja las actividades de las empresas islamistas que consideran como ilícitas.
Acusan a las OFK (Instituciones Especiales de Crédito), es decir, a los bancos islamistas de financiar actividades contra el Estado. Los militares elaboran una lista negra de 100 empresas acusadas de financiar el islamismo.
Acuciado por las presiones militares, Erbakan tiene que dimitir y las consecuencias ruedan por la pendiente. El Refah es ilegalizado y la policía detiene a 16 capitalistas de DOST Sigorta, una empresa de seguros islámica, el Tribunal de Seguridad Nacional exige el cierre de la patronal Müsiad, su máximo dirigente es condenado a un año de prisión, a Erdogan, alcalde de Estambul, le condenan a tres años… La burguesía “piadosa“ es lapidada implacablemente.
El Refah se refunda con el nombre de “Partido de la Virtud”, pero Erdogan lo abandona y funda el AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo) en 2001 y gana las elecciones al año siguiente. La represión no ha servido para nada y las finanzas públicas están al borde de la bancarrota.
Para salir de ella el AKP sigue las instrucciones del FMI: despido de la mitad de los funcionarios, privatización de las empresas públicas, aterrizaje de capitales extranjeros… No tiene nada que ver con el islam; es capitalismo vulgar y corriente. Sólo con las privatizaciones, desde los tiempos de Özal, en Turquía se han movido 42.000 millones de capital, de los cuales 34.000 millones han pasado por las manos del AKP y el gobierno de Erdogan. El control del gobierno ha permitido a una parte de la burguesía lucrarse a costa de otra.
Ahora mismo la burguesía “piadosa” está gritando que no va a cometer los mismo errores de hace 20 años. No sólo no le van a privar de sus ganancias, sino tampoco de la palanca con la que las ha obtenido: el gobierno. Pero eso ya lo tuvo también con Erbakan y no le sirvió de nada. Ahora tiene que asentarse en algo mucho más importante: el aparato del Estado. Ese es el significado último de las profundas depuraciones emprendidas por Erdogan después de la noche del 15 de julio.