Por Pedro Perucca. Como parece que tenemos papamanía para rato, Marcha recomienda cuatro series inglesas para alienarse sin culpa y escapar online de los interminables informes televisivos sobre la elección, asunción o prontuario de Su Santidad Francisco, nuevo apoderado de Dios en la Tierra.
Dios es argentino y el Messias también. La birome, el dulce de leche y el colectivo tienen copyright nacional. Acá encontrás los cuatro climas y las mejores carnes. Vamos a poner a una reina en el trono de Holanda y el mundo se estremece ante la confirmación de las profecías de Benjamín Solari Parravicini que anunciaban al papa argentino. En fin, se avizora ya el indefectible surgimiento de la Argentina potencia destinada a conducir las riendas de la humanidad con puño de hierro en guante de seda.
En este contexto de euforia patriótico/religiosa se torna difícil reconocer que, todo bien, tenemos un montón de cosas pero carecemos de buenas series de televisión. Al menos desde Los simuladores para acá. En este terreno sí que la pérfida rubia Albión sigue mostrando su poderío y los piratas controlan a su gusto el tráfico por los siete mares digitales, sin necesidad siquiera de plebiscitar su interminable dominio colonial.
Pero a Beckham lo que es de Beckham y a D10s lo que es de D10s. Reconozcámoslo de una vez, ahora que un cierto letargo parece haberse apoderado de esa televisión norteamericana donde se había refugiado lo último de una inteligencia gringa tan evidentemente ausente de Hollywood, a los seriales ingleses no hay con qué darles.
Las últimas cuatro series que me han gustado son, no casualmente, made in UK. Es que todas tienen ese no se qué que qué se yo que las hace diferentes. En principio muchas de ellas están pensadas más bien como miniseries con temporadas de 3 o 6 episodios de una hora real, lo que permite planearlas y producirlas casi como pequeñas películas para TV. Siempre con ese torcido y atrapante sentido del humor inglés que se suma a un omnipresente tono british (que no tiene nada que ver con el acento) para volverlas más auténticas, más incómodas y también más disparadoras de reflexiones. Y esto se nota en decisiones que van desde los temas a tratar, con una mirada mucho menos pudorosa que las series gringas para mostrar el sexo, la violencia o incluso la simple decadencia, miseria y fealdad humanas, hasta el propio casting, donde la identificación se facilita porque los personajes no parecen modelitos de pasarela como en sus primas norteamericanas (esto se puede apreciar claramente en las remakes estadounidenses de, por ejemplo, The office o Being Human).
Como pequeña muestra vayan estas cuatro series de la hostia (pido perdón desde ya, pero hoy las referencias católicas se imponen con fuerza divina):
Sherlock
No es que Sherlock Holmes esté de moda, es simplemente que se trata de un personaje tan poderoso que nunca está ausente de las pantallas. Cada generación tiene su Sherlock. Desde Peter Fox (el de Peter Fox lo sabía, el radioteatro de Radio El mundo de los años 40, no el hiphopero alemán) hasta Doctor House, pasando por Batman y el inspector Clouseau, ha habido versiones de todo tipo y color del personaje. En cine acabamos de padecer dos fallidos intentos de Guy Ritchie, que no logra aprovechar a ese fantástico dúo de actores que son Robert Downey Junior y Jude Law. En TV los norteamericanos también lo están intentando con Elementary (con una siempre hermosa Lucy Liu como Watson, Jane Watson, y Johnny Lee Miller -el Sick Boy de Trainspotting– como nuestro detective heroinómano favorito). No está tan mal pero, así y todo, no basta. Mejor ni lo intenten, toscos primos americanos, porque los casacas rojas esta vez ganan por afano.
El maravilloso Sherlock de la BBC nos presenta al personaje adaptado al siglo XXI, un freak asocial y amante de la tecnología (un genial Benedict Cumberbatch) que termina asociándose con un médico recién llegado de la guerra en Afghanistan (el soberbio hobbit Martin Freeman) que en su blog va describiendo los casos resueltos, en aventuras que además guardan mucha fidelidad al canon sherlockiano.
Son dos obligatorias temporadas (2010 y 2012) de tres episodios cada una, con una tercera prevista para ¡2014! Francisco, te suplicamos, danos paciencia.
Black mirror
Charlie Brooker, el creador de la serie, dijo de ella que “La idea es que sea como un surtido de galletas que te ofrece un sociópata mientras sonríe”. Y debemos reconocer que la idea está bastante lograda.
Por el momento Channel 4 ha emitido dos temporadas (2011 y 2013) de tres capítulos autoconclusivos cada una. Cada episodio es una película de una hora sobre algún tipo de distópico futuro cercano. Tan cercano como para poder reconocer claramente los elementos de nuestra realidad que apenas con una vueltita más de rosca pueden transformarse en verdaderos infiernos. Black mirror no pretende ocultar sus pretensiones ensayísticas acerca de los límites y peligros de la hipertecnologización moderna. Sin embargo, esa explícita intención didáctica no atenta contra la riqueza y tensión de unas tramas donde parte de la incomodidad proviene, precisamente, de reconocernos tan cercanos a esos horrores. Un capítulo, por ejemplo, trata de la demanda “terrorista” del secuestrador de una princesa inglesa que exige que se emita por todos los canales, en vivo y en directo, al primer ministro inglés teniendo sexo con una chancha. Otro nos propone imaginar un mundo en el que todos lleváramos un disco duro en el cerebro para grabar y volver a ver todo lo vivido, permitiendo que, por ejemplo, los celos se transformen en un espectáculo agónico de visión continuada en el que atravesemos una y otra vez el infierno tan temido, pero en HD, visión cuadro por cuadro y con zoom X24 a los detalles más dolorosos. Otro nos muestra un mundo de pesadilla donde Gran hermano se ha fusionado definitivamente con Facebook y la única escapatoria a una orwelliana rutina de control y pedaleo es el sueño salvador de triunfar en una especie de Bailando por un sueño pornográfico.
Y así. Y uno no puede dejar de mirar ese espejo negro, esa pantalla oscura hacia nuestras peores pesadillas. Y empieza viendo un episodio y luego quiere otro y otro y otro, tal vez hasta llegar, ya casi ganados por aquél cuyo nombre es Legión y en el colmo de la decadencia espiritual, a faltar a misa. ¡Ah, el horror, el horror!
Utopia
Sin nada que ver con Tomás Moro, este atrapante y retorcido thriller conspiranoico ha sido uno de los éxitos de Channel 4 de 2013. Es algo difícil contar de qué va la cosa sin spoilear, pero sintéticamente digamos que se centra en un grupo de nerds historietómanos que, gracias a su fascinación por The Utopia experiments, una novela gráfica pergeñada por el interno de un hospital psiquiátrico que parece predecir los mayores eventos y catástrofes de las últimas décadas, acaban con sus normalidades destrozadas y teniendo que huir de todo y de todos. Así Utopia nos sumerge en un mundo donde la regla es el poder omnímodo de corporaciones que operan en las sombras para intervenir sobre los destinos de la humanidad. Y a esa gente no le gusta que una pandilla de ñoños les ande develando los secretos.
Los seis geniales capítulos de esta temporada alcanzan y sobran para dar una lección de maestría en cuanto a suspenso, intriga y paranoia en una trama en la que no se puede estar seguro de nada ni de nadie. Todo esto sumado a una música extraña e inquietante y a una fotografía bellamente luminosa que recuerda a Little Miss Sunshine, pero con toda esa saturación de colores brillantes al servicio de una hiperviolencia y de una extrañeza lyncheanas. Además del grupo de actores principales, contribuyen a la eficiencia de Utopia un puñado de secundarios entre los que destacan el asesino con jugo de tomate frío en las venas interpretado por Neil Maskell y el oscuro CEO de Stephen Rea.
En fin, se trata de una de esas series que en años venideros alimentarán el pecado mortal de orgullo de pavonearse ante los amigos diciendo: “Yo la vi primero”.
Derek
Es lo último de Ricky Gervais. Una temporada de 6 episodios, emitida en 2013 también por Channel 4. Si no saben quién es Ricky Gervais, dejen cualquier cosa que estén haciendo ahora, pongan Youtube y descúbranlo. Sus vidas mejorarán sensiblemente. Así que al respecto sólo diremos que es el responsable de algunas de las comedias más inteligentes de los últimos años, desde The Office (la original) hasta Extras, pasando por esa joya del humor negro que es Life is too short.
En el mismo estilo mockumentary (falso documental) de las últimas producciones de Gervais, Derek, sin embargo, no es tan fácil de ver. Ha recibido infinidad de comentarios negativos de críticos y espectadores que esperaban encontrarse con un humor más fácilmente decodificable. Y eso que hablamos de seguidores de Gervais, es decir, gente bastante curtida en un tipo de humor ácido y extraño. Pero el Derek escrito y protagonizado por Gervais a veces logra ser mucho más incómodo que cualquiera de sus personajes anteriores. Porque aquí el humor está más escondido, más destilado, y la ternura se adivina a veces detrás de algo que podría ser entendido como crueldad. Aquí Gervais lleva al límite su idea de que la vida humana es bastante graciosa, bien mirada. Todas y cada una de nuestras vidas, aún en los momentos más vergonzosos o en los más dramáticos. Y Derek, un humilde trabajador de un geriátrico, posiblemente con elementos de autismo, parece sospecharlo. Y la serie es eso. Él, dos amigos freaks, tristes y fracasados, y la amorosa directora del lugar. Y los viejos y la muerte y la tristeza y las miserias y el dolor y el miedo y la soledad y el ridículo y la belleza y el amor y la esperanza. Ni más ni menos. En una serie. Que podés ver online y gratis. Una verdadera ganga y, de paso, la prueba irrefutable de que los milagros son reales.