Por : Ema Cutrin / Ilustración por : Cabro
El amado mira por sobre un hombro del cuerpo que lo abraza, como a través de una ventana abierta, las mil fantasías de vapor obsequiadas por una lengua que se lame, lasciva, la comisura de la boca roja; el espectador se desarma en sueños mojados que protegerá de aquella que jura amar con una mano en el corazón y la otra en el sexo. Un hombre poderoso abre la boca de la que salen mariposas muertas de sombra; la llovizna de ceniza que dejo su orden inapelable va a reposarse apaciblemente sobre los platitos humeantes de una familia que no oyó ni oirá una sola palabra. Un pibe busca entre los blancos azulejos de la sala de espera alguna forma reconocible, el recuerdo de un amor de infancia, el rostro de su recién nacido, la luz del túnel, busca sin encontrar la vida que le pase frente a los ojos mientras la sangre le corre vertiginosamente hacia afuera por la perfecta galería que le abrió en el cuerpo una bala policial. Una mujer toma asiento en la soledad de la cocina luego de peinar a sus chicos que salieron para la escuela, de cocinarle una delicia al marido que salió para el trabajo, de dejar un brillo de luna en cada rincón de la vasta casa, y solo entonces, se dispone a llorar en silencio, con el rostro oculto entre las manos de fragancias desinfectantes. El jefe de las Fuerzas Armadas efectúa un disparo que circula sin rumbo fijo por cada calle del poblado, obligando a sus compatriotas a recogerse tras sus puertas y observar trémulos por las bajas persianas el paso del tiro que busca, receloso, su impacto. Un hombre de barba rala rumea y rumea en silencio, los ojos fijos en el vacío, los transeúntes le pasan por al lado y lo insultan, vago, ocioso, inútil; detrás de su frente esas mismas personas bailan y se sonríen, no corren a ningún sitio, cumplen sus deseos y solo sueñan con volar. Una familia se dispone a cenar en derredor de la mesa, el niño quiere contar la historia de su raspadura nueva pero el televisor abruptamente aumenta su volumen y le tapa la voz, la mujer consulta al marido sobre su día y ante la respuesta nuevamente el televisor comienza a echar gritos y vuelve estéril toda contestación, los integrantes se miran rendidos, levantan los hombros y prestan atención. Un empleado joven retira su sueldo del cajero automático, luego de pagar algunas cuentas visita tiendas de ropa, casas de electrodomésticos, regalerías, vinotecas, regresa a su casa exhausto de bolsas y caminatas, se recuesta sonriente, casi feliz, sin la necesidad de abrir ninguno de sus paquetes. Dos amigos desean silenciosamente el mismo cuerpo de mujer, dicen infamias del otro, se disminuyen, se injurian, viernes por la noche se enredan en carcajadas, chocan copas, celebran su amistad. Un matrimonio emprende un viaje en busca del fugitivo amor que se olvidó de ellos, de regreso uno maneja sin oír la música que brota del estéreo, el otro finge leer en el asiento de un larga distancia. Un hombre metido en un cuerpo de niño agrava su voz expositiva, realiza piruetas con tres pelotitas rellenas de arroz, recibe los aplausos y monedas de pasajeros indiferentes, no comete el error de perder el valiosísimo tiempo en sonreír. Un drogadicto se alivia en un baño público. Una mujer gime en soledad. Un soldado honra a su patria. Una veinteañera vomita su alimento. Un solitario lee sin parar. Un padre maltrata a sus hijos. Un oficial consume la evidencia confiscada. Un juez se pone en venta. Un profesor dice pavadas. Un músico se emplea en una fábrica. Un futbolista compite sin jugar. Un nadie escribe en su computadora.
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